RIVALES DE OFICINA

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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La noche transcurría tranquila. O al menos eso creía yo, hasta que una maldita orquesta de caos decidió instalarse en el departamento de al lado.

CRASH.

Seguido de un PUM que sonó como si alguien hubiera arrojado una nevera por las escaleras.

Camila cerró el libro con violencia.

—Joder... ¿qué mierda fue eso?

Revisó el reloj: 11:03 p.m.

Me levanto del sillón, descalza, con el moño del pijama ya todo suelto y furiosa.

Escuchó algo que sonaba a... ¿música Rock? ¿y muebles deslizándose?

¿Una mudanza a medianoche o una rave clandestina?

Escribí por el grupo de WhatsApp de los vecinos:

Camila D: ¿Quién está haciendo tanto ruido a esta hora? ¿Otra vez la del 406 con su arte alternativo?

Flor A: No, Cami. La del 406 se mudó el mes pasado. Hoy se mudó el nuevo. Llegó como a las 7:00 pm. Re lindo, btw.

Camila resopló.

—¿Re lindo? ¡¿RE LINDO?! ¡RE MOLESTO, eso es!

Salió al pasillo con el moño de la bata medio caído, el pelo recogido como quien peleó con una aspiradora y una chancla rota.

Tocó la puerta del 406.

Nada.

Volvió a tocar, esta vez con más rabia.

—¡Hola! ¿Te parece normal hacer una fiesta con muebles y todo un martes a las once de la noche?

La puerta se abrió de golpe.

Y ahí estaba.

Gael.

Camisa blanca arrugada, una toalla colgando del cuello, una cerveza en la mano y la cara más sorprendida que yo le había visto jamás.

Nos quedamos los dos congelados. Yo con mi chancla rota. Él con su ceja levantada.

—¿Duval?

—¿Moretti?

Silencio.

Él miró mi pijama.

Yo miré su cerveza.

Él sonrió.

Yo no.

—¿Tú eres el nuevo del 406? —pregunté, con la boca entreabierta.

—¿Tu eres la del 405?

—Joder...

—¡Esto va a ser divertido!

—¡Esto tiene que ser una puta broma!

Lo miré como si me hubieran dado una bofetada en plena frente.

—¿Tú vives aquí?

Él sonrió como si el universo le acabara de regalar el mejor chiste del año.

—Desde hace exactamente... cuatro horas y veintidós minutos.

Contuve las ganas de cerrar la puerta en su cara, aunque, pensándolo bien, no era mi puerta.

Maldición.

—¿Tú sabías que yo vivía aquí? —le pregunté, entrecerrando los ojos.

—No tenía ni idea. Pero ahora que lo sé... qué giro tan interesante de la vida.

Le lancé una mirada tan filosa como mi depilador de cejas.

—¿Y se puede saber qué demonios estás haciendo moviendo muebles y escuchando música a todo volumen a esta hora?

—Estaba desempacando. Se me cayó una caja. O dos. Quizá una mesa. No es tan grave.

—Son las once y media de la noche.

—Te faltaron seis minutos para ser precisa.

—Moretti...

—Duval...

Nos quedamos mirándonos. Yo, con la bata mal cerrada, una chancla rota y el moño del cabello a punto de suicidarse. Él, como si esto fuera una escena de comedia romántica y él estuviera feliz de protagonizarla. Yo no lo estaba.

—No puedo creer esto —murmuré, girándome para volver a mi apartamento—. De todos los malditos departamentos en la ciudad...

—¡Ey! No es tan malo. Mira el lado positivo: ahora no tendrás que buscar excusas para venir a pedirme ayuda.

Me giré tan rápido que mi bata se abrió un poco más. Me la acomodé en automático.

—¿Y quién te dijo que iba a pedirte algo?

Él me guiñó un ojo.

—Nadie. Pero tengo buen presentimiento.

Volví a mi puerta sin decir nada. Cerré con un portazo digno de telenovela venezolana. Y entonces apoyé la espalda contra la madera, respirando hondo.

Perfecto. Gael Moretti. Mi rival. Mi tormento diario. Ahora también mi vecino.

Era como si el universo hubiera tomado todas mis pesadillas laborales, las hubiera metido en una licuadora, y me las sirviera en un vaso con sorna.

Fui a la cocina por un vaso de agua y no dejaba de repetirme que era una coincidencia. Que seguramente se iba a mudar pronto. Que en unos días lo iban a echar por poner Rock a medianoche. Que todo volvería a la normalidad.

Mentira.

Con Gael Moretti, la normalidad no existía.

Me asomé por la mirilla de la puerta, como una anciana chismosa. Nada. Todo en calma. Como si no acabara de invadir mi edificio, mi tranquilidad y, para colmo, mi vida.

—Joder —susurré.

Y me fui a la cama con un solo pensamiento en la cabeza:

Tengo que conseguir tapones para los oídos. O un lanzallamas.

Dormí mal.

O mejor dicho: no dormí.

Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver esa sonrisa de Gael. Esa cara de satisfacción, como si se hubiera ganado la lotería al descubrir que yo era su nueva vecina y claro, el escándalo de su mudanza nocturna no ayudó a relajarme.

Café número uno: sin efecto.

Café número dos: apenas me mantuvo de pie.

Café número tres: nerviosismo y una leve taquicardia, pero al menos estaba despierta.

Entré a la oficina con ojeras, el moño de emergencia (sí, ese que uso cuando mi dignidad está bajo ataque), y la firme convicción de evitar a Gael Moretti como si fuera una plaga. O mejor dicho: como si fuera una infección de ego con patas.

No funcionó.

Ahí estaba, en su escritorio, con su camisa blanca arremangada, los lentes puestos.

¿desde cuándo usa lentes? ¿¡Por qué le quedan bien!?

y esa maldita cara de hombre que duerme ocho horas como si no tuviera conciencia.

Levantó la vista, me vio, y sonrió. Por supuesto.

—Buenos días, vecina.

—No me hables —respondí sin mirarlo siquiera.

—Dormiste bien, ¿verdad?

—Como en un ataúd.

—Qué gráfico.

Suspiré y seguí caminando, ignorándolo. Pero claro, el destino tiene esa forma particular de patearte justo cuando crees que estás recuperando el equilibrio.

A las diez en punto, nos reunieron a todo el equipo en la sala de juntas. Iban a dar el veredicto del proyecto para Spark Energy, el que llevábamos semanas desarrollando. El que nos había dividido en dos equipos: el mío y el de Gael.

Competencia directa.

Y yo había dado todo.

Había trasnochado, había pulido cada presentación, cada idea, hasta los colores del maldito PowerPoint. Y no iba a mentir: quería ganar.

El director general apareció con dos ejecutivos de Spark Energy. Se veían satisfechos, como si acabaran de cerrar el trato del año.

—Queremos felicitar a ambos equipos —comenzó uno de ellos—. Las ideas fueron innovadoras, y sinceramente nos costó elegir.

Mi corazón latía fuerte.

—Pero después de discutirlo, llegamos a la conclusión de que lo mejor sería... fusionar las dos propuestas.

¿Qué?

—La creatividad del equipo de Camila y la estrategia digital del equipo de Gael se complementan a la perfección. Así que los elegimos a los dos.

Hubo aplausos.

Yo no aplaudí. Yo estaba tratando de procesar el hecho de que ahora tenía que trabajar con él.

A mi lado, sentí esa presencia. Ese maldito perfume caro y su voz, pegada a mi oído:

—El universo nos quiere juntos.

Me giré lentamente.

—El universo quiere que yo pierda la cordura.

—Y yo estoy encantado de ayudarte con eso.

No lo empujé solo porque había ejecutivos de Spark Energy presentes. Y también porque estaba usando tacones, y si me caía después, iba a ser peor.

El director nos llamó a ambos.

—Camila, Gael. Necesito que trabajen como un solo equipo desde hoy. Reúnanse, fusionen ideas, establezcan nuevas fechas. Confío en ustedes.

Lo miré.

Él me miró.

Y los dos dijimos al mismo tiempo:

—Por supuesto.

Aunque por dentro yo gritaba.

Perfecto. Ahora no solo era mi rival para ese bendito ascenso, ahora era mi vecino y también mi compañero de proyecto.

Definitivamente, el destino estaba jugando conmigo.