Rosella Cárdenas es una joven que solo tiene un sueño en la vida, salir de la miserable pobreza en que vive.
Su plan es ir a la universidad y convertirse en alguien.
Pero, sus sueños se ven frustrados debido a su mala fama en el pueblo.
Cuando su padrastro se quiere aprovechar de ella, termina siendo expulsada de casa por su propia madre.
Lo que la lleva a terminar en la hacienda Sanroman y conocer a la señora Julieta, quien en secreto de su marido está muriendo en la última etapa de cáncer.
Julieta no quiere que su familia sufra con su enfermedad. En su desesperación por protegerlos, idea un plan tan insólito como desesperado: busca a una mujer que ocupe su lugar cuando ella ya no esté.
Y en Rosella encuentra lo que cree ser la respuesta. La contrata como niñera, pero en el fondo, esconde su verdadera intención: convertirla en la futura esposa de su marido, Gabriel Sanroman, cuando llegue su final.
¿Podrá Rosella aceptar casarse con el hombre de Julieta?
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Capítulo: Tan insignificante
Julieta estaba visiblemente satisfecha.
Había algo en la manera en que observaba a Rosella que transmitía aprobación, como si viera en aquella joven un futuro prometedor, una fuerza que todavía nadie más había notado.
El desayuno había terminado hace unos minutos, pero Rosella apenas había logrado beber un sorbo de jugo; su mente seguía dándole vueltas a los eventos de la noche anterior, a la sorpresa y gratitud por la generosidad de sus salvadores.
Gabriel, con su habitual porte sereno, no dijo nada, pero Julieta sí, se inclinó hacia ella mientras hablaban.
—Rosella, si vives cerca puedes ir y venir cuando quieras, o si lo prefieres, puedes quedarte unos días con nosotros —dijo con suavidad—. Esa opción me parece la mejor, para que te acomodes y descanses después de lo de anoche.
Rosella dudó, su corazón palpitando con fuerza.
La idea de quedarse allí le generaba un conflicto interno: gratitud mezclada con vergüenza, miedo y un extraño nerviosismo que no podía explicar.
—Yo… debo ir a casa —dijo finalmente, con la voz un poco temblorosa—. Necesito hablar con mi madre antes.
Julieta asintió, y con un gesto lleno de ternura, besó suavemente la mejilla de la joven, como si fueran amigas de toda la vida.
Luego la despidió con una sonrisa cálida, invitándola a seguir su camino con confianza.
Gabriel la observó en silencio, sin comprender del todo la actitud de su esposa.
Julieta siempre había sido la mujer más dulce y generosa que conocía, pero… ¿Con una simple extraña?
Algo en su comportamiento lo desconcertaba, y no podía evitar mirar a Rosella con cierta intriga.
Salieron al jardín. La luz del sol acariciaba las flores y el césped recién cortado, pero nada parecía calmar la tormenta interior de Rosella.
Gabriel abrió la puerta de su camioneta y ella subió con cuidado, todavía con la sensación de que todo era demasiado irreal para ser cierto.
Su corazón latía con fuerza, golpeando con cada segundo que pasaba cerca de él.
"Rayos, tengo que estar cerca de este hombre… Ayer… lo besé. ¿Por qué lo besé? Fue vergonzoso… estaba mal… ¿Debería disculparme?", pensó, sintiendo que un calor extraño recorría su rostro.
Gabriel se acomodó al volante y arrancó. Durante todo el trayecto, un silencio pesado llenó la cabina, casi tangible.
El único sonido era el del motor y el roce de los neumáticos sobre el asfalto.
De vez en cuando, él la miraba de reojo, evaluándola, intentando leer en sus gestos, mientras ella evitaba su mirada, enfocándose en la ventana y en el paisaje que pasaba rápidamente.
"Ese beso fue solo… un maldito error. Ella no debe recordarlo… pero no quiero tenerla cerca. ¿Qué está pasando con Julieta? ¿Por qué actúa tan extraña desde hace un mes hasta ahora?", pensaba él, sintiendo una mezcla de confusión y curiosidad.
Finalmente, detuvo la camioneta frente a la puerta de la casa de Rosella.
La joven respiró hondo, tratando de calmar la ansiedad que la invadía.
—Gracias, señor Sanroman —dijo, con un hilo de voz—. Quiero pedirle disculpas por ayer… yo… estaba mal y… no debí besarlo.
Gabriel la miró fijamente, y el contacto visual fue tan intenso que hizo que Rosella se estremeciera.
Su corazón palpitaba con fuerza, como si intentara escapar de su pecho.
—¿Lo recuerdas? —preguntó él, con la voz firme, pero sin ira.
Ella bajó la mirada, como si la gravedad del momento la hiciera temblar.
—No estaba en mis cabales —susurró
Gabriel asintió lentamente, dejando que sus palabras la envolvieran.
—Ese beso no fue nada para mí, y nunca existió. ¿Entiendes? —dijo, con una firmeza tranquila que parecía rodearla de un escudo protector.
Rosella asintió, sin atreverse, a decir nada más.
Bajó del auto, con la sensación de que su corazón aún latía demasiado rápido, y caminó hacia la puerta de su casa.
Gabriel permaneció unos segundos más, observándola irse, lanzando un suspiro silencioso que apenas pudo contener.
Sin embargo, cuando Rosella cruzó la puerta y entró a la seguridad aparente de su hogar, todo cambió de golpe.
Un ruido seco, un movimiento brusco, y de repente, sintió un golpe que le recorrió el rostro con fuerza.
—¡Puta maldita! ¡Lárgate! —gritó una voz masculina, llena de rabia y desprecio.
Antes de poder reaccionar, Arnoldo la agarró del brazo con fuerza y la lanzó hacia la calle.
El impacto la hizo tropezar y caer sobre el pavimento, con la ropa manchándose de polvo y las lágrimas brotando de sus ojos.
El corazón de Rosella se aceleró; sentía una mezcla de miedo, indignación y furia que no sabía cómo controlar.
Desde la camioneta, Gabriel escuchó el grito y su instinto protector se activó de inmediato.
Sus ojos se fijaron en Rosella, viendo cómo aquel hombre la maltrataba, y su sangre pareció hervir de rabia en sus venas.
creo que quizo decir Arnoldo.!!!