Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 10 – La visita inesperada
El campus estaba decorado con cintas azules y doradas. Las flores en los jardines brillaban bajo el sol de primavera, y el ambiente se llenaba de orgullo, nerviosismo y emoción. Ana caminaba por el pasillo central con una mezcla de sensaciones encontradas. Estaba a punto de graduarse. Contra todo pronóstico, contra toda tristeza, contra todo abandono.
Sus pasos eran lentos, y una mano se apoyaba instintivamente sobre su vientre. Los gemelos estaban inquietos ese día, como si presintieran que algo importante estaba por suceder. Ella, sin embargo, trataba de mantenerse tranquila. Solo faltaban unas semanas para el parto, y su enfoque estaba en avanzar, prepararse, construir el nido para sus hijos.
Lo que no esperaba era que el pasado tocara la puerta con tanta fuerza.
—¿Ana Camargo?
Se giró. Y entonces, su corazón se detuvo por unos segundos.
Ahí estaban.
Sus padres.
Y su hermana menor, Valeria.
Con maletas. Con rostros tensos. Con el juicio brillando en los ojos.
—¡Mamá… papá! —exclamó, tragando saliva.
—Querida, ¡vinimos a sorprenderte! —dijo su madre con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. Tu padre quería estar presente en tu graduación. Estamos tan orgullosos…
La frase murió al ver el bulto evidente bajo la toga universitaria.
Un silencio pesado cayó sobre los tres.
El rostro de su padre se endureció.
Su madre palideció.
Valeria, en cambio, solo la miraba con confusión y una pizca de tristeza.
—¿Estás… embarazada? —susurró su madre, sin moverse.
Ana tragó saliva.
Asintió lentamente.
—Sí. Estoy en mi octavo mes. Son… gemelos.
La tensión explotó.
—¡¿Gemelos?! —su padre dio un paso al frente, el tono de su voz áspero, hiriente—. ¿Así nos recibes? ¿Con esta… humillación?
—Papá… —intentó hablar Ana.
—¿Es por eso que no volviste? ¿Por eso no respondías nuestras llamadas? —interrumpió su madre, ahora visiblemente molesta—. Nos hiciste quedar como unos idiotas. ¡Toda la familia en México piensa que estás estudiando como una señorita decente!
—Lo estoy haciendo —dijo Ana con firmeza—. Estoy a punto de graduarme. Sola. Con el peso de todo esto. Sin ayuda de nadie.
—¡Por tu culpa rompiste el compromiso con un hombre honorable! —exclamó su padre—. Y en su lugar… ¿te embarazas de cualquiera?
Ana sintió cómo una lágrima descendía por su mejilla, no por tristeza… sino por rabia contenida.
—¡No fue cualquiera! —respondió con firmeza—. No fue planeado, pero tampoco fue algo vacío. Fue real. Y ahora están ellos —se llevó ambas manos al vientre—. Mis hijos. Mis decisiones.
—¡No tenías derecho! —soltó su madre, fuera de sí—. ¡Nos desobedeciste! ¡Traicionaste nuestros valores!
Ana dio un paso atrás. Sentía que todo el dolor que había enterrado salía de golpe. El miedo. El abandono. La decepción. Pero también, por primera vez, sintió otra cosa: fortaleza.
—Ustedes me mandaron aquí para castigarme —susurró, con voz temblorosa—. Me dejaron sola cuando más los necesitaba. Me hicieron sentir como una carga, como un error.
—¡Eras una vergüenza! —gritó su padre.
—¡No! —gritó Ana—. ¡Ustedes lo eran! Porque no supieron amarme. No me apoyaron cuando me caí. Solo querían una hija perfecta, una muñeca obediente. ¡Pero yo soy real! Y estos niños también lo son. Y si no pueden aceptarlo, entonces mejor no estén.
Su madre lloraba en silencio. Su padre estaba rojo de furia. Y Valeria… solo la miraba, con lágrimas en los ojos.
—Ana… —susurró su hermana—. Yo… estoy orgullosa de ti.
Las palabras de Valeria fueron como un bálsamo.
—Gracias —dijo Ana, y la abrazó con fuerza.
Sus padres no dijeron nada más. Solo se dieron la vuelta y salieron del campus, dejando una mezcla de rabia y vacío tras ellos.
Ana se sostuvo como pudo.
Respiró hondo.
Acarició su vientre.
Y entonces, al fondo del pasillo, una figura alta y elegante apareció.
Lían.
Él lo había visto todo desde la distancia.
Caminó hacia ella sin decir nada.
La abrazó.
Y solo dijo una frase:
—Ahora entiendes por qué no pienso dejarte sola nunca más.
Ana lloró en su pecho. Pero esta vez, no de tristeza.
Sino de libertad.