Una noche entre los brazos de Nicolás Thompson, cambiará por completo la vida de Anna Brown.
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debemos acabar pronto con esto.
¿Podrías regalarme un minuto? Debo hacer una llamada. — Es lo siguiente que digo, ya no quiero más discusiones por hoy. — No traigo mi celular y Necesito llamar a una amiga.
— Debo suponer que si no traes tu celular, tampoco traes dinero, mucho menos tarjetas. Vamos.
— Dice, mientras se baja.
— ¿Dónde?
— Me hospedé aquí, nunca dije que tengo casa en esta ciudad. Y como no quieres mi dinero, te dejaré esperar a tu amiga en mi habitación. No pretenderás estar fuera vestida de novia y con el maquillaje corrido, ni hablar de lo que queda de tu peinado. — Solo pude rodar los ojos. Le entrega las llaves del auto a un empleado del hotel, quien se encarga de ubicarlo.
Apresuro el paso para entrar rápidamente al hotel, él fácilmente me sigue el ritmo, obviamente el largo de sus piernas se lo permite sin hacer el mayor esfuerzo.
Subimos al ascensor y me doy cuenta de que sus palabras se quedaron cortas al descubrir ante el espejo lo desastroso de mi imagen. Una lágrima se escapa y trató de secarla disimuladamente antes de que la note, pero parece que fue en vano, aun así no hace ningún comentario, lo cual agradezco.
Una vez entramos a la suite presidencial, lo cual deja claro lo ostento que es el señor, me dejo caer sobre un sillón y apoyo mis codos sobre las rodillas, lo qué causa que el velo llegue a mi rostro y en un ataque de ira lo arranco sin importar que me haga daño. Miró el vestido y empiezo a arrancar las capas de tul que lo cubren, las lágrimas amenazan con salir, pero no voy a llorar, no, lo haré.
Levanto la vista y me encuentro con una mirada cargada de lástima.
— ¡No te atrevas a volver a mirarme así! — Lo amenazó mientras le apunto con mi dedo índice. Levanta las manos en señal de rendimiento.
— No he dicho nada.
— No me has prestado el celular.
Me lo entrega y puedo observar en el fondo de pantalla la foto de una mujer muy hermosa, al parecer un par de años mayor que yo. Imagino que es la razón por la que le urge el divorcio, no le doy más vueltas y marco el número de Elena.
— Aló. — Al escuchar su voz solo puedo sollozar — ¿Anna, amiga eres tú?
Él se dirige a al balcón, al parecer entiende que necesito privacidad. Una vez lo hace, rompo en llanto.
— Te necesito.
— ¿Dónde estás? Enseguida voy. — Le doy las indicaciones y me dice que en una hora estará conmigo.
— Gracias — me dirijo a mi esposo, del cual aún no sé ni el nombre y le tiendo el celular.
— ¿Quieres usar el baño? — Me pregunta.
— Por favor, me gustaría bañarme, es solo que no tengo ropa que utilizar.
— Te prestaré algo.
— Gracias — le digo y me dirijo al baño.
Veo la tina, pero prefiero usar la regadera, dejo caer el agua sobre mi cabello y mi cuerpo, añorando que con ella se vaya esta sensación de vacío que tengo, no por Matt, sino por sentir que las dos personas que debieron apoyarme desde el principio me dieron la espalda.
Luego de unos veinte minutos decido que es suficiente, salgo de la ducha, me miró al espejo y veo mi rostro en el cual persiste el maquillaje corrido, procuro limpiarlo con una crema que encuentro en el estante donde únicamente hay productos masculinos. Suspiro y hago lo mejor que puedo aunque sé que fallo en el intento. Tengo dos opciones para salir del baño: una corta toalla y una bata de baño grande, evidentemente es la que él usa, no importa, prefiero ser atrevida y no mostrarle todo. Cuando salgo me doy cuenta de que se ha quitado el saco, su camisa blanca está abotonada solamente hasta la mitad y las mangas a la altura de los codos, se ve igual o mejor que en mis recuerdos. Tiene la vista fija en un portátil, ya que se encuentra sentado en la cama. Levanta la vista y me mira, eleva una ceja.
— Dije que te prestaba el baño, no mi salida de baño. — Me encojo de hombros. Él se levanta y abre una maleta, al parecer no ha desempacado, saca una camisa blanca y un bóxer nuevo, ya que tiene la etiqueta aun, me los tiende.
— Ni sueñes que me voy a pasear semidesnuda delante de ti.
— ¿Ah no? Pues entonces quédate desnuda. — Me dirijo a su maleta y saco un pantalón deportivo y una playera negra. — Lo miro y al igual que él lo hizo anteriormente, levanto una ceja, tomo el bóxer y me dirijo nuevamente al baño.
Un par de minutos y ya estoy lista. Al salir ya no lo encuentro, solo dejó una nota.
"Tuve que salir, si te cambias de habitación no olvides dejarme el número de la misma, debemos acabar pronto con esto"
Suspiro y me dejo caer sobre la cama.
No tardan mucho en llamar a la habitación anunciando que Elena ha llegado.
— Señora de Thompson, la señorita Elena Garcés, solicita subir a su habitación.
— Debe haberse equivocado, mi apellido no es Thompson.
— Su esposo el señor Nicolás Thompson, ha solicitado que le avisen en cuanto llegue su amiga — Conque ese es su nombre.
— Por supuesto, no sé donde tengo la cabeza. Por favor hágala pasar.
— Con gusto.
Le abro la puerta a Elena, una vez entra cierro y me arrojo a sus brazos a llorar. Ella deja caer lo que trae en las manos para poder corresponderme y así estamos al rededor de diez minutos, una vez me calmo, levanta mi rostro.
— Mírate princesa, ven — Toma mi mano y me lleva al sofá se sienta junto a mí con unas bolsas que anteriormente había dejado en el suelo, de la cartera saca agua micelar y limpia mi rostro suavemente. — Así está mejor, toma esto — Me entrega las bolsas, miro dentro y hay ropa y calzado.
— Gracias — vuelvo a llorar y ella nuevamente me abraza.
— Ahora sí cuéntame ¿Cómo se llama?
Me incorporó y la miro a los ojos.
— Se llama, Nicolás Thompson.
— ¿Cómo está eso de que te casaste?
Llevo mis manos a la cara en señal de frustración.
— Ni yo misma lo sé, pero así como me case así mismo me divorcio. De hecho a eso vino.
— ¿Hizo todo ese show para luego pedir el divorcio? Sí que es raro.
— Si él no lo hubiese hecho lo haría yo.
Digo, no es que planee vivir junto a un completo extraño.
— Un extraño que está buenísimo. — La miro y ruedo los ojos — ¿Qué? No me mires así, al cesar lo que es del cesar,
y este lo tiene todo.
— He visto mejores.
— ¿En serio? ¿Cuáles? Numéralos.
Ambas reímos.
— No muchos, pero de que los hay, los hay. — Volvimos a reír a carcajadas.
— Bueno, ahora sí, dime, ¿en qué te puedo ayudar?
— Necesito dinero, dejé todo en casa de mis padres, no traigo efectivo ni tarjetas.
— ¿Cuánto?
— No sé, lo suficiente para sobrevivir un par de días en lo que tomo el valor necesario y voy a casa de mis padres.
— ¿Sien mil dólares es suficiente?
— Por su puesto. A más tardar en dos días te los devuelvo.
— Igual, no hemos revisado los balances del mes. La empresa cada vez produce más.
Elena y yo creamos una empresa de envíos la cual es muy próspera, hemos logrado posicionarnos como una de las mejores a nivel nacional, y si bien no tiene que ver con lo que estudiamos que es la literatura inglesa. Si deja buenos dividendos que al día de hoy agradezco, ya que no dependo de mis padres.
— Gracias. — Suspiro profundamente al pronunciar esa palabra.
— Harías lo mismo por mí. Toma, los traigo en efectivo, sabía que los ibas a necesitar.
Ahora cámbiate, esa ropa te queda horrorosa. — Hace una mueca de desaprobación.
Me cambio, tomamos las cosas que había traído para mí y bajamos a la recepción donde me registro y me dan una habitación, Elena me acompaña. No es tan lujosa como la suite en la que se queda "mi esposo" Pero si es muy cómoda, la categoría del hotel cinco estrellas da garantía de ello.
Elena, insiste en que vaya a su casa, pero no quiero toparme con sus padres, no sé qué percepción tengan de mí en este momento.
— Bueno, ya que estás instalada, me voy. Cualquier cosa que necesites me llamas, no importa la hora.
— ¡Gracias, gracias, gracias! — Le doy un fuerte abrazo y la acompaño a la puerta.
Cuando ella se va, vuelve la soledad. Saco una pijama, esta mujer pensó en todo, incluso en ropa interior. Me cambió y voy a dormir, mañana será un nuevo día.