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El Diablo que Me Ama

El Diablo que Me Ama

Status: Terminada
Genre:Yaoi / Mafia / Doctor / Maltrato Emocional / Malentendidos / Reencuentro / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:346
Nilai: 5
nombre de autor: Belly fla

Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.

NovelToon tiene autorización de Belly fla para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 4

La ducha hirviendo no lavó la sensación de invasión que se pegaba a la piel de Josh. Se frotó la cara con fuerza, intentando borrar la imagen de aquella rosa solitaria sobre su cama — un símbolo que no era romántico, sino una marca de territorio.

*¿Cómo sabía Murilo dónde vivía?*

*¿Quién más tenía acceso a su apartamento?*

Las preguntas martilleaban en su cráneo mientras el agua quemaba su espalda.

Al salir, envuelto en una niebla de vapor, sus ojos fueron atraídos nuevamente hacia la flor. Ahora reposaba en un vaso de agua sobre la mesa de noche, un contraste macabro contra la simplicidad del cuarto.

Josh se vistió con una camiseta y se tiró en la cama, ojos fijos en el techo.

Antes de dormir, una última idea lo persiguió:

*¿Por qué un hombre como Murilo Vitelli — un predador, un estratega — simplemente se entregaría a la policía?*

No tenía sentido.

El despertador estridente cortó el aire del cuarto como un grito. Josh aplastó el botón con la palma de la mano antes incluso de abrir los ojos. La rosa todavía estaba allí, en el vaso de agua, ahora con los pétalos levemente marchitos — un recordatorio silencioso del juego que estaba siendo jugado fuera de su percepción.

Se arregló mecánicamente: pantalón de vestir, camisa azul marino, la bata blanca que ya no parecía más un escudo, sino una fantasía frágil. Mientras se ataba los cordones, el teléfono vibró.

— *¡Qué pasa, psicólogo de bandido!* — Lucas, siempre irreverente, incluso a las 8 de la mañana. — *¿Nos tomamos un café después del curro hoy? Necesito contarte algunas cosas.*

Josh dudó. Cada minuto lejos del instituto era un minuto más para respirar, pero también significaba más tiempo solo con sus pensamientos.

— *Está bien. Cafetería del centro comercial, 18h.*

— *Hecho. Y lleva a ese tal Murilo ahí para que charlemos también, ¿no?* — Lucas rió, ignorando completamente la tensión en la voz del amigo.

Josh no respondió. Colgó y miró el juego de ajedrez encima de la mesa. Las piezas negras parecían reírse de él.

El corredor del instituto estaba más silencioso de lo normal. Hasta los pasos de Josh resonaban como truenos. Cuando abrió la puerta de la sala, Murilo ya estaba allí, sentado en su sillón como un rey en su trono, con una sonrisa que dejaba claro: *Yo sabía que vendrías.*

— *Doctor Josh.* — Murilo inclinó la cabeza, los ojos oscuros brillando. — *Trajo el ajedrez, veo.*

Josh colocó el tablero en la mesa, intentando ignorar cómo sus manos temblaban levemente.

— *Usted dijo que quería jugar.*

— *Y usted dijo que quería entenderme.* — Murilo cogió el peón negro, haciéndolo girar entre los dedos. — *Vamos a ver quién consigue lo que quiere primero.*

El juego comenzó en silencio. Josh se concentró en cada movimiento, pero Murilo jugaba como respiraba — natural, inevitable. En diez jugadas, Josh ya estaba acorralado.

— *Jaque mate.* — Murilo anunció, suave, cuando capturó la reina blanca de Josh con un alfil.

Josh miró el tablero, después a Murilo.

— *¿Cómo hizo eso tan rápido?*

— *Práctica, doctor. Mucha práctica.* — Murilo se reclinó, satisfecho. — *Y personas como usted siempre caen en el mismo error: se enfocan en la reina y olvidan que el alfil es quien corta por las diagonales.*

Josh tragó saliva. Aquello no era solo sobre ajedrez.

— *Murilo… ¿por qué se entregó a la policía?*

El silencio cayó como una cuchilla. Murilo quedó inmóvil por un segundo, entonces sonrió, lento, calculado.

— *No puedo contar… no aún.* — Sus dedos tamborilearon en el brazo del sillón. — *Pero cuando sea la hora correcta, usted lo sabrá.*

Josh quiso presionar, pero algo en la expresión de Murilo lo hizo retroceder. En vez de eso, anotó algo en su bloc, intentando parecer ocupado.

Fue Murilo quien rompió el silencio nuevamente.

— *Me gusta mucho nuestra conversación, doctor Josh.*

Josh miró hacia arriba, sorprendido.

— *Lo he notado. Pero antes de eso, usted… ‘volvía locas’ a sus psicólogas. ¿Por qué?*

Murilo rió, un sonido bajo y peligroso.

— *No me gustan ellas.*

— *¿Cómo las volvía locas, entonces?*

Los ojos de Murilo se oscurecieron, fijos en Josh como cuchillos.

— *Es solo entrar en la mente de la persona, doctor Josh.* — Él se inclinó hacia adelante, la voz cayendo a un susurro. — *La mente es el mayor campo de batalla de una persona… contra sí misma.*

Josh sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Él sabía exactamente lo que Murilo estaba diciendo. *Manipulación.* Pura y simple.

— *¿Y usted… está entrando en mi mente ahora?*

Murilo se reclinó, la sonrisa ensanchándose.

— *Usted ya me ha dado todas las piezas, doctor. Solo estoy… jugando.*

El reloj marcó el fin de la sesión, pero Josh ya sabía: ese juego no terminaría tan pronto.

Y, peor — él ya no sabía más quién era el verdadero jugador.

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