En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 13: La Nave
El interior era frío, silencioso y olía a ozono. Zaira estaba sentada en el asiento del piloto, observando la batalla en una pantalla táctica con una expresión de leve interés, como si viera un espectáculo. Al ver a Elara, una sonrisa lenta y divertida se dibujó en su rostro.
—Vaya, vaya —dijo, su voz suave como la seda—Así que la mascota del Capitel tiene garras.
Elara levantó el Aguijón, el cañón temblando por el esfuerzo y la adrenalina. —No te muevas.
Zaira levantó las manos lentamente, sus ojos verdes brillando con diversión. —Tranquila, fiera. Como ya he dicho, no tengo ningún interés en morir por un psicópata como Kass.
Afuera, la lucha terminó. Kael desarmó a Kass con un movimiento de muñeca y le atravesó el hombro no letalmente. —Lárgate —le ordenó—. Vuelve al Capitel a pie y diles a quién pertenece ahora el Mar Seco.
Kass y un cojeante Drako huyeron hacia el crepúsculo. La tripulación se reunió ante su nuevo premio, colapsando contra el casco del Interceptor. Orion tenía la piel enrojecida y Rhea respiraba con dificultad. El cronómetro mental de la Tregua había llegado a cero.
Trajeron a Zaira y la ataron. Mientras lo hacían, ella nunca apartó la vista de Kael, evaluándolo con una descarada admiración.
—Así que tú eres el famoso Kael —dijo—. Los rumores no te hacen justicia.
Rhea apretó la última atadura con una fuerza innecesaria. Elara, apoyada contra la pared, luchando contra las náuseas de la radiación, se dio cuenta de la terrible verdad. Habían sobrevivido a lo imposible, pero su victoria les había costado caro, y la sonrisa seductora de su nueva prisionera prometía un tipo de guerra para la que no estaban preparados.
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La victoria olía a metal sobrecalentado y a piel quemada.
Una vez que el portón del Interceptor se cerró, aislándolos del páramo, la adrenalina que los había mantenido en pie se desvaneció, dejando paso a una cruda y dolorosa realidad. Orion se dejó caer pesadamente sobre una de las bancas, su rostro normalmente estoico contraído en una mueca de dolor. Rhea se apoyó contra la pared, su respiración agitada mientras examinaba una fea quemadura de radiación que enrojecía su antebrazo.
—Jax, el informe —ordenó Kael, su voz sonaba tensa.
El mecánico, con el rostro pálido y sudoroso, pasó un medidor de radiación de mano sobre cada uno de ellos. Los números que aparecieron en la pequeña pantalla eran alarmantes.
—Todos estamos en la zona roja —anunció con gravedad—. No es letal si lo tratamos ahora, pero necesitamos aplicar geles de regeneración y permanecer en un entorno blindado durante al menos un ciclo completo. Vamos a estar débiles. Con náuseas.
El Interceptor, su magnífico premio, se sentía de repente como una jaula. Era un vehículo enemigo, frío, estéril y desconocido. Estaban heridos, vulnerables, dentro de un trofeo que no sabían si podían manejar del todo.
Elara luchó contra una ola de mareo mientras buscaba en el botiquín de la nave, mucho más avanzado que el suyo. —Hay suficientes suministros médicos —dijo, su voz temblorosa mientras distribuía los geles—. Pero Jax tiene razón. Estamos fuera de combate por ahora.
—No tenemos tiempo para estarlo —dijo Kael—. No sabemos si Kass o Drako tenían un comunicador de largo alcance. No sabemos si otro equipo viene en camino. Necesitamos respuestas. Ahora.
Se dirigió a la bodega de carga, donde habían atado a Zaira. Elara y una furiosa pero silenciosa Rhea lo siguieron.
Encontraron a su prisionera exactamente como la habían dejado, atada a un asiento. Pero no había miedo en sus ojos. Al contrario, los observaba con una calma divertida, como si estuviera viendo una obra de teatro. A diferencia de ellos, su piel estaba intacta, su respiración era regular. Era la única persona en la sala que no sufría.
—Parecen cansados —dijo Sera, su voz suave una burla cruel—. ¿La tregua no fue tan amable como esperaban?
Kael se agachó frente a ella, ignorando el dolor punzante en su propia piel. —¿Quién es Valerius? ¿Cuál es su protocolo si su equipo no se reporta?
Sera sonrió, una curva lenta y seductora de sus labios. Inclinó la cabeza, y su cabello castaño arena se deslizó sobre su hombro. —Vaya, directo al grano. Nunca un hombre me había atado tan rápido, capitán. Y ya me está pidiendo sus secretos. Al menos invítame a cenar primero.
La mano de Rhea se crispó sobre la empuñadura de su cuchillo, pero una mirada de Kael la detuvo.
Elara dio un paso adelante, cambiando de táctica. —No somos como Kass, Zaira. No disfrutamos con el dolor. Pero necesitamos saber a qué nos enfrentamos. Valerius sabe que su equipo ha fallado. ¿Qué hará ahora?
Zaira giró su atención hacia Elara, sus ojos verdes evaluándola con condescendencia. —¿La erudita quiere aprender sobre el mundo real? Qué adorable. Pero la información es valiosa, cariño. Se intercambia. No se regala.
—¿Qué quieres? —preguntó Kael.
—Por ahora... un poco de comodidad. Y una conversación con alguien que valga la pena —dijo, mirando de nuevo a Kael con una intensidad descarada—. Hablemos de ti. El hombre que camina bajo el sol. Eres una leyenda, ¿lo sabes? El fantasma de La Fosa. El único que Valerius teme de verdad.
—No estoy aquí para hablar de mí —gruñó Kael.
—Lástima —susurró Sera—. Bueno, te daré algo gratis, solo porque me has impresionado. El Pretor Valerius tiene una regla de oro: los activos del Capitel nunca caen en manos enemigas. Si no puede recuperar su nave, la destruirá. Probablemente ya haya redirigido un satélite orbital para que dispare sobre nuestra posición en cuanto obtenga una señal clara. Así que, a menos que aprendan cómo activar el sistema de sigilo de esta nave, ustedes están sentados sobre su propia tumba.
Un terror helado recorrió la tripulación.
Zaira sonrió al ver su efecto. Luego, miró a Elara. —Ah, y una cosa más, erudita. Para que veas que soy generosa. Antes de irnos, el Consejo declaró a tu familia en desgracia. Tu padre está bajo arresto domiciliario. Todo por la traición de su querida hija.
Elara sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. El dolor físico de la radiación no era nada comparado con la agonía de esa noticia.
Kael vio la palidez mortal en el rostro de Elara y se levantó. —Ya hemos terminado aquí.
Se fueron, dejando a Zaira sola en la bodega. Habían conseguido información, pero a un coste terrible. Ella les había dado justo lo suficiente para que se dieran cuenta de lo desesperada que era su situación, y había lanzado una bomba psicológica en el corazón de su miembro más inteligente.
Mientras la tripulación se retiraba para lamer sus heridas, físicas y emocionales, una cosa quedó clara. Habían ganado la batalla, pero su nueva prisionera acababa de demostrar que la guerra por la supervivencia se libraría también dentro de las paredes de su nueva y flamante jaula.