Una cirujana brillante. Un jefe mafioso herido. Una mansión que es jaula y campo de batalla.
Cuando Alejandra Rivas es secuestrada para salvar la vida del temido líder de la mafia inglesa, su mundo se transforma en una peligrosa prisión de lujo, secretos letales y deseo prohibido. Entre amenazas y besos que arden más que las balas, deberá elegir entre escapar… o quedarse con el único hombre que puede destruirla o protegerla del mundo entero.
¿Y si el verdadero peligro no es él… sino lo que ella empieza a sentir?
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Capítulo 6
Llevaba tres días observando cómo el paciente más difícil que había tenido en mi vida intentaba seducirme con cada palabra.
Y lo odiaba.
No por lo que decía, sino por su clara intencion de hacerme caer ante su encanto.
Damián Reginald tenía el talento innato de desarmar una conversación médica en menos de cinco segundos con una frase que no venía al caso, una mirada intensa o ese tono grave de voz que parecía rozarme la piel.
—Doctora, si me revisa el corazón de nuevo, tal vez escuche cómo late solo cuando usted entra.
—¿No cree que se ve más hermosa enojada?
—¿De verdad se quiere ir ya? Ni siquiera me ha curado el alma.
Y así… todos los días.
Era como tratar de hacer una sutura en medio de un campo minado.
Lo único que me salvaba de perder la paciencia eran Clara, Mateo y Gabriel. El pequeño grupo de "aliados" silenciosos que había emergido de esa cirugía maldita. Ellos también seguían atrapados allí. Tal vez no en las mismas condiciones que yo, pero ninguno estaba libre. Y hoy, por primera vez, compartíamos una cena. No una celebración. Más bien un paréntesis. Un respiro que sabíamos que no duraría.
Estábamos en la cocina. Una estancia más cálida que el resto de la mansión, con una gran mesa de madera, lámparas colgantes, y el aroma persistente de pan recién horneado. Clara había preparado una sopa espesa con verduras y algo de carne que preferí no preguntar qué era. Gabriel traía una botella de vino tinto bajo el brazo como si fuera un trofeo, y Mateo, como siempre, hablaba más de lo que comía.
—Yo digo que ese hombre no recibió esas balas por error— dijo Mateo, con la cuchara en el aire. —Dicen que fue una emboscada.
—¿Quién lo dice?— Preguntó Clara, sin alzar la vista de su plato.
—Los guardias. Los que están afuera, en la zona del portón. Uno me reconoció de antes y me habló… a medias. Según él, al señor Damián lo traicionaron en una entrega de armas. Le tendieron una trampa. Creían que estaba solo, pero su madre lo hizo seguir por otro auto sin que él supiera. Por eso lo pudieron traer a tiempo.
—¿Y quién lo traicionó?— Pregunté sin poder evitarlo.
Mateo se encogió de hombros, con esa sonrisa que le daba el aire de niño curioso.
—Eso no lo dijeron. Pero supe algo más. Dicen que fue alguien cercano. Muy cercano.
Me quedé en silencio, moviendo la sopa con la cuchara sin probarla.
—¿No es extraño que nadie lo haya visitado todavía? —agregó Gabriel—. Ningún amigo. Ningún otro familiar. Solo su madre. Siempre ella. Es como si… no confiara en nadie.
—O como si no quedara nadie —murmuró Clara.
Nos quedamos callados.
Era fácil olvidar dónde estábamos cuando compartíamos ese tipo de momentos. Pero bastaba con que alguien mencionara algo como eso para que el ambiente se volviera espeso de nuevo.
—¿Y ustedes lo conocían antes de esto? —pregunté, casi en voz baja.
—Yo no —dijo Gabriel—. Solo lo había visto en una fiesta, una vez. Se notaba que era el centro de todo, pero no decía casi nada. De esos tipos que no necesitan hablar para que todos los escuchen.
—Yo trabajé una vez en la clínica privada que él financia —comentó Clara—. Nunca lo vi directamente. Pero las historias que corrían por los pasillos eran de película. Chantajes, desapariciones, incluso una supuesta amante que terminó internada en un psiquiátrico por "hablar de más".
—¿Creen que sea cierto todo eso? —pregunté.
Mateo me miró con los ojos encendidos de curiosidad.
—¿Y tú? ¿Qué crees?
No respondí.
No lo sabía.
Había algo en él que desconcertaba. No encajaba con lo que decía la gente, no parecía un asesino, ni un monstruo, pero tampoco era solo un hombre herido.
—Yo creo que Damián Reginald no es alguien que se pueda entender con lógica —dijo Gabriel—. O lo aceptás… o lo temés. Y tu, Ale, estás justo en medio.
Me atraganté con un sorbo de vino.
—No estoy en el medio de nada. Solo quiero que se recupere para poder irme.
—¿Segura? —preguntó Mateo, divertido—. Porque desde que lo curaste, él no ha dejado de buscar excusas para verte.
—Y tu de buscar excusas para salir corriendo— agregó Clara, con media sonrisa.
Los miré a los tres.
—Es mi paciente. Lo vigilo, lo trato y Lo cuido porque es mi trabajo.
—Pero no eres su esclava —dijo Gabriel, más serio. —Ten cuidado.
Guarde silencio nuevamente.
Por primera vez en la noche, me sentí observada. Como si en algún rincón de esa casa hubiese oídos escondidos. Secretos colgando de las lámparas y un juego que apenas estaba comenzando.
Terminé mi sopa en silencio y mientras lavaba mi taza, no dejaba de pensar en lo que dijo Mateo.
"Alguien cercano lo traicionó."
¿Y si ese alguien seguía dentro de la casa?
¿Y si el problema no era que no me dejaran salir…sino que, una vez que supiera demasiado, ya no pudieran permitirme hacerlo?