Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 7
Desde que había entrado en la iglesia, pudo ser testigo de como niños especiales como Jeremy Jr. eran usados hasta su muerte. Por eso, es que había intentado evitar usarlo; sin embargo, ya no había opción. Solo dos tipos de sangre eran capaces de hacer frente a demonios y objetos malditos: la sangre de los papas y la sangre de los santos.
Para personas del común como él, siendo que en su caso solo era un miembro de la iglesia enfocado en la investigación, necesitaban hacer uso de herramientas benditas para sellar la oscuridad. Así que, luego pensarlo en silencio varios minutos, caminó a la puerta para hacer que el joven mayordomo volviera a entrar en el despacho.
"Y eso que no le he dicho que Jeremy Jr. está destinado con la última princesa"
Fueron las palabras de la abuela Baba, sumida en sus pensamientos, mientras observaba a Scott dejar pasar al chico. La anciana sabía muy bien el peligro que deparaba, pero no podía negarse ante el destino.
Por lo menos, las princesas tenían una oportunidad de salvar su corazón, si se lo entregaban al destinado correcto. Lo que tendría que hacer Jeremy Jr. era facilitar el camino de ellas luchando contra aquellos demonios. En silencio, fue testigo de como Scott hablaba de su plan con el protegido de los duques.
—Entonces... ¿Puedo luchar contra un demonio?—preguntó lleno de curiosidad.
—Usando tu sangre, sí—respondió Scott—pero el modo en que lo hagas será prioritario.
El joven mayordomo recibió el libro donde comenzó a leer acerca de los demonios que acosaban a las princesas. Al parecer, los íncubos eran demonios ancestrales, nacidos de la primera mujer de Adán. Seres que robaban la virginidad de jóvenes puras, mientras el Maligno se encargaba de recolectar la virginidad de mujer hipócrita.
—En el mundo existen muchas formas de sellar a un demonio—habló la abuela Baba—una de ellas es usar objetos creados puramente de la sangre.
Sin explicarle que su sangre era especial, Jeremy accedió aportarla para poder construir los objetos necesarios para sellar a un demonio. Si todo iba bien, no solo servirían para sellarlos, sino que morirían una vez dentro de ellos.
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El resto del día fue mal en peor, ni siquiera pudieron descansar Anastasia y Beatrice. Entre el bullicio de los empleados asesinados, la desaparición de su tercera hermana y el escándalo mientras sacaban el closet de la habitación de ellas, el ruido era insoportable.
—¿Será que Cosett al fin estará con su destinado?—le preguntó Beatrice.
—Espero que sí—respondió Anastasia—somos tan felices con los nuestros, estoy segura de que ella también lo estará.
Ambas princesas, con sus ojos oscuros, desprovistos de brillo, miraban al techo desde sus respectivas camas. No sentían dolor, no sentían tristeza ni miedo alguno. La dicha era muy grande y no creían que aquellos hombres le hicieran daño.
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La duquesa Serena, madre de las doce princesas bailarinas, mal llamadas así en burla por parte de muchos en el reino, pidió hablar con su esposo. El duque Jeremy, al llegar a la mansión, subió enseguida para ir con su esposa.
Al verla tan mal, sentada con la cabeza baja, su corazón se destrozó. No habían tenido un solo día de felicidad completa desde el nacimiento de sus hijas. Así que si él estaba al borde del colapso, su esposa, la mujer que dio a luz a sus dos hijas, lo estaba de la locura.
—¿No es el terreno del castillo, un campo santo?—preguntó la duquesa—¿Crees que si le pedimos ayuda a la reina, ella acepte hospedar a nuestra tres hijas?
El duque Jeremy quedó pensativo, pudiera ser una opción para ralentizar la maldición que sus tres hijas mayores quedaran bajo la custodia de la reina en el castillo, en lo que él seguía investigando la desaparición de Cosette. Sin embargo, tenía que primero hablar con Scott y la abuela Baba.
Cuando el duque se reunió con la abuela Baba, después de que esta le dijera que Scott se encontraba revisando información con respecto a los demonios, la anciana le confirmó que era una buena idea que las princesas mayores estuvieran en terreno santo. De ese modo, sería más difícil que los demonios llegaran tan rápido a ellas.
—Abuela Baba, por favor, vaya con ellas y cuídelas—le imploró el duque—si van por orden, hoy le tocaría a Diana y con lo que ha pasado, mi esposa y yo no aguantamos más.
—Cuente conmigo, duque—lo calmó—así sea lo último que haga, intentaré salvarlas.
Esa misma tarde, antes del atardecer, mientras alistaban el carruaje para llevárselas al castillo, después de la aprobación dela reina, fue apenas que Scott salió de su despacho. Jeremy Jr., pálido por haber dado una parte considerable de sangre, se apoyó de varios de sus compañeros.
Observando como se llevaban al joven mayordomo al carruaje junto con las dos princesas, Scott guardó en un pequeño cofre cuartas cartas rojizas. Sin tener nada escrito, lo único que se llevó fue dicho cofre, la daga plateada y los libros de demonología.
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La reina Irene, quien por fin había llegado a la capital real, luego de dar la bienvenida al sultán del reino vecino, supo enseguida lo que estaba pasando con las hijas de la duquesa de Rosaria.
Siendo la media hermana de las doce princesas bailarinas, adoraba con locura a su querido padre. Por ende, aceptó sin reserva alguna tener a tres de sus hermanas con ella, para protegerlas todo lo que pudiera.
Sabiendo que habían salido corriendo del ducado, ordenó tener listos sus aposentos con la ropa necesaria para pasar los primeros días en el palacio. Ya después mandarían a buscar algunas de sus pertenencias.
—¡Su majestad!—se arrodilló Scott—gracias por recibirnos.
—No, al contrario—respondió aguantando las lágrimas—¡Gracias por ayudar a mis hermanas!
Irene observó con dolor como Anastasia y Beatrice, cansadas y con los pies vendados, eran cargadas por dos mayordomos. Entendiendo que necesitaban atención médica, ordenó llevarlas de inmediato a descansar mientras los médicos las revisaban.
Caminando hasta su hermana Diana, Irene la abrazó con fuerza para calmarla. Sabía que estaba aterrada porque fuera su turno. No obstante, tenía fe que al menos esa noche la pasaran en paz sus tres hermanas.
Luego de eso, la reina se acercó hasta Jeremy Jr., y al verlo pálido, acarició su cabello con dulzura maternal. El joven, aunque no era hijo biológico de su padre, se había ganado un lugar en la familia y ella lo consideraba como un hermano.