Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capítulo-6 El calor de un recuerdo frío
Corrí al baño, llené un recipiente con agua fría y busqué una toalla. Regresé y le coloqué el paño húmedo sobre la frente. No pasó mucho tiempo antes de que se calentara, así que lo enjuagué y repetí el proceso.
¿De dónde vienes?
¿Cómo terminaste así?
Eres joven… y guapo. Seguro te golpearon por meterte con una mujer casada… o quizás fue un ajuste de cuentas.
No, Made, no pienses eso. No supongas nada.
Busqué en el cajón del mueble y encontré medicamento para la fiebre. Le di una dosis y seguí humedeciendo el paño. Sentada al borde de la cama, lo observé dormir.
Tan frágil… tan desconocido.
Sentada al borde de la cama, seguía humedeciendo la toalla y colocándola sobre su frente. Alan no reaccionaba. No decía nada. No abría los ojos. Sólo estaba ahí, dormido, tan quieto que por momentos parecía que el tiempo se había detenido para él.
La fiebre no subía más, pero tampoco bajaba. El medicamento debía estar haciendo efecto. Al menos eso esperaba.
Respiré hondo. El silencio me abrazó con la misma intensidad con la que solía hacerlo él… Él… ese hombre que un día prometió quedarse.
Me odié por recordarlo justo ahora.
—¿Por qué se siente igual…? —murmuré apenas, como si hablar sola fuera menos doloroso que pensarlo.
Me levanté y me dirigí a la ventana. Afuera la noche seguía en calma, pero dentro de mí la tormenta apenas comenzaba. Me crucé de brazos, apoyé la frente en el vidrio y cerré los ojos.
Recordé su voz. Su risa. Las caricias que alguna vez me hicieron sentir completa. Cómo llegaba del trabajo, agotado, y aún así tenía fuerzas para cargar a Valentina en brazos y bailar con ella por toda la casa. Pensé en las veces que me prometió amor eterno... y en la primera vez que me mintió.
No fue una gran mentira al principio. Un mensaje extraño, una excusa que no encajaba, una mirada esquiva. Luego llegaron las ausencias más largas, las discusiones, las noches en las que dormía dándome la espalda. Hasta que dejó de venir, dejó de llamarnos… dejó de querernos, tal vez.
—¿Por qué me fallaste? —susurré, y mis ojos se llenaron sin permiso.
Volví a mirar a Alan. Inmóvil. Ajeno. Desconocido. Pero por alguna razón, su presencia no me daba miedo. Me daba paz… y eso me desconcertaba.
No puedo enamorarme de alguien otra vez, pensé. No ahora. No con una hija que mira cada gesto, que pregunta con ilusión si su papá volverá… y que aún cree que los villanos también pueden enamorarse.
Me acerqué a Alan y le cambié nuevamente la toalla. Su rostro estaba más tranquilo ahora, menos tenso. Aún así, seguía atrapado en ese sueño del que no quería o no podía despertar.
—No sé quién eres —dije suavemente—. Pero si el universo te dejó caer aquí, en mi cama, en mi vida… espero que no vengas a rompernos más de lo que ya estamos.
Me acosté al lado de Valentina, abrazándola como quien abraza la única certeza que le queda en el mundo. Antes de quedarme dormida, volteé la cabeza una vez más y miré a ese extraño.
No lo conocía.
Pero por alguna razón, sentía que no lo había encontrado por casualidad.