En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
NovelToon tiene autorización de Crisbella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La fascinación del depredador
Punto de vista de Dante
Observé a la chica dejar el informe. La respuesta era tan simple que me dolió no haberla visto antes. Ella tenía razón: no había fugas de efectivo porque no era un robo; era una manipulación de la deuda. La lógica era brutal, implacable, digna de un capo.
Pero lo que me desconcertaba no era su intelecto, sino el cambio.
El nombre Katerine era sinónimo de debilidad y estupidez en mi mundo. Mis hombres que vigilaban a esa patética familia me habían informado durante años sobre la tonta: una carga para la casa, encerrada, golpeada, apenas alimentada. Sabía de ella porque su abuela, la vieja bruja que dirigía ese miserable hogar, nos debía dinero. Mucho dinero. Y Katerine era un activo inútil, el punto débil que pensábamos explotar.
Mi plan era sencillo: esperar a que la vieja cayera en bancarrota total, usar la deuda para reclamar la casa y, si era necesario, deshacerme de todos sus ocupantes. Incluida la muchacha silenciosa y asustada.
Entonces, en lugar de la víctima temblorosa que debía ser, me encontré con esa versión feroz en el callejón.
"No sé quién eres, pero te aseguro que tu tono te costará caro."
El tono. La amenaza. La manera en que esa chica había enderezado su espalda, la frialdad en sus ojos grises... La Katherine que yo conocía se habría desmayado o suplicado. Esta me miró como si yo fuera un insecto, prometiendo venganza por una simple falta de respeto.
¿Locura? ¿O la desesperación brutal de alguien que toca fondo y resurge como otra persona? No me importaba la explicación. Solo importaba el resultado: esa tonta se había convertido en un arma.
Si era capaz de planear la ruina de su propia familia solo por un golpe en la mejilla, su sed de destrucción era la herramienta perfecta para mí. Yo quería venganza contra la abuela por años de engaños y promesas vacías; Katerine quería un trono. Éramos dos depredadores con la misma presa.
—Sé exactamente cuánto vales —repetí en voz baja, mirando el informe—, y por tu mente, estoy dispuesto a invertir.
Su inteligencia había salvado mi organización de una fuga silenciosa. Su resentimiento me ayudaría a demoler lo que tanto había deseado derribar. Ella creía que me usaba a mí, pero yo usaría su nueva y peligrosa ambición para reclamar mi venganza. Solo esperaba que esa chispa de maldad no me quemara en el proceso.
Dos años habían pasado en un abrir y cerrar de ojos, y la pequeña esquelética que traje a mi refugio cambió de manera radical.
La tonta desnutrida, marcada por los golpes, era ahora una mujer esbelta y fuerte. Su cuerpo ya no era una prisión frágil; era una herramienta precisa y disciplinada. No solo recuperó las fuerzas que le robaron, sino que desarrolló una resistencia y una agilidad que superaban incluso a muchos de mis mejores hombres.
Pero lo que realmente me inquietaba no era el cambio físico; era su mirada. Los hermosos ojos grises, antes apagados por el miedo y el hambre, ahora brillaban con una fría, calculadora y constante ambición. Había enterrado tan profundamente a la víctima que a veces me costaba recordar que esa debilidad había existido.
En dos años, no solo absorbió mis lecciones sobre los autos, las finanzas y la jerarquía de la Mafia, sino que las mejoró. Las estrategias de Katerine eran más arriesgadas, más elegantes y, francamente, más crueles que las mías. Ella veía los puntos débiles de la gente no como fallas, sino como palancas listas para ser accionadas.
Se había convertido en mi sombra, mi consejera, mi arma más letal. Su mente de "experta en maldad" había encontrado un terreno fértil. Cuando hablaba de su venganza, su voz ya no era un murmullo de niña; era un tono autoritario, medido.
—Dante, la deuda de la abuela está lista para ser cobrada. Hemos movido las piezas, hundido sus activos en el lugar correcto y asegurado que no tendrá escapatoria legal —dijo una mañana, mientras tomaba café en mi escritorio.
Se sentó con la confianza de alguien que ya poseía el edificio. La esquelética tonta había desaparecido. En su lugar, había una reina de la miseria esperando el momento de tomar su corona.
Sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el sótano frío. La miré y me di cuenta de una verdad incómoda: yo le había enseñado a cazar, pero ella era más letal que yo.
Yo había querido un puñal para mi venganza, pero había creado a un monstruo cuyo apetito por el poder era insaciable.
—Dante, la deuda de la abuela está lista para ser cobrada. Hemos movido las piezas, hundido sus activos en el lugar correcto y asegurado que no tendrá escapatoria legal —dijo una mañana, mientras tomaba café en mi escritorio.
Se sentó con la confianza de alguien que ya poseía el edificio. La esquelética tonta había desaparecido. En su lugar, había una reina de la miseria esperando el momento de tomar su corona.
Sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el sótano frío. La miré y me di cuenta de una verdad incómoda: yo le había enseñado a cazar, pero ella era más letal que yo.
Y, peor aún, me resultaba irresistible.
No era la belleza de sus ojos grises, que habían recobrado su brillo, ni el cuerpo atlético que había esculpido con hierro y disciplina. Era la frialdad de su ambición, la manera en que su mente operaba sin el estorbo de la moral o el afecto. Me atraía el peligro inherente a su naturaleza. Ella era un espejo oscuro de mi propio deseo de control.
Cuando me miraba, no veía un hombre. Veía un recurso. Y esa falta de debilidad, esa absoluta dedicación a la estrategia y la crueldad, era un afrodisíaco que jamás había conocido. Otros hombres se sentirían intimidados por su poder; yo lo quería a mi lado, respirando, conspirando.
La miré fijamente, luchando por mantener la indiferencia. Mi plan necesitaba que ella fuera una herramienta, pero mis instintos gritaban que era algo mucho más valioso.
—Es hora de que vuelvas a casa, Katerine —le dije, entregándole una carpeta con los documentos de la ejecución de la deuda.
Ella sonrió, y por primera vez en dos años, no vi a mi aliada, sino al depredador que estaba a punto de desatar.
—Excelente. Que empiece el juego.