habla de la vida y los desafíos de un chico gay el cuál se desarrolla en medio de un país latinoamericano
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La encrucijada
El tercer grado comenzó con la misma maestra, la Sra. García, una mujer estricta y distante que ya conocía a Matías desde el segundo grado. Aunque el ambiente en la nueva escuela era menos hostil que en la anterior, Matías seguía luchando con sus propios demonios internos.
A medida que crecía, Matías comenzó a sentir una creciente atracción hacia sus compañeros varones. Era un sentimiento confuso y abrumador para él, especialmente porque sabía que era diferente y que esa diferencia podría no ser aceptada por aquellos a su alrededor. Intentaba reprimir sus sentimientos y actuar como los demás esperaban que lo hiciera, pero su corazón y su mente no podían evitar sentirse atraídos por lo que no podía explicar completamente.
La relación con la Sra. García se volvió más distante con el tiempo. Durante las clases, Matías notaba cómo la maestra evitaba dirigirle la palabra o interactuar con él más de lo necesario. Se sentía cada vez más solo y aislado, sin un adulto en quien confiar en la escuela.
Matías, buscando amistad entre sus compañeros, se acercó a Jeherlis, una compañera de clase con quien había compartido algunas conversaciones. Jeherlis, sin embargo, parecía interesada solo en pedirle ayuda con las tareas. Aunque Matías anhelaba una verdadera amistad, no se daba cuenta de que estaba siendo utilizado por otros sin recibir nada a cambio.
El día de amor y amistad, la Sra. García organizó una actividad en la que los estudiantes debían colocar cartas en bolsillos con el nombre de cada uno, expresando su aprecio y cariño hacia sus compañeros. Matías, emocionado por la posibilidad de recibir una muestra de afecto, observó con esperanza mientras los demás estudiantes intercambiaban cartas y sonrisas.
Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, Matías notó con tristeza que ningún sobre llevaba su nombre. Las miradas de compasión y las risas contenidas entre algunos de sus compañeros no hicieron más que confirmar su sensación de ser invisible y rechazado. La soledad pesaba sobre sus hombros como una losa, recordándole cuán diferente se sentía de los demás.
Esa noche, en su habitación, Matías se sentó en su cama y reflexionó sobre el día. Las palabras hirientes de su padre resonaban en su mente, recordándole que nunca sería aceptado si seguía siendo quien era. Las lágrimas de frustración y dolor corrieron por sus mejillas mientras se preguntaba qué había hecho para merecer ser ignorado y marginado de esa manera.
Jeherlis, ajena al tormento interno de Matías, continuó su vida escolar sin mirar atrás. Para ella, la interacción con Matías era simplemente una conveniencia para obtener ayuda académica, sin considerar los sentimientos o el dolor que podría estar experimentando.
Con el tiempo, Matías comenzó a resignarse a su situación, llevando consigo una carga emocional cada vez más pesada. La esperanza de encontrar amistad genuina y aceptación se desvanecía lentamente, reemplazada por una sensación de resignación y desapego hacia los demás.
Matías, atrapado en un laberinto emocional, se aferraba a los momentos de tranquilidad que encontraba en la música y el arte. Pasaba horas en su habitación, dibujando paisajes imaginarios y escuchando melodías que evocaban emociones que no podía expresar abiertamente. Eran sus refugios, donde podía ser él mismo sin temor al juicio o la burla.
Pero incluso en esos momentos de soledad, la voz crítica de su padre resonaba en su mente. "¿Por qué no puedes ser como los demás niños?", se preguntaba a sí mismo con angustia. La presión de encajar en los moldes de lo que se consideraba "normal" se volvía cada vez más asfixiante. Matías anhelaba desesperadamente la aceptación, pero cada intento de abrirse al mundo parecía empujarlo más hacia la oscuridad de su propio dolor interior.
A medida que avanzaba el año escolar, Matías se encontró cada vez más aislado. Sus compañeros, lejos de aceptarlo, intensificaban sus burlas y desprecio. Las risas y los murmullos detrás de su espalda se volvieron una constante que no podía ignorar. Incluso en los momentos de clase o recreo, sentía la mirada de desaprobación clavada en su espalda como un puñal.
La única luz en su vida era Lucía, su amiga de confianza desde la infancia. Aunque iban a diferentes escuelas, Lucía seguía siendo su ancla en medio de la tormenta. Pasaban horas en el teléfono, compartiendo secretos y risas que eran un bálsamo para el alma herida de Matías. A través de sus conversaciones, encontraba la fortaleza para enfrentar otro día en el laberinto de la adolescencia, donde cada esquina escondía una nueva prueba de su resistencia emocional.
Pero incluso la presencia reconfortante de Lucía no podía llenar el vacío que sentía en el corazón. Los fines de semana, cuando estaba solo en casa, Matías se encontraba inmerso en un océano de pensamientos oscuros y preguntas sin respuestas. Se preguntaba si algún día encontraría el coraje para ser quien realmente era, sin importar las consecuencias.
El peso de la decepción y el dolor se volvió tan abrumador que Matías comenzó a perder interés en las actividades que solían traerle alegría. Sus dibujos se volvieron borrosos y carentes de vida, reflejando el torbellino emocional que lo consumía por dentro. La música, una vez su refugio seguro, se convirtió en un recordatorio constante de sus luchas internas y la incapacidad de escapar de ellas.
Cada día se volvía una batalla para mantener la cabeza en alto y encontrar una razón para seguir adelante. El simple acto de levantarse de la cama se convirtió en un desafío monumental, enfrentando un mundo que parecía determinado a rechazarlo en cada paso que daba. Matías se aferraba a la esperanza frágil de que algún día, encontraría el valor para levantar la voz y ser escuchado, sin importar cuánto le costara.
estoy en secundaria y me va un poco mejor pero sigo con las inseguridades autoestima baja y ataques de ansiedad,la vergüenza y el pánico social,en fin,te comprendo