En desarrollo
Larry Russo es un CEO italiano que decide comenzar su vida en Nueva York luego que su prometida Aurora muere de un disparo en la cabeza en un asalto.
Años después se cruza con Abigail, una profesora de la universidad donde él impartía una conferencia, donde él queda prendado de ella por el enorme parecido con su novia fallecida. El destino da un tire y jale en la vida de Abigail, cuando la madre de ella necesita un trasplante de hígado para vivir.
Larry y Abigail, entrecruzan sus vidas y el destino les tiene un contrato.
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IV.
ABIGAÍL GRUBSTEIN
Larry Russo me jaló hasta afuera del bar, era muy mala tolerando el alcohol, me sentía mareada, pero aún así, tenía consciencia de lo que estaba sucediendo.
Absolutamente, nadie puede decirme como actuar, que hacer, dónde ir y con quién ir. Solo yo tengo el control de mis acciones.
Le di una cachetada cuando dijo, que no podía hacer las cosas con esta cara. Esas palabras me dolieron hasta el alma, soy una mujer bella, atractiva, joven e inteligente.
Entré de nuevo al bar y continué la diversión con mis amigas. Después de un par de horas regresé a mi casa.
Pasé todo el día en la cama. Me dolía la cabeza. Me levanté y fui a mi refrigerador, no había jugo de naranja, ni naranja. Me di una ducha y me puse algo de ropa ligera, ya que hacía un poco de calor.
Mientras manejaba hacia el supermercado, recordé al tonto de Larry y la cachetadota que le di. Me sentí furiosa solo de recordar.
¿Quién soy? Soy Abigaíl Grubstein, una mujer de 25 años que está cumpliendo sus sueños trabajando como profesora de Economía de la universidad H.
Debería llamar a mi madre un día de estos.
Llegué al supermercado. Empecé a caminar entre los pasillos, tomando productos que podría necesitar. Iba a aprovechar para adelantar las compras de la semana.
Por designios de la vida tenía de frente al pedante mal educado de Larry. Él llevaba una carretilla con algunas botellas de vino.
Caminé a un lado de él, sin dirigirle la mirada, sin saludarlo. Él hizo lo mismo. Llegamos a la caja al mismo tiempo. Le cedí el espacio, tomé la carretilla y continué dando vueltas por el supermercado. Cuando vi que él ya había salido del supermercado, me fui a pagar a caja.
Salí con unas bolsas en la mano.
— Presta te ayudo— Larry había tomado las bolsas de mis compras, no me había dado tiempo para rechazarlo.
Él caminó hasta mi auto.
—¿Cómo sabes que este es mi auto?
— El día que fui a la universidad, vi que bajaste de este auto.
Le arrebaté las bolsas de sus manos.
— Gracias. Yo puedo sola.
— Está bien. Solo quería mostrar un poco de amabilidad.
— Ya lo demostraste. Gracias. Puedes retirarte.
— Eres grosera.
— Y tú un metiche. Jamás te pedí ayuda.
— Dolieron esas palabras. Espero que jamás me pidas ayuda— Larry sonrió.
Él se fue y yo metí las bolsas en la parte trasera del auto. Subí al auto y me fui a mi departamento.
¿Por qué verle la cara a ese tipo me da mal humor? No lo soporto. Y tu cerebro, deja de pensar en ese estúpido arrogante.
Mi mamá me llamó.
— Hola mamá, pensaba en llamarte.
— Hija, puedes venir el próximo fin de semana, me gustaría verte.
—¿Pasó algo madre? Te escucho algo rara.
— No pasa nada. Solo que tengo un poco de nostalgia, quiero verte.
— Está bien— Colgué la llamada.
Guardé las compras.
Mi mamá (Cristina) vive en Miami, ella vive con mi tía Leila. Antes de venir a New York, éramos las tres. Mi mamá después de la muerte de mi padre, se dedicó únicamente a mí. No somos personas ricas, que tengamos dinero, pero si nos hemos esforzado para tener nuestras propias cosas. Mi mamá es enfermera y trabaja en un hospital. Mi tía Leila tiene una floristería en la casa.
El lunes pido permiso para faltar esa semana. Tengo la intuición de que algo le pasa a mi mamá.
No me aguanté y llamé a mi tía.
— ¿Qué es lo que realmente le sucede a mi mamá? No me ocultas nada. Ella me llamó hace rato y su voz era rara.
— Hola Abi, no puedo decirte nada. Si pasa algo, pero es tu mamá quien quiere darte la noticia.
— Pero dime.
— Voy a colgar, tu mamá viene y no quiero tener problemas con ella.
Sentí como una corriente helada venía de mi cabeza hasta mis pies. Mi estómago empezó a temblar y mis lágrimas salieron. Me mataba la noticia que no sabía, puede que no sea malo y sea algo bueno, pero me dejaron preocupada.
Llamé inmediatamente al decano, Le pedí directamente el permiso. Necesitaba viajar mañana a primera hora. Busqué una maleta y la preparé con lo que iba a llevar.
De New York a Miami, el vuelo duraba unas tres horas. Llegué a Miami. Tomé un taxi y llegué a casa de mi mamá.
Mi madre estaba barriendo el patio. Cuando ella me vio, se acercó y me abrazó.
— Dime qué sucede.
— Vamos adentro— Entramos a la casa.
— Tengo una enfermedad hepática y necesito un trasplante de hígado.
— ¿Cómo así? ¿Por qué nunca me dijiste que padecías del hígado?
— Enfermedad hepática crónica en etapa terminal, eso me dijo el médico. Pensé que podía ser curada, pero ya los síntomas me están matando. Hace unos meses renuncié.
Llevé mi mano a la cara. Me culpé por dentro, ya que tenía muchos meses de no venir, pensaba que con llamarla era suficiente. Confiaba que todo estaba bien.
— Puedo donarte una parte de mi hígado.
— Podrías, Pero, somos dos grupos distintos de sangre al igual que Leila.
—No perdemos nada, que nos hagan una prueba de compatibilidad. Madre, hay que luchar juntas. Quiero que vengas a New York conmigo.
— No. Aquí nací, aquí moriré. Mis raíces están aquí, mis padres están enterrados aquí.
— No seas así mamá. Vende está casa y véngase las dos conmigo.
— No quiero molestarte.
— Tía ayúdame.
— Cristina ve con tu hija, yo me quedo cuidando la casa, si es porque está casa es tan valiosa para ti, yo la voy a cuidar. Tal vez Abi es compatible contigo y ella es tu donadora, sabes que yo te daría mi hígado, pero no somos compatibles.
Una hora convenciendo a mi madre hasta que por fin cedió. Preparé su maleta y viajamos a New York.
Esa semana la llevé al hospital, nos hicimos la prueba de compatibilidad y salió negativa.
— ¿Por qué doctor? Soy su hija.
— Voy a ponerla en la lista de personas que esperan hígado para trasplante, si hay alguien que quiera donar, usted lo trae y le hacemos las pruebas. El trasplante es urgente.
Llegamos a casa (mi departamento es mi casa). Mi madre tiene un espíritu fuerte. No lloró en el consultorio ni en el camino, era como si ya estuviera resignada.
— Tienes una casa bonita, un auto cómodo y trabajas de profesora que era tu sueño, solo te falta una cosa, encontrar un hombre que te ame y valore.
— No necesito un hombre para ser feliz.
— Me gustaría verte llegar al altar antes de morir. — unas lágrimas rodaron por la mejilla de mi madre.
Si en algo era débil y era ver llorar a mi madre. Ella es mi debilidad.
son cortas y sin tanto enredo felicidades y más que agradecida por tan linda labor
felicidades
Exitos Éxitos Éxitos