Seraph, Un Amor Imposible.

Horas antes…

Lester caminaba hacia la salida de su empresa con paso firme.

El trato con los coreanos había sido un éxito rotundo, y aunque su rostro mostraba satisfacción, por dentro sentía un extraño vacío.

Su hija Leila se había marchado con Baster; más tarde se reunirían todos en la mansión para celebrar el nuevo negocio, el que consolidaría por fin el imperio familiar.

El chófer aguardaba en la entrada.

Lester se detuvo un instante, observando el cielo grisáceo sobre los edificios.

Ya no sentía aquella presencia, esa sensación celestial que le recordo sus culpas.

El silencio a su alrededor era absoluto… demasiado absoluto.

Ya en el coche, dejó escapar un suspiro.

Durante el trayecto, recordó la cercanía de la muerte que había sentido en días pasados y, a la vez, la cálida luz que alguna vez creyó venir del cielo.

Pero esa luz ya no estaba.

Solo quedaba la soledad.

Al llegar a la mansión, Stella lo recibió con una sonrisa que parecía traer de vuelta la vida.

Corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

—Padre, la cena está lista —dijo con alegría—. Pedí tu platillo favorito. Supuse que traes buenas noticias.

—Así es —respondió Lester, exhalando satisfacción—. Tu hermana cerró el trato con los coreanos. Esta fusión nos hará imbatibles.

Stella lo miró con orgullo.

—Padre… Leila es igual a ti. Al menos para los negocios.

Lester sonrió, acercándose para acariciar su mejilla.

—Lo es. Pero tú… tú eres como tu madre —dijo con voz suave—. Eres mi remanso de paz. Son tan distintas, tú y Leila: ella tan ambiciosa como yo, y tú… con esa mirada que calma el alma.

Stella sonrió con timidez.

—Creo que con una hija como Leila tienes suficiente, padre. —Le tendió una copa de vino—. Tu favorito.

Lester tomó la copa, complacido.

—Gracias, hija. Tú sí me entiendes. Leila ni siquiera me dejó brindar…

No alcanzó a terminar la frase.

El gesto se quebró en su rostro, y su mano soltó la copa.

El cristal se estrelló contra el mármol.

Un dolor agudo lo atravesó el pecho.

Sus piernas cedieron.

—¡Papá! —gritó Stella arrodillándose junto a él—. ¡Papá, mírame! ¡Respira! ¡Por favor!

El mayordomo, Franco, irrumpió en la sala.

—¿Señorita Stella? ¿Qué ocurre?

—¡Mi padre! Llama a una ambulancia, ¡ya!

Los minutos se convirtieron en eternidades.

Cuando los paramédicos llegaron, Stella ya tenía el rostro empapado en lágrimas.

Uno de ellos revisó el pulso, el otro preparó el desfibrilador… pero no hubo oportunidad por más intentos que se hicieron, Lester había cruzado al otro mundo.

.

—No hay nada que hacer —dijo con voz apagada—. El señor Brekman ha sufrido un infarto fulminante. Dijo el paramédico.

El grito de Stella resonó en toda la mansión.

En ese momento, el auto de Leila se detuvo frente a la casa.

Vio la ambulancia, las luces parpadeantes, y su corazón se encogió.

—Mi padre… —susurró, saltando del coche antes de que Baster pudiera detenerla.

—¡Leila, espera! —gritó Baster, siguiéndola.

Leila atravesó el vestíbulo y encontró a su hermana arrodillada, sosteniendo entre sus brazos el cuerpo inerte de Lester.

El silencio era absoluto, roto solo por los sollozos ahogados de Stella.

—¿Qué… qué pasó? —preguntó Leila, con la voz temblorosa.

—Papá murió —dijo Stella sin mirarla, apenas un hilo de voz—. Se fue… así, de repente.

Leila retrocedió un paso.

El mundo se le desmoronó en un instante.

No podía ser. No ese día. No su padre.

Su mente se negaba a aceptar que la persona que más admiraba —su mentor, su cómplice, su héroe— se hubiera marchado sin despedirse.

Sabía que la enfermedad lo acechaba… pero no tan pronto.

No así.

No cuando todo comenzaba a salir bien.

Cuando Seraph regresó a la mansión, el silencio lo recibió como un golpe.

No necesitó mirar para saberlo: el alma de Lester ya no estaba.

Su luz había partido… y él no había estado allí.

Una voz interior retumbó en su mente:

“Ningún ángel abandona su misión antes de cumplirla.”

Seraph cayó de rodillas, invisible, sintiendo cómo el eco de su error se expandía en la eternidad.

Había elegido a Cameron, había cedido a su compasión… y con ello había roto el equilibrio.

Por su descuido, Lester había partido sin redimirse, arrastrando consigo secretos oscuros que jamás saldrían a la luz.

Secretos que se convertirían en sombras sobre la vida de sus hijas,

tejiendo una cadena de tragedias que el cielo ya no podría deshacer.

Seraph alzó la vista, con el corazón desgarrado.

Sabía que cada lágrima futura de Leila y Stella sería el precio de su desobediencia.

Y en el firmamento, por primera vez, la luz pareció darle la espalda.