La Puerta Negra

Diana no tenía otra cosa que hacer más que entregarse a su destino, solo esperaba no meter en un lío a la hermana sol Inés y que no la votaran en la noche, no tendría a donde ir. Miro al sacerdote que aún estaba mirándola de arriba abajo, como analizado la situación, luego de un silencio inmenso, que se sintió por horas al fin hablo.

- Puedo pasar, dijo el sacerdote.

- Adelante, contestó ella.

Mientras le indicaba tomar asiento en una pequeña silla en un rincón de la habitación.

Así lo hizo el sacerdote mientras ella tomó asiento en el borde de la cama.

- ¿Quién eres, qué haces aquí, que edad tienes? Preguntó el sacerdote.

- Mi nombre es Diana, yo fui criada aquí, tengo dieciocho años. Contestó ella.

- ¿Por qué estás aún aquí, sabes que está en contra de las reglas verdad? Le cuestionó él.

En ese instante la hermana sol Inés hizo entrada en la habitación, fue alertada por un niño que vio como el sacerdote seguía silencioso a Diana hasta la habitación, está al enterarse fue corriendo tras ellos.

- Buenas tardes, permiso. Dijo la hermana sol Inés. Si me lo permite puedo explicarle en privado lo que aquí acontece. Exigió ella.

El sacerdote aceptó que la hermana sol Inés le explicará lo sucedido, para ello Diana salió de la habitación, cerrando a su paso la enorme y vieja puerta negra, salió a coger un poco de aire fresco, su cara reflejaba preocupación. Su jefe había regresado por la zona en su auto cuando la vio en ese estado. Se bajó del auto y fue tras ella.

- ¿Qué ocurre Diana? Le preguntó preocupado.

Ella lo miró asombrada

- ¿Qué haces aquí, acaso me espías? Le dijo algo molesta.

- Ese no el punto, dime qué te ocurre para que estés así llorando en plena calle.

Era tanto el tormento de Diana que no se había percatado que estaban llorando a mares, seco sus lágrimas automáticamente sin mirar a Diego, ya su día estaba lo bastante mal como para lidiar con el ahora.

- Nada, no pasa nada, fue una basura que me cayó el ojo, gracias no te preocupes, le dijo ella aun sin mirarlo a los ojos.

- Mira tranquila, yo pasé de casualidad y te vi, ven, vamos a ese restaurante de ahí, te invito a comer algo en lo que tu ojo se cura, prometo no hablar nada. Le dijo él.

La verdad era que Diego se estaba enamorando en verdad de Diana, ya no era por su rechazo, ni por su indiferencia. Verla tan pura, frágil e ingenua había despertado en él un sentimiento de cuidado absoluto sobre ella, le interesaba en verdad así que verla llorar le molestaba mucho y quería al menos que su humor cambiara para bien, aunque sea un poco. Daba igual que no le contara lo ocurrido.

Diana se lo pensó un poco, pero sin otras opciones para tomar decidió aceptar, al final era su jefe, una persona conocida ya, nada malo podría pasar el ir juntos. Él sonrió de la emoción. Fueron juntos, al entrar y tomar asiento él cumplió su promesa, no dijo ni una sola palabra, cenaron y poco a poco se le notaba Diana más calmada, de vez en cuando ella lo miraba, en los momentos en que él no prestaba atención.

Al terminar la cena el pago por todo y ella me agradeció. Fueron caminando hasta la entrada del orfanato, la cara de Diana volvió a contraerse de la preocupación.

- ¿Qué ocurre Diana? Volvió a preguntar si jefe.

- Nada de verdad.

Diana temía regresar dentro y que fuera expulsada de allí, su jefe insistió nuevamente y ella terminó contando su situación, esto que me ocurría reforzó aún más las ganas de cuidar de ella y le invito a que fuera a su casa al menos por esa noche y regresara en la mañana para ver la decisión del sacerdote. También le dio la opción de esperarla fuera por si tenía que marchar no tuviese que dormir en la calle.

Diana terminó aceptando la última opción, ver a Diego allí tan preocupado por ella y sin dobles intenciones le dió un poco de vergüenza por su manera de pensar sobre su persona, esa noche había sido su caballero protector, su ángel guardián. Me dió las gracias en ingreso en el orfanato, en cuanto supiese si veredicto saldría a informarle.