"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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Empezando el camino...
Santiago se acomodó en el asiento, aún con la expresión dura y el ceño ligeramente arrugado.
— Dame el número de tu cuenta —dijo con voz grave, mirándola con evidente disgusto—. Se lo enviaré al contador para que te haga el depósito inmediatamente.
Mar bajó la mirada. Le temblaban las manos mientras le dictaba el número. Apenas terminó, Santiago lo anotó sin decir una palabra y lo envió en un mensaje rápido, como si quisiera deshacerse de cualquier conexión con ella.
— Toma, escribe tu número telefónico —ordenó con frialdad, extendiéndole el celular—. Te llamaré para coordinar dónde enviarte a recoger para el viaje.
Mar tomó el teléfono. Sus dedos se movían con nerviosismo sobre la pantalla. Cuando terminó, lo colocó suavemente sobre la mesa, levantando apenas la vista para observarlo. Lo miró por unos segundos, buscando alguna chispa de reconocimiento, algún gesto que le dijera que él recordaba aquella noche… pero no había nada. Solo distancia, hielo, y una muralla invisible que la hacía sentirse una completa extraña ante el hombre que alguna vez la había mirado con ternura.
“Entonces… para él no significó nada”, pensó con amargura. “Lo borró de su memoria como si nunca hubiera existido.”
— ¿Eso es todo? ¿Ya puedo irme? —preguntó finalmente, intentando mantener la voz firme.
Santiago alzó una ceja, sin inmutarse.
— Sí.
Mar asintió con un leve movimiento y se levantó.
— Muchas gracias… hasta luego —murmuró, dándose la vuelta para salir.
El sonido de sus tacones se fue perdiendo por el pasillo. Santiago la siguió con la mirada, observando su silueta desaparecer. No sabía por qué, pero un sentimiento de desagrado lo recorrió. Había algo en esa mujer que lo desconcertaba.
“Según Theo, las acompañantes suelen ser coquetas, insistentes, ansiosas por complacer. Pero ella… ella parecía incómoda, como si no quisiera estar aquí. Incluso tenía prisa por irse. Raro… muy raro.”
La información que Willy le había enviado no decía nada sobre su experiencia, solo datos básicos. Pero algo en ella no cuadraba. Había una dualidad en su mirada: una mezcla de miedo, dignidad y tristeza que lo descolocaba.
Apenas salió del restaurante, Mar sintió que su respiración se volvía pesada. El aire nocturno de la ciudad le golpeó el rostro, pero no bastó para calmar su angustia. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer que el destino la obligara otra vez a escoger entre su hijo y su propio dolor.
Tomó un taxi y, mientras avanzaban las luces de la ciudad, su mente era un gran caos de pensamientos.
“¿Y si me necesita? ¿Y si tiene miedo? ¿Y si algo sale mal?”
Cada pregunta la desgarraba más. Pero el dinero ya estaba en camino, y con él, la esperanza de que su pequeño saliera adelante.
Cuando bajó del taxi frente al hospital, su teléfono vibró. Era la notificación del banco confirmando el ingreso del dinero. Lo miró y suspiró. Sí, había cumplido su parte. Pero la sensación no era alivio, era vacío.
“¿Cómo puede un hombre ser tan frío? Ni siquiera me dejó hablar… ni una oportunidad para explicarle.”
Mar caminó por los pasillos del hospital hasta llegar a la habitación de su hijo. Su paso era lento, cargado de tristeza. Pero apenas abrió la puerta y vio a Jhosuat, todo cambió.
— Hola, mi algodón de azúcar —dijo con una sonrisa temblorosa—. ¿Cómo te sientes?
— ¡Mami, viniste! —gritó el pequeño, levantando los brazos con emoción—. ¡Te extrañé mucho!
— Yo también te extrañé, mi amor —susurró Mar, abrazándolo con fuerza. Cerró los ojos y aspiró su aroma infantil, ese que le recordaba la razón de su lucha.
Kayla, que estaba sentada junto a la cama, sonrió.
— Hola, Mar. Me alegra verte. No te preocupes por nada, ya sabes que estoy para ayudarte.
— Gracias, Kayla —respondió Mar con ternura—. Sé que te he quitado mucho tiempo y…
— Ni lo digas —la interrumpió su amiga—. No me molesta, de verdad. Pero quiero hablar contigo.
Mar asintió, sabiendo que tarde o temprano tendría que darle explicaciones.
— Mami, siéntate —dijo Jhosuat—. Tengo muchas cosas que contarte.
Mar sonrió y se sentó junto a él, intentando escuchar con atención cómo el pequeño relataba con entusiasmo las visitas de Santiago y de Elizabeth, su madre.
— El señor Santiago me trajo una colección de motos, mami, ¡y la señora Elizabeth me prometió visitarme mañana!
Mar lo escuchaba, pero su mente viajaba a otro lugar. No podía dejar de pensar en Santiago, en su voz autoritaria, en su mirada dura. Era imposible reconocer en él al hombre que la había hecho temblar en sus brazos una noche.
Respiró hondo y tomó las manos de su hijo.
— Mi amor, sabes que te amo con todo mi ser, ¿verdad? Eres el hombrecito más importante de mi vida, mi motor, mi todo.
— Lo sé, mami —respondió él con ternura, acariciándole el rostro—. Yo también te amo hasta el infinito y más allá y tu también eres todo para mí.
Mar sintió cómo se le quebraba la voz.
— Mi vida, me salió un trabajo muy importante, uno que nos ayudará a pagar los gastos médicos. Pero… no podré estar contigo el día de la cirugía. Mi jefe me pidió que viaje con él a trabajar.
El silencio se hizo pesado. Mar luchaba por contener las lágrimas.
— No te preocupes, mami —dijo Jhosuat con una madurez que la desarmó—. Yo entiendo. Te prometo que seré muy valiente y saldré bien de la cirugía. Así te sentirás orgullosa de mí.
Las lágrimas rodaron por el rostro de Mar. Lo abrazó con fuerza.
— Ya estoy orgullosa de ti, mi algodón de azúcar. Eres mi guerrero más valiente. Pero ahora este algodón hermoso debe descansar, así que a dormir.
Después de que el pequeño se durmió, Mar salió a hablar con Kayla en el pasillo.
— Mar, ahora sí me dirás qué está pasando. Estás actuando muy extraño últimamente. Y además… —Kayla la miró de arriba abajo—. Estás guapísima. ¿Dónde estabas?
Mar suspiró profundamente.
— Kayla, tengo mucho que contarte. Logré conseguir el dinero para el trasplante.
— ¿En serio? ¿Cómo lo hiciste? —preguntó Kayla, intrigada.
— Prométeme que no me juzgarás —dijo Mar, con los ojos cristalinos—. No tuve otra opción.
— Sabes que jamás lo haría.
— Entré a trabajar en una agencia de acompañantes de magnates y empresarios —dijo finalmente, bajando la voz—. Ya tengo mi primer cliente. Es… complicado, dominante, frío. Me pidió que viajara con él a Dinamarca este sábado. No podré estar con mi hijo en la cirugía, Kayla. Pero necesito el dinero.
Kayla la miró horrorizada.
— ¿Le explicaste lo de Jhosuat?
— No me dio oportunidad —dijo Mar apenas conteniendo la rabia—. Me dijo que si no iba, no recibiría el pago. Es un hombre… de esos que creen poder disponer del tiempo y la vida de los demás. Me recordó a Russell.
Kayla suspiró.
— Mar, es peligroso. Hay hombres con poder que tienen pasiones oscuras. No quiero que termines herida.
Mar asintió, con una sonrisa triste.
— Lo sé, pero no tengo alternativa. Él contrato dice que no estoy obligada a nada más, a menos que haya un acuerdo mutuo. Cuando lo lea sabré a qué me enfrento. Pero necesito ese dinero, Kayla. Lo haré por mi hijo.
Kayla le tomó las manos.
— Jhosuat es como mi sobrino, no te preocupes. Yo estaré con él en la cirugía. No estará solo.
Mar se quebró por dentro. La abrazó fuerte.
— Soy tan bendecida de tenerte, Kayla. Gracias.
— El sentimiento es mutuo, amiga —dijo Kayla sonriendo—. Y tranquila, no le diré nada a nadie. Además, ¿a quién? Si ni amigos tenemos aquí —bromeó, arrancándole una risa a Mar.
— Por cierto —añadió Kayla, sonrojándose—, hay algo que quería preguntarte.
— Dime.
— ¿Qué harías si te atrae alguien?
Mar soltó una carcajada suave.
— Kayla, soy la menos indicada para darte consejos de amor. Tú sabes que mi vida amorosa está más muerta que el desierto del Sahara. La única vez que sentí algo fue por el padre de mi hijo, y ya ves cómo terminó.
Ambas rieron.
— ¿Y puedo saber quién te gusta? —preguntó Mar con curiosidad.
— El señor Theodore Ferguson —dijo Kayla, ruborizada—. Es mi jefe, el vicepresidente.
— ¿Y es guapo? —preguntó Mar con picardía.
— Guapísimo —respondió Kayla riendo—. Y además, culto, elegante… un verdadero caballero.
Mar sonrió con ternura.
— Entonces, amiga, haz que se entere. No hay nada más hermoso que arriesgar el corazón, aunque duela.
Kayla sonrió, y ambas se abrazaron una vez más.
Esa noche, mientras Mar caminaba al café para despejar un poco sus pensamientos, las luces de la ciudad se reflejaban en sus lágrimas.
Pensó en Santiago, en su voz, en su frialdad… y en el hombre que alguna vez fue.
“¿Qué te hizo cambiar tanto?”, se preguntó en silencio. “Porque yo… jamás te olvidé.”