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Cap 5
Deseo Concedido ❣️
Capitulo 5
El bosque de acebo que se cernía ante Sofía era oscuro a pesar de que la luna llena irradiaba un esplendor magnífico. La primera vez que vio aquel bosque plagado de acebo, maravillosos pinos y robles, fue la noche que llegó con John y sus hombres.
Allí se despidió de su buen amigo para nunca más saber de él. «¿Qué habrá sido de su vida?», pensó mientras caminaba junto a lord Draco, su gentil y cansado caballo, que John, aquel fatídico día, se acordó de rescatar.
Lord Draco era un caballo viejo, de color pardo y ojos cansados que revelaban sus veinte años de edad. Pero Sofía lo adoraba. Nunca olvidaría el día que sus padres se lo regalaron. Tenía seis años, poco menos que ahora Zac, por lo que ambos crecieron juntos, y juntos habían vivido muchos momentos buenos y malos.
Aquella noche, tras salir sigilosamente de su casa, Sofía llegó hasta donde los feriantes acampaban y no se percató de que unos ojos divertidos e incrédulos observaban todos y cada uno de sus movimientos.
Con sigilo, Sofía se acercó al carromato donde la rolliza Fiona y su marido dormían. Con rapidez, echó algo que llevaba en las manos dentro de un recipiente de barro. Tras aquella acción, con la misma tranquilidad y sigilo con que llegó, se marchó.
Duncan, que había estado esperando su aparición durante un buen rato, se quedó maravillado al verla. La joven había irrumpido ante él vestida como un muchacho.
Nada de vestidos, de cabellos al viento, ni delicadeza al caminar. Ahora, aquella joven llevaba unos pantalones de cuero marrón, una camisa de lino, una vieja capa oscura y unas botas de caña alta, que facilitaban sus movimientos, mientras que su pelo estaba recogido en una larga trenza bajo un original pañuelo. Duncan, con la boca seca, observó desde las sombras sus controlados movimientos y no pudo dejar de reír cuando vio que ella derramaba algo dentro de la vasija. Al verla desaparecer entre los árboles, se puso en marcha. Tenía que alcanzarla.
—¿Qué hace una muchacha andando sola por el bosque a estas horas?
Al escuchar aquellas palabras, Sofía se paró en seco.
«Maldita sea. ¿Qué hace éste aquí?», pensó Sofía volviéndose hacia él.
Su aspecto era inquietante. Ahora estaba limpio y aseado. Incluso se le veía guapo. Su bonito pelo castaño se mecía por encima de los hombros desafiando al aire, mientras sus penetrantes ojos verdes la escrutaban. A punto de soltar un suspiro, sin saber por qué, llevó su mirada hacia su sensual boca, la cual, según había oído a las mujeres, era una boca cálida y suave para besar. Realmente, aquel hombre era una auténtica provocación. Pero ¿qué hacía allí mirándola con aquellos ojos inquisidores?
—Estaba dando un paseo con mi caballo, señor —aclaró tomando con fuerza las riendas de lord Draco, que resopló al sentir compañía.
—¿Vestida de muchacho? ¿Y echando pócimas en el agua de los demás?
—Pero ¡bueno! ¡Qué desfachatez! —se enfadó Sofía cambiando de postura—.
¿Me has estado espiando, miserable gusano?
Sus ojos se agrandaron como platos al darse cuenta de cómo había hablado al laird McRae, a El Halcón, y comenzó a preocuparse por las consecuencias que aquello acarrearía a su familia. Levantando las manos a modo de disculpa, habló:
—Oh… Dios mío. Disculpad mis palabras, señor. Tengo el horrible defecto de hablar antes de pensar.
—¿Por qué no me sorprende? —Levantó una ceja divertido—. Tranquila, no te preocupes. Pero por experiencia te diré que las cosas se tienen que pensar antes de decirlas.
Al escucharle, ella suspiró.
—Tenéis razón, señor —asintió provocándole una sonrisa al mostrar una expresión de estupor y bochorno.
—Yo no diré nada, si tú prometes no hacerlo también. No quisiera que la gente perdiera el miedo que me tiene —respondió acercándose más a ella, dejando latente su increíble estatura y su porte de guerrero.
—Os lo prometo, señor —asintió dándose la vuelta. Agarrando con fuerza las riendas de lord Draco, comenzó a andar—. Buenas noches, laird McRae.
—Duncan —solicitó asiéndola del brazo—. Mi nombre es Duncan y no sé por qué extraño juicio has decidido seguir llamándome de otra manera.
—¿Otra vez con lo mismo? —protestó mirando al cielo de modo cómico—. Creo, señor, que os expresé lo que pensaba sobre ello.
—No pienso como tú, muchacha —aclaró maravillado por el desparpajo y gracia de ella—. Y si me permites, te acompañaré hasta tu casa.
—No necesito protección, señor. Y no os lo toméis a mal, pero no os lo permito —rechazó su oferta mordiéndose el labio inferior.
Él sonrió clavando su inquietante mirada verde sobre ella.
—¿Piensas rebatir todas mis órdenes? —insinuó apretándole el brazo.
—Por supuesto. No soy ningún guerrero —respondió dando un tirón para soltarse.
«Ay, Dios. Otra vez», pensó Sofía tras decir aquello.
Duncan, al ver de nuevo aquel gesto preocupado, dijo:
—¿Sabes? No tengo ganas de discutir. Te acompañaré —insistió, resuelto, caminando junto a ella.
Tras rumiar por lo bajo, cosa que hizo gracia a Duncan, ambos pasearon en silencio hasta que la oyó susurrar.
—¿Has dicho algo?
—Hablaba a lord Draco —respondió sin mirarle.
—¿Lord Draco es tu caballo? —preguntó extrañado por el nombre.
—Sí —asintió cerrando los ojos—. Fue el nombre que elegimos mi padre y yo.
—Curioso nombre lord Draco —reflexionó observando los gestos avergonzados de ella—. Nunca había conocido un lord de esta especie.
—Laird McRae, vuestro caballo es impresionante —dijo para desviar el tema, mientras le entraban ganas de reír por la absurda situación que estaba pasando.
—Duncan —corrigió señalándola con el dedo—. Y antes de que desates esa lengua viva que tienes, déjame decirte que me quedó muy claro que eres pobre y decente, pero también quiero que te quede muy claro que no te obligaré a que calientes mi lecho, ni nada por el estilo. Sólo quiero que me llames por mi nombre, como yo a ti te llamo por el tuyo. ¿Tan difícil es decir Duncan?
«¡Qué bonita es!», pensó el highlander.
—De acuerdo —sonrió dejándole sin aliento—. Duncan, vuestro caballo es una preciosidad.
—Dark es un buen caballo —respondió tocando el testuz del caballo, que a modo de agradecimiento frotó su hocico contra su mano—. ¿Sabes? Hoy me he dado cuenta de que mi caballo y tú tenéis el mismo color de pelo.
—¡Por san Ninian! —no ella al escuchar aquello—. Me han dicho muchas cosas, pero nunca que mi pelo era como el de un caballo.
—No he dicho eso —se defendió divertido al escucharla—. Sólo que tu color de pelo y el de Dark es el mismo.
—Pues ¿sabéis lo que os digo? —replicó Sofía cogiendo su trenza para ponerla junto al caballo—. ¡Qué tenéis razón! —Tras sonreír preguntó—: ¿Lleváis muchos años juntos?
—Tantos que nos entendemos a la perfección.
—Entiendo —asintió más relajada—. A mí me pasa lo mismo con lord Draco: a veces con mirarnos nos comprendemos. Incluso me ayuda cuando otros caballos se ponen tercos.
—¿Cómo?
—Mi abuelo se encarga de los caballos del clan McDougall —explicó mirando las estrellas—. Por norma, cuando nos traen un caballo nuevo, es él quien lo prepara, pero, cuando uno sale rebelde y salvaje, me lo deja a mí. —Retirándose con la mano un mechón de pelo continuó—: Mauled y el abuelo dicen que yo hablo con los animales, y en cierto modo tienen razón. Les miro a los ojos, les hablo con cariño, y al final hacen lo que yo quiero con la ayuda de lord Draco.
—¿Lo dices en serio? —preguntó con una leve sonrisa.
—Totalmente en serio —asintió mirando aquella sonrisa que él se empeñaba en ocultar—. Lord Draco y yo somos un buen equipo.
—Eso me indica que lleváis mucho tiempo juntos.
—Sí —asintió cambiando el gesto—. Mis padres me lo regalaron cuando cumplí seis años. Con él aprendí a montar y… —¿Y? —Duncan enarcó la ceja al ver que ella cortaba la frase.
—Nada…, nada. —Negó con la cabeza. Recordar era doloroso.
—Angus y Zac comentaron que tus padres habían muerto.
Recordar a sus padres aún le dolía.
—Sí. Hace años. Por eso vinimos a vivir con el abuelo.
—¿Dónde vivías antes? —preguntó intentando ver hasta dónde era capaz ella de contar.
Pero la reacción a esa pregunta fue desmesurada. Se revolvió contra él y, con la cara contraída por el enfado, le dio tal empujón que lo desconcertó. Sin ningún miedo se le encaró como pocos rivales habían osado hacerlo.
—¿Qué queréis saber exactamente? O mejor dicho: ¡ya lo habéis oído! ¿Verdad?
—gritó mirándole con rabia.
—No sé de qué estás hablando —mintió al ver el dolor en su mirada—. Sólo intentaba ser amable contigo.
—¡Oh, sí que lo sabéis, laird McRae! —gritó haciendo que la sangre de Duncan se espesara—. Yo vivía en una casa muy bonita, pero asfixiante, lejos de aquí, donde los lujos eran parte de mi vida, como no lo son ahora. Pero os diré, señor —prosiguió señalándole con el dedo—, que por muy humilde que sea este hogar, ¡mi hogar!, con los ojos cerrados lo prefiero por muchas razones que nunca nadie llegará a comprender.
Duncan no pudo resistir. Tenerla tan cerca era una tentación. Estaba acostumbrado a que las mujeres se le echaran encima, aunque las rameras con las que él estaba acostumbrado a tratar no tenían ni la suavidad, ni la mirada retadora, ni el aroma de ella. Sin saber por qué, la atrajo hacia él y tomó sus labios vorazmente.
Sofía , al sentirse rodeada por aquellos poderosos brazos y ver cómo Duncan tomaba su boca, intentó apartarse. Pero el desconocido deseo que sintió por él hizo que se dejara besar.
Los labios de Duncan eran exigentes y calientes. Su lengua hizo que Sofía abriera la boca, donde él entró y exploró sin miedo, percibiendo un sinfín de sensaciones que hasta el momento nunca había experimentado. ¡Era deliciosa!
Tras un intenso beso, el hocico de lord Draco dio en el hombro de la mujer, trayéndola de nuevo a la realidad. Y dándole un empujón con todas sus fuerzas, consiguió desprenderse de su abrazo con la respiración entrecortada y los labios hinchados por aquel apasionado beso.
—Lo siento —se disculpó Duncan con voz ronca, atontado por lo que su cuerpo había sentido al tomar entre sus brazos a aquella mujer. Al abrazarla había notado que ella se refugiaba en él y eso le había provocado una ternura hasta ahora desconocida —. Te pido disculpas, Sofía ; no pretendía hacerlo. Pero no sé qué me ha pasado.
—No os preocupéis, laird McRae —respondió más confundida que él, mientras sus chispeantes ojos negros lo acuchillaban—. ¡Nunca debería haberme fiado de vos, ni de vuestra palabra! Sois El Halcón —gritó haciendo que se sintiera mal—. La idiota he sido yo al pensar que no reclamaríais nada más que una simple charla. Por lo tanto, olvidemos el tema y buenas noches, ¡señor!
Una vez dicho aquello, comenzó a bajar la colina que llevaba hasta su hogar, temblorosa por el beso y por la extraña atracción y seguridad que había sentido con él.
Mientras ella se alejaba, Duncan la observó con su mirada penetrante. Tras verla desaparecer por la arcada de su cabaña, su boca esbozó una pequeña sonrisa y, montando a Dark, le susurró:
—Volvamos al castillo, la fiera ya está en casa.