A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
NovelToon tiene autorización de Angela Cardona para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
su nombre
La noche transcurrió en calma.
David, tras la llegada al hotel, decidió darse una ducha antes de dormir, pero no sin antes quedarse mirando el techo por largos minutos, pensando en aquella mujer que lo tenía inquieto sin razón aparente.
No sabía su nombre, pero su imagen —serena, reservada, tan diferente a todas— lo perseguía en cada pensamiento.
Por otro lado, Ángela continuaba con sus labores, intentando no pensar demasiado en la forma en que él la había mirado.
No quería hacerse ideas erróneas; sin embargo, no podía negar que había percibido algo distinto en sus ojos, una curiosidad silenciosa.
Sacudió la cabeza con una leve sonrisa y volvió al trabajo.
Aún le quedaban dieciséis horas de turno por delante.
---
El amanecer llegó con un aire fresco.
David despertó temprano; aquel día era libre para el equipo.
Podían visitar a sus familias, descansar o realizar cualquier actividad fuera del club.
Él tenía planeado reunirse con sus hijos, mostrarles su nuevo apartamento y, sobre todo, intentar recuperar la conexión que la separación con su esposa había debilitado.
Aun así, antes de salir, una sola idea lo rondaba: tenía que saber el nombre de aquella mujer.
Se vistió con rapidez, bajó al lobby y, con su tono sereno habitual, se acercó al administrador del hotel.
—Disculpe —dijo con voz relajada—, anoche, al llegar a mi habitación, había dos jóvenes terminando de organizarla. Me gustaría saber sus nombres, especialmente el de la chica de ojos brillantes y piel clara. Dejaron la habitación impecable, y quisiera agradecerles personalmente.
El encargado revisó la lista de personal y respondió con naturalidad:
—Claro, señor Silva. Según la descripción, la persona que menciona debe ser Ángela.
David repitió el nombre en voz baja, casi como si lo saboreara.
—Ángela… —susurró—. Perfecto, muchas gracias.
—Con gusto, señor —respondió el administrador, sin imaginar el peso que aquel nombre tendría para él el resto del día.
---
Mientras tanto, Ángela, en el área de descanso, se dio una ducha rápida para despejar el cansancio.
El agua fría la ayudó a mantenerse despierta.
El turno era largo, y el cuerpo ya le pasaba factura, pero aun así continuó su jornada con disciplina.
Cada habitación impecable, cada detalle en su sitio, reflejaba su entrega.
Horas más tarde, David pasó el día con sus hijos.
Compartieron una comida sencilla, risas intermitentes y la nostalgia de lo que alguna vez fue un hogar.
Les mostró su nuevo apartamento, intentó hacerlos sentir cómodos, pero el silencio entre ellos le pesó más de lo que esperaba.
Aun así, se esforzó, sabiendo que el tiempo sanaría las heridas.
Al caer la tarde, los llevó de regreso con su madre.
El ambiente fue tenso, inevitable, pero él se mantuvo firme y sereno.
Una vez solo en el auto, suspiró.
Pensó en muchas cosas, pero, sin entender por qué, entre todas ellas, el nombre de Ángela volvió a su mente.
---
Ya de regreso al hotel para recoger su computador —que había olvidado en la habitación—, detuvo el auto frente al semáforo y alzó la mirada.
Allí estaba ella, de pie, en el paradero cercano al hotel, con el uniforme impecable, sujetando una carpeta contra su pecho.
La vio alzar la mirada y, por un segundo, sus ojos se cruzaron.
David sintió algo que no esperaba: una calma extraña mezclada con curiosidad.
El semáforo cambió, pero no arrancó enseguida.
La observó un instante más, hasta que la vio subir al transporte y perderse entre la multitud.
Él permaneció allí, con las manos en el volante y una sonrisa leve en los labios.
—Ángela… —repitió en voz baja—.
Por su parte, Ángela, en el bus, pensó por un instante en la coincidencia, pero pronto lo dejó atrás.
Llegó a su casa cansada, con el cuerpo agotado pero el corazón tranquilo.
Sus hijos la esperaban con alegría, y ella, como siempre, los recibió con la calidez que la caracterizaba.
Aquel sería solo otro día en su rutina… aunque, en el fondo, sabía que algo, muy dentro de ella, estaba empezando a cambiar.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨