Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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El Consejo de un amigo
La puerta se cerró con un leve chasquido, pero para Damián sonó como un disparo que partía en dos la mañana. Permaneció de pie detrás de su escritorio, con los brazos cruzados y la mirada fija en la nada, tratando de poner orden en el caos que Selene Montero había dejado tras de sí.
Él poderoso Alfa no comprendía ¿Qué demonios le pasaba con esa mujer?
Había trabajado con decenas de empleados brillantes. Había despedido a los incompetentes sin pestañear, elogiado a los audaces y premiado a los leales. Su instinto nunca le fallaba, y su autoridad era incuestionable.
Hasta que ella apareció.
Desde el primer día, su presencia lo había inquietado. No por lo evidente —su inteligencia, su capacidad, su temple, su belleza— sino por lo que no podía nombrar sin sentirse vulnerable. Había algo en su forma de mirarlo, de hablarle sin rodeos, que le tocaba una fibra que no sabía que algún día llegaría a tener expuesta.
La muchacha lo irritaba más de lo que pudiera hacerla cualquier otra persona o lobo. Cada palabra que le dirigía con esa firmeza desafiante le hacía hervir la sangre. Pero al mismo tiempo... le resultaba fascinante.
La recordaba con una claridad absurda. La forma en que sus labios se fruncían cuando pensaba. Cómo se enderezaba al hablar, como si se negara a ocupar menos espacio del que le correspondía. El aroma de su perfume, apenas perceptible, lo había seguido varias veces incluso después de que ella saliera de la oficina, como una trampa sensorial que lo dejaba intranquilo.
—¡Maldita sea! —murmuró, pasando una mano por su nuca cuando por su mente el pensamiento fugaz de que le gustaba la mujer lo sonsacó.
—¿Por qué ella? —se preguntó.
Él nunca había tenido pareja, al menos no una estable, se suponía que todos los hombres lobo al cumplir la mayoría de edad encontraban a sus parejas destinadas con las cuales establecían un vínculo irrompible, único, podría decirse que mágico. Pero ese no había sido su caso, y al pasar el tiempo y no encontrarla se resignó, y juró no dejarse llevar por nadie. Había construido muros, no solo como Alfa, sino como empresario. Comprendía por experiencias ajenas que el deseo desmedido era una distracción peligrosa, sobre todo cuando se entrelazaba con el respeto y la admiración.
Y sin embargo, ahí estaba.
Molesto, alterado... y absurdamente tentado.
La acusación de Selene le había dolido más de lo que admitía. ¿Había sido injusto con ella? ¿Había usado su poder para mantenerla a raya, solo porque no podía soportar lo que le hacía sentir?
"¿Y si le dijera que no tengo un problema con su trabajo, sino con... usted?"
Recordó sus propias palabras y se maldijo por haberlas dicho en voz alta. Había cruzado una línea. Y ella no solo no se había dejado intimidar, sino que le había devuelto el golpe con dignidad y temple.
Una sonrisa irónica apareció en sus labios.
La testaruda Montero.
No sabía qué iba a hacer con ella.
Pero lo que sí sabía... era que no iba a poder ignorarla.
Damián aún seguía junto a la ventana, con una copa de whisky en la mano —aunque aún no eran ni las once de la mañana— cuando escuchó la puerta abrirse sin previo aviso. No le era necesario adivinar quien era.
—No es buena idea entrar así a mi oficina —gruñó sin voltear.
—Por suerte soy yo, y no un periodista o un inspector de trabajo —respondió Marcus con una sonrisa ladina mientras cerraba la puerta tras de sí— ¿Sabés que se escuchó la mitad de tu discusión con Selene desde el pasillo, no?
Damián apretó la mandíbula. No dijo nada.
Marcus se dejó caer en uno de los sillones frente al escritorio y lo observó en silencio unos segundos, como si evaluara por dónde comenzar.
—Mirá, no suelo meterme en tus decisiones —comenzó con tono tranquilo— Eres el Alfa, el CEO, y el tipo con la peor reputación de paciencia que conozco. Pero con Selene… —hizo una pausa— estás siendo un completo idiota.
Damián giró lentamente, sin perder la compostura.
—¿Eso viniste a decirme?
—No, también vine a preguntarte por qué te estás disparando en el pie —añadió Marcus, recostándose más— Esa mujer es brillante. La propuesta que le rechazaste era exactamente la misma que te presentó Alán, y a él si le diste él visto bueno. No puedes decir que fue por estrategia.
—No me gusta su actitud desafiante —soltó Damián con cansancio.
—¿En serio? ¿Desde cuándo eso es un problema para ti? —replicó Marcus con una ceja alzada y su mente comenzó a trabajar incansablemente— A menos que lo que te moleste no sea su actitud... sino cómo te hace sentir.
El silencio que siguió fue denso.
—No tengo tiempo para tonterías, ella no me hace sentir nada más que irritación y molestia—murmuró Damián, aunque su voz ya no sonaba tan firme.
—No es una tontería. Tienes que cambiar tu enfoque con ella. No podés seguir rechazando todo lo que propone solo porque te saca de quicio. Eso no es liderazgo, es negación. Y créeme, te va a estallar en la cara si no haces algo.
Damián lo miró con el ceño fruncido. En otra circunstancia, lo habría mandado al diablo. Pero Marcus no solo era su mano derecha. Era su hermano de manada, su amigo más leal.
—¿Y qué proponés? ¿Que la invite a cenar y le pida disculpas con una copa de vino? —ironizó.
—Proponle una nueva reunión. Escuchala de verdad esta vez. Dale espacio para que hable sin sentir que la vas a derribar con una mirada. Muestrale que no eres un tirano con corbata —dijo Marcus, levantándose— O por lo menos... que sabés cuándo reconocer tus errores.
Damián bajó la vista al vaso aún lleno. Reflexionó en silencio.
—Voy a pensarlo —admitió finalmente.
—Eso ya es un milagro viniendo de ti —dijo Marcus, dándole una palmada en el hombro antes de irse— ¡Ah, y una última cosa!... no la subestimes. Selene Montero no es como los demás. Y si sigues jugando a ser el macho Alfa solo para ocultar que te importa... vas a perderla.
Cuando la puerta volvió a cerrarse, Damián se quedó solo. Pero esta vez, no con su orgullo. Sino con una idea rondando en su mente:
Tal vez, solo tal vez... Marcus tenía razón.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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