Enzo Y Lori

La amistad entre Lori y Enzo floreció con una rapidez que desafiaba la lógica. Eran dos polos opuestos condenados a atraerse: el mundo introspectivo del lienzo de Lori contra el estruendo competitivo de la cancha de Enzo. Ella, una artista que encontraba la belleza en el silencio; él, un atleta que vivía de la euforia del triunfo. Pero a pesar de sus mundos dispares, encontraron un refugio en las conversaciones interminables que devoraban las horas después de clases.

​Lori hacía de las gradas su estudio, sentada con el sonido rítmico de los balones como banda sonora, observando siempre a lo lejos a Enzo,lo veía como una fuerza de la naturaleza, un relámpago en movimiento que le ayudaba a darle vida a sus cuadros.

Cuando se encontraban en el parque, caminaban juntos, uniendo la intensidad del atleta con la calma de la pintora.

​Esa tarde, el sol caía sobre el horizonte, pintando el cielo de tonos anaranjados, morados y rosados. Lori sintió que le robaban el aliento ante tal espectáculo por lo que no dudo ni un segundo en comenzar a tomar fotos y vídeos de la puesta de sol, Enzo se giró y, al mirarla, su expresión se suavizó. Lori, con ese brillo único en los ojos, le provocó un escalofrío inesperado.

​—Esto es hermoso, ¿no crees? Es como si el cielo estuviera sangrando belleza —susurró Lori.

​Enzo se acercó a ella, rompiendo esa distancia confortable. Lori se quedó rígida, el aire atrapado en su pecho, mientras él se aproximaba peligrosamente a su cuello. Él resopló, y en ese instante suspendido, el corazón de Lori se detuvo, creyendo que aquel era el momento, todo era perfecto, perfecto para el amor; cerró los ojos, anhelando sentir sus labios, pero en lugar de un beso, sintió un tirón ligero, Enzo había mordido y cortado con sus dientes el plástico punzante de la etiqueta que sobresalía del cuello de su suéter apartándose de ella, ajeno a los pensamientos de Lori.

​—Esto estaba mal —dijo Enzo, entregándole el diminuto trozo de plástico.

​—Gracias —respondió Lori, sintiendo cómo el rubor le subía hasta las orejas, una mezcla de alivio y humillación.

Enzo acomodo su sudadera, no parecía importarle la puesta de sol, aunque le gustaba ver a Lori disfrutar de esas pequeñeces.

Lori acomodó su cabello en un intento de liberar la tensión, le fascinaba ver el mundo a través de la sencillez de Enzo, pero aquella cercanía le había robado algo más que el aliento, le había revelado la intensidad de un deseo que no debía sentir.

​Ambos rieron, pero la tensión eléctrica permaneció, la noche cayó, y las estrellas, indiferentes a su drama, los acompañaron.

​Enzo se sentía en paz con Lori, con ella, podía ser el atleta ambicioso que no necesitaba simular ligereza, pasaba horas narrando la adrenalina del partido, la estrategia de la cancha y la satisfacción brutal de la victoria. Lori, por su parte, reía con genuina fascinación ante su competitividad, ocultando el hecho de que su arte era invisible para él. Compartir su pasión por la pintura era vital, pero nunca había un espacio. Enzo siempre tenía mucho que decir y, sin quererlo, muy poco que escuchar.

​Esa noche, Lori, terminó su tarea, el peso de lo que no decían se evaporó brevemente con un mensaje de Ron, su amigo.

​—¿Terminaste el cuadro de las mariposas que estabas haciendo? ¿El que ibas a destruir por 'no estar a la altura'?

​Lori volteó a ver el lienzo. Las mariposas vibraban con una vida que no había sentido hasta ahora. Sonrió.

​—Lo hice, y sobrevivió.

​—¡Qué bien! Estoy ansioso por verlo, sabes que puedes contarme lo que sea.

​—Creo que puedo mejorarlo, no es mi mejor pintura. Es muy... simple.

​—Estoy seguro de que es brillante, tienes un talento único, Lori. Tú ves el mundo con una profundidad que nadie más alcanza.

​Lori volvió a mirar el cuadro, el color, la pincelada, la vida que había plasmado, se preguntó por qué la validación de Ron la llenaba más que la presencia de Enzo.

​—Espero no decepcionarte.

​—Nunca lo haces. -Susurró Ron desde el otro lado de la bocina.

​Lori apagó el celular. Ron siempre le levantaba el ánimo, anclándola a la realidad de su verdadero ser.

​

​Una semana después:

​Enzo estaba con sus amigos cerca del gimnasio cuando Tadeo vio pasar a Lori, vestida con un pantalón deportivo, tenis y una blusa de tirantes.

​—Ahí va la chica de los ojos tristes que está muriendo por ti —dijo Tadeo, con ese tono de burla que siempre le irritaba.

​—¿Lori? Jajaja. Es mi amiga —respondió Enzo, riendo forzadamente, sintiéndose expuesto.

​—No me digas que aún no sales con ella. Es guapa, se ve muere por una oportunidad contigo. ¿Qué esperas?

​—No me interesa de esa forma, Tadeo. Es... diferente, pero si tanto te atrae, puedes salir tú con ella.

​Las risas explotaron, Enzo se despidió sintiendo un extraño malestar, la idea de Lori como algo más que "la amiga" nunca había cruzado su mente, y ahora se sentía molesto por tener que pensarlo.

​A lo lejos, en el parque Lori estaba sentada en los columpios, la tarde era insoportablemente calurosa. Al verlo, su rostro se iluminó con una alegría genuina que él no merecía.

​—¡Enzo, por aquí! —lo llamó Lori, levantando el brazo.

​Él se acercó.

​—¿Qué haces aquí? Podrías estar en una piscina.

​—Es un día hermoso, no se debe desperdiciar la luz.

​—Es horrible, hace demasiado calor.

​—Es perfecto para comer helado.

​—¿Me estabas esperando? —preguntó Enzo, directo, con un dejo de autosuficiencia.

​—No todo gira alrededor tuyo, estrella de baloncesto. ¡Vamos! Invítame un helado. O te derrites.

​Enzo sonrió, desarmado. Lori parecía una niña eligiendo el sabor.

​—No comerás? Este de pistacho está delicioso, tienes que probarlo —dijo Lori, acercándole la cuchara.

​Enzo probó el helado, sintiendo el frío en el centro de su cabeza. La imagen de él, disfrutando de ese pequeño momento, se grabó con una nitidez dolorosa en la mente de Lori.

​—Te hará daño. Dijo Enzo mirando a Lori. -Tus mejillas se han enrojecido.¿Te sientes bien?

​—Lo estoy —dijo Lori, mirando hacia otro lado para ocultar la verdad de su rostro.

​—Debo reconocer que este helado es rico.

​—¿Te gustó?

​—No es muy dulce y es frío, hiciste una buena elección.

​—Compraremos más del mismo sabor —dijo Lori, sintiendo un impulso infantil de capturar ese instante.

​Mientras caminaban a casa, Lori, con una necesidad repentina de entenderlo, le preguntó:

​—Sé que te obsesiona el deporte, el entrenamiento y mantener las victorias, pero... ¿por qué corres tan temprano por las mañanas? Es una hora inhumana.

​—Es mi ritual —respondió él, con una sonrisa que, por primera vez, no llegó a sus ojos—. Me ayuda a despejar la mente. Es solo la música, el camino y yo. Antes lo hacía por las tardes, pero hay demasiada gente estorbando.

​Lori sintió un escalofrío helado en la columna. La imagen de aquel día regresó con una fuerza abrumadora: el sonido de los audífonos, la figura de Enzo, el rostro cubierto por una sombra y, sobre todo, el miedo que ella había sentido. El recuerdo le provocó una punzada de dolor tan aguda que tuvo que detenerse.

​—¿Estás bien? Estás pálida.

​—Por supuesto —dijo Lori, forzando una sonrisa nerviosa.

​—Aquí nos separamos, nos vemos, Lori —dijo Enzo, cruzando la calle sin mirar atrás.

​Lori no dijo nada, había tomado la decisión irrevocable de guardar ese recuerdo como un secreto macabro, una pieza de arte inacabada que nadie más podía ver o juzgar.

​El aire le revoloteaba el cabello, podía sentir y escuchar el latido violento de su corazón. Se había enamorado de Enzo, el amigo que la hacía reír y que, sin saberlo, le había destruido la vida años atrás. No podía odiarlo, la amistad entre ellos se había convertido en un pilar indispensable, una forma de mantenerlo cerca para poder protegerse y, a la vez, una condena.

​Lori necesitaba la compañía de Enzo con una desesperación creciente. La rutina de mensajes, los ensayos, los partidos de baloncesto... Ella admiraba su talento, su energía, su calidez, y a cambio, él se sentía a gusto con ella de una manera que no había experimentado antes. Era como si su amistad hubiera estado destinada, una conexión tan fuerte que ambos se negaban a pensar en un mundo sin el otro, sin embargo, no se daban cuenta de que esa cercanía quizás obsesiva, más que un destino, era la antesala de una catástrofe emocional.