Bajo La Mentira Del Diamante

mientras salía del estudio, una parte de mí recordaba demasiado bien cómo sus labios temblaron bajo mi tacto, y cómo ese simple contacto había sentido más real que cualquier otra cosa en esta farsa macabra.

Atrapé su muñeca y la giré con cuidado, hasta que su espalda se apoyó contra los estantes. Los libros temblaron.

**—Quizás —su aliento se entrecortó— estoy esperando para ver hasta dónde llegas.**

Mis labios rozaron su oído. **—Eso\, querida Valeria\, es lo más arriesgado que has dicho en toda la noche.**

En ese instante, detrás de ella, noté la fotografía en el escritorio: Armando sonriendo junto a mi padre, en algún lugar bajo el sol egipcio. Amigos. Socios. Asesino y víctima.

**—Tu llamada —dijo Valeria\, sin apartar la mirada— debe ser muy importante para requerir tantas… distracciones.**

Sonreí\, consciente de que esta mujer podría ser mi perdición o mi salvación. **—Más de lo que imaginas. Pero algunas jugadas requieren paciencia.**

Al salir, mis dedos rozaron el marco de la puerta, dejando una diminuta cámara que se conectaría directamente a mi teléfono. La primera de muchas.

La caza había comenzado. Y la presa más valiosa no eran los documentos, sino la mujer cuyos ojos me seguían mientras me alejaba, prometiendo una guerra que ambos estábamos listos para librar.

Al regresar al comedor, cada paso resonaba con el eco de lo que acababa de descubrir. Los ojos de Valeria me seguían, una mezcla de sospecha y curiosidad en su mirada que solo avivaba mi determinación.

**—Disculpen la interrupción —dije con una sonrisa pulida mientras tomaba mi asiento de nuevo—. Asuntos urgentes que no podían esperar.**

Armando asintió con complicidad\, como si todos los hombres de nuestro estatus estuviéramos atados a las exigencias del poder. **—Completamente entendido\, Damián. Elena y yo estamos encantados de que hayas aceptado esta unión.**

De vuelta en el comedor, el aire estaba impregnado del aroma a cordero asado y a esas mentiras elegantes que todos conocemos. Tomé asiento con la sonrisa perfecta de alguien que acaba de invadir la privacidad de su anfitrión.

**—Espero que todo esté solucionado —dijo Armando\, sirviéndome más vino con una amabilidad que me hacía desear romperle esa sonrisa en la cara.**

**—Tuve un pequeño contratiempo con una fusión en Asia. Los husos horarios son un verdadero dolor de cabeza —mentí con total naturalidad\, levantando mi copa en un brindis casual. El sonido de nuestras copas chocando resonó como una sentencia.** **—Pero nada que no pueda manejar.**

Los ojos de Valeria me observaban desde el otro lado de la mesa. No con la admiración sumisa que sus padres probablemente esperaban, sino con una inteligencia aguda que desmenuzaba cada una de mis palabras. Ella era la única pieza impredecible en este juego, y eso la hacía tan fascinante como peligrosa.

**—Debe ser agotador —comentó ella\, con una dulzura que no alcanzaba sus ojos—\, llevar tanto peso sobre los hombros. Mi padre siempre dice que un gran líder necesita una base sólida en casa para triunfar en el mundo.**

*Un tiro directo.* Ella estaba tanteando el terreno\, preguntándose qué motivaba a un hombre como yo a aceptar un matrimonio arreglado. Su instinto le decía que había algo más detrás de todo esto.

**—Tu padre es un hombre sabio —asentí\, manteniendo la mirada—. Por eso valoro tanto esta alianza. Algunos cimientos merecen toda la paciencia del mundo.**

El doble sentido flotó entre nosotros. Armando sonrió, convencido de que hablaba de la fusión de nuestras familias y empresas. Elena, su madre, parecía satisfecha. Pero Valeria no se dejó engañar. Bajó la mirada hacia su plato, aunque no antes de que yo captara un destello de desafío. Ella también estaba jugando, y acabábamos de hacer nuestro primer movimiento tácito.

**—Hablando de cimientos —intervino Armando, limpiándose la boca con la servilleta—, el proyecto de ley de zonificación para el distrito portuario se vota la semana que viene.

Tu influencia en el comité de planificación urbana sería… invaluable, Damián.

Ahí estaba. El primer precio del trato. No solo era mi nombre o mi sangre lo que buscaban; era mi poder para moldear la ciudad a su antojo.

—Por supuesto —respondí, con una voz que sonaba como un hilo de acero—. Haré algunas llamadas. Después de todo, pronto seremos familia.

La palabra "familia" me supo a ceniza. Mientras Armando mostraba su sonrisa de tiburón, solo podía pensar en la imagen de su brazo sobre los hombros de mi padre. En la confianza que había traicionado. En la losa de mármol que ahora cubría a mi padre.

—Excelente. —El brillo en los ojos de Armando era el de un hombre que había ganado la lotería—. Valeria, cariño, ¿por qué no le muestras a Damián los jardines? La luna se ve especialmente hermosa esta noche.

Era un guion obvio, una escena forzada de cortejo para consolidar su victoria. Pero era una oportunidad que no podía dejar pasar.

—Me encantaría —dije, levantándome y extendiendo la mano hacia Valeria.

Ella dudó solo un momento, el tiempo justo para que la desaprobación de su madre se hiciera evidente en un leve fruncimiento de ceño. Luego, colocó su mano en la mía. Su toque fue como una descarga eléctrica, una promesa de peligro y posibilidades.

—No tardéis —dijo Elena con una sonrisa forzada.

Al salir a la terraza, el aire fresco de la noche me golpeó el rostro. Liberé la mano de Valeria tan pronto como estuvimos a salvo de las miradas de sus padres.

Ella se cruzó de brazos, mirando la silueta iluminada de la ciudad.

—¿Quién era en realidad esa llamada, Damián? —preguntó sin rodeos, su voz mucho más fría que en el comedor.

Me apoyé en la balaustrada de piedra, mirándola de reojo. La luz de la luna iluminaba su perfil.

—¿No lo sabes? —jugué al mismo juego—. Era sobre una fusión. Una adquisición hostil, para ser exactos.

Ella se volvió hacia mí, y por primera vez vi una grieta en su fachada.

No era miedo. Era curiosidad. La misma curiosidad que podría matarla… o salvarnos a ambos.

**—¿Y estamos hablando de empresas… o de algo más?**

Una sonrisa se dibujó lentamente en mi rostro, con cada movimiento calculado. El juego había comenzado, y ella, sin darse cuenta, acababa de hacer su primer movimiento.

**—Esa\, querida Valeria —susurré\, acercándome lo suficiente para que su perfume me envolviera—\, esa es  la pregunta correcta.**