En las calles vibrantes, pero peligrosas de Medellín, Zaira, una joven brillante y luchadora de 25 años, está a tres semestres de alcanzar su sueño de graduarse. Sin embargo, la pobreza amenaza con arrebatarle su futuro. En un intento desesperado, accede a acompañar a su mejor amiga a un club exclusivo, sin imaginar que sería una trampa.
Allí, en medio de luces tenues y promesas vacías, se cruza con Leonardo Santos, un hombre de 49 años, magnate de negocios oscuros, atormentado por el asesinato de su esposa e hijo. Una noche de pasión los une irremediablemente, arrastrándola a un mundo donde el amor es un riesgo y cada caricia puede costar la vida.
Mientras Zaira lucha entre su moral, su deseo y el peligro que representa Leonardo, enemigos del pasado resurgen, dispuestos a acabar con ella para herir al implacable mafioso.
Traiciones, secretos, alianzas prohibidas y un amor que desafía la muerte.
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Capitulo 16
El imponente edificio de cristal y acero se alzaba en el corazón de la ciudad como un templo moderno dedicado al poder. Desde el piso cuarenta y cinco, donde se encontraba la oficina del CEO, la ciudad parecía un tablero de ajedrez al que solo unos pocos sabían jugar. Y Leonardo Santos era el jugador más temido.
Su oficina, amplia y minimalista, estaba diseñada en tonos oscuros: paredes gris antracita, muebles de líneas limpias en cuero negro, una estantería de roble que ocultaba más secretos de los que revelaba. Una gran ventana panorámica permitía observar el horizonte, donde el cielo de la mañana aún cargaba vestigios de un amanecer dorado.
Leonardo estaba sentado tras su escritorio de vidrio templado, apoyado hacia atrás en su silla ejecutiva, con una taza de espresso ya frío entre los dedos. No había tocado ni un sorbo. Sus ojos grises, normalmente afilados como cuchillas, estaban perdidos en el vacío. Su mente no estaba allí.
Estaba con ella.
Zaira.
Su nombre era un susurro constante en su cabeza, una maldita melodía imposible de ignorar.
Podía verla con perfecta nitidez: su cabello oscuro cayendo sobre sus hombros como una cascada de seda, su piel tibia bajo sus dedos, el temblor de su voz al decirle que no era su amante. La forma en que se estremecía cuando la besaba justo debajo del oído. La tensión en sus ojos verdes mientras lo desafiaba y se negaba a aceptar su dinero.
Era fuego, ese tipo de fuego que no consume, sino que se mete bajo la piel y se queda ahí, quemando lento.
—Se fue —murmuró para sí mismo, con la mandíbula apretada—. Pero volverá.
Un golpe discreto en la puerta interrumpió su ensimismamiento. Era Clara, su secretaria, una mujer pulcra, eficaz y absolutamente leal.
—¿Señor, Santos? —preguntó, como siempre, con voz suave pero firme—. ¿Necesita algo?
Leonardo levantó la vista, parpadeando como si regresara de un sueño. Su expresión volvió a ser la del CEO implacable que todos conocían.
—Sí. Quiero que llames a Marcelo y le digas que me traiga un informe completo de una persona. Su nombre es Zaira Montes. Todo lo que encuentre. Pasado, presente, sueños, enemigos, trabajos, hasta cómo toma el café. Y quiero la información en mi escritorio mañana a primera hora. Sin errores, Clara.
Ella asintió sin cuestionar. Sabía que cuando Leonardo pedía algo así, era mejor no preguntar por qué. Salió sin más palabras, dejando tras de sí el leve perfume a jazmín de su loción diaria.
Leonardo se puso de pie y caminó hacia la ventana. Desde allí, el mundo parecía pequeño. Controlable.
Pero Zaira… ella no.
Ella no se dejaba controlar.
Y eso lo enloquecía.
Esa noche no durmió. Cada vez que cerraba los ojos, la sentía de nuevo. Su cuerpo temblando bajo el suyo, sus dedos aferrándose a sus hombros, su voz jadeante pronunciando su nombre como una plegaria y una maldición al mismo tiempo. La forma en que lo miró cuando rechazó su dinero... lo había atravesado como un cuchillo.
“No soy tu amante. Ni tu prostituta.”
No, no lo era. Era más peligrosa que cualquier amante. Porque no se rendía, no se doblegaba. Y lo peor de todo... no lo necesitaba. Pero él, sí. Maldita sea, él sí.
A la mañana siguiente, Clara entró con una carpeta negra de cuero y la dejó sobre su escritorio.
—Señor, aquí le manda marcelo. Que llega en cualquier momento.
Leonardo la abrió con lentitud, como quien se prepara a desentrañar un misterio. No le importaba si Marcelo estaba por llegar o no.
En la primera hoja, una foto: Zaira sonriendo. Una imagen capturada frente a un café de barrio, con el cabello recogido en una trenza floja y un libro en la mano.
Leonardo la sostuvo con los dedos, la contempló largo rato. Sonreía con sinceridad. Tan distinta de la mujer que había gemido su nombre entre sábanas.
Informe:
Nombre: Zaira Montes.
Edad: 25 años.
Apariencia: Cabello largo, oscuro como la noche, piel canela, ojos grandes y almendrados de un verde profundo. Delgada, de curvas suaves, rostro dulce pero mirada determinada.
Personalidad: Luchadora, inteligente, noble, impulsiva. Con una moral firme, pero sueños imposibles de lograr sin ayuda.
Historia: Familia humilde. Trabaja desde los dieciséis. Sin padre. Madre enferma. Estudiante universitaria becada en administración. Vive en una casa pequeña en una zona de clase media baja. Ha tenido varios empleos temporales. Último trabajo: mesera en una cafetería.
Miedos: Perder su dignidad. Ser utilizada. Quedarse atrapada en una vida que no desea.
Motivación: Graduarse. Sacar a su madre de la pobreza.
Leonardo dejó escapar un suspiro lento.
—Tan jodidamente pura... —murmuró, como si eso lo irritara más que cualquier otra cosa.
Leyó cada página como si devorara un documento confidencial. Y, en cierto modo, lo era. Una radiografía completa de la mujer que se le había metido bajo la piel.
Fotos de su casa modesta, su madre con rostro cansado, recibos de luz atrasados, cartas de becas, currículum, listas de libros leídos, hasta una nota escrita a mano que decía: “No te rindas, Zaira. Lo lograrás, aunque duela.”
Esa mujer no era una simple aventura. No era un pasatiempo de fin de semana. Era una tentación peligrosa para alguien como él.
Leonardo cerró la carpeta con un chasquido seco. Caminó hacia la vitrina de licor, se sirvió un trago de whisky caro y lo bebió de un solo trago. El ardor en la garganta no logró calmar el incendio en su pecho.
Volvió a la ventana.
Desde allí, el mundo seguía pareciendo suyo. Pero ahora sabía que había un rincón, un solo rincón, donde su poder no tenía efecto.
Zaira.
Ella era su límite.
Y él no estaba dispuesto a aceptarlo.
Sacó su móvil envío una foto y una dirección, luego marcó un número.
—Vigila a esa chica. Pero que no lo note. Nada de errores.
Colgó sin esperar respuesta. Entonces apoyó la frente en el cristal, respirando hondo.
No sabía si quería protegerla... o poseerla del todo.
Pero sí sabía algo con certeza. Ella sería suya. Solo suya. Aunque tuviera que quemar el mundo para lograrlo.