EL TRONO DE CENIZAS

—No está lista —gruñó la mujer de la lanza, mientras afilaba su arma con un fragmento de piedra mágica—. Esa cosa en el espejo casi la consume.

—Precisamente por eso debe entrenar —dijo Kael, cruzado de brazos junto a la puerta—. Si no controla su poder, lo controlará ella.

Lyra los ignoraba. Estaba en el centro del patio de entrenamiento, rodeada de símbolos dibujados con sal negra. Su respiración era pesada. La energía en su interior vibraba, como una bestia encadenada que no quería esperar más.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó, mirando a la mujer.

—Convoca fuego —respondió sin titubear—. Pero hazlo sin quemarte.

Lyra cerró los ojos. Se concentró. Sintió el calor fluir desde su pecho hasta las palmas… pero apenas una chispa apareció, su reflejo oscuro surgió en su mente.

“Déjame ayudarte, sabes que lo deseas.”

Lyra gritó, y la llamarada explotó hacia los lados. Varios símbolos se rompieron y Kael tuvo que levantar una barrera mágica para evitar una tragedia.

—¡No otra vez! —jadeó ella, cayendo de rodillas.

—Te estás rindiendo —dijo la mujer—. Tu magia está viva. Si no la respetas, te devorará.

Kael se acercó, arrodillándose junto a ella.

—No luches contra el fuego, Lyra. Haz que te escuche.

—No sé cómo —susurró—. Tengo miedo.

—Todos los que tenemos poder lo hemos tenido alguna vez. Pero el miedo también puede ser un arma, si aprendes a usarlo.

Ella alzó la vista. Por un instante, Kael no parecía un rey inmortal… sino un hombre cansado, marcado por un pasado que no se atrevía a contar.

Se levantó lentamente y volvió al centro del círculo.

Esta vez, no intentó controlar el fuego. Lo dejó salir, pero le habló en su mente. Lo guió.

Y una llama suave, dorada, comenzó a flotar sobre su palma. No quemaba. No rugía. Solo estaba ahí… obedeciendo.

La mujer de la lanza asintió apenas.

—Bien. Pero eso fue lo fácil. Lo difícil… empieza mañana.

Lyra cerró los ojos, exhausta. No lo sabía todavía, pero durante la noche, alguien dentro del Bastión enviaría un mensaje secreto.

Y esa traición cambiaría el curso de todo.

La noche cayó sobre el Bastión como un manto espeso. Los muros encantados murmuraban con los vientos antiguos y la magia latente en cada rincón parecía agitada, como si algo invisible caminara entre las sombras.

Lyra dormía, pero su cuerpo temblaba. Soñaba con fuego… y con una voz que se parecía demasiado a la suya.

Mientras tanto, en lo profundo del Bastión, alguien se movía en secreto.

Una figura encapuchada cruzó pasillos sellados, esquivó guardianes mágicos y llegó hasta una cámara olvidada. Allí, sobre un pedestal de mármol negro, reposaba una piedra con símbolos prohibidos.

La figura se arrodilló, colocó la mano sobre la piedra… y habló en un susurro gutural:

—Ella ya está aquí. Está despertando. Y no controla lo que lleva dentro.

La piedra se iluminó con un rojo enfermizo. Del otro lado, una voz respondió, grave y fría:

—Entonces es hora. Rompan el sello.

—¿Y Kael?

—Déjenlo vivir… por ahora.

La piedra se apagó. La figura retrocedió, pero no se dio cuenta: una pequeña esfera flotaba en la esquina, invisible. Grabando todo. Observando.

Horas más tarde, Kael se encontraba en la torre más alta del Bastión, observando las estrellas. La mujer de la lanza —cuyo nombre finalmente revelamos: Theryn— se le acercó sin hacer ruido.

—Hay algo que no me has contado —dijo ella—. ¿Quién es realmente esa chica?

Kael apretó la mandíbula.

—Es más que una hechicera. Es… el final de algo. O el principio de todo.

Theryn lo miró con desconfianza.

—¿Tú la amas?

Él no respondió.

Pero en el fondo de la torre, la esfera mágica flotó frente a Kael. Proyectó la imagen del traidor frente a él. Kael se quedó helado. Lo conocía. Y si estaba en contacto con “ellos”… el Bastión ya no era seguro.

—Theryn —dijo con la voz tensa—. Prepárate. Se viene una traición… y esta vez no podemos confiar ni en los muros.