Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Contrastes en Convivencia
El apartamento de Marco en la calle Serrano era el vivo reflejo de su personalidad: líneas rectas, muebles minimalistas y una pulcritud casi enfermiza que hacía que Julieta se sintiera como un elefante en una tienda de cristal. Mientras observaba su reflejo distorsionado en la superficie brillante de la mesa de café —otra pieza más de ese museo a la perfección—, no pudo evitar sonreír al pensar en cómo iba a transformar ese espacio aséptico en algo más parecido a una casa de verdad.
—Marco, cariño —canturreó Julieta, sosteniendo una caja llena de lo que ella llamaba "tesoros" y él seguramente clasificaría como "caos material"—. ¿Dónde puedo poner mis cositas?
Marco, que estaba organizando meticulosamente su maletín para el día siguiente, levantó la vista con una expresión que mezclaba terror y resignación.
—¿Cositas? —repitió, fijándose en los objetos que sobresalían de la caja: un unicornio de peluche fluorescente, varios marcos de fotos con purpurina, y lo que parecía ser una lámpara con forma de piña—. Julieta, acordamos que mantendrías tus... elementos decorativos en un mínimo.
—También acordamos que esto sería una casa y no una exposición de IKEA —respondió ella, dejando la caja sobre la inmaculada alfombra blanca—. Además, tengo una sorpresita.
El rostro de Marco palideció. Durante la última semana, había aprendido que las "sorpresitas" de Julieta solían ser sinónimo de caos.
—¿Qué tipo de sorpresa? —preguntó, aflojándose instintivamente la corbata.
—¡Una pequeña reunión! —exclamó ella, dando palmaditas—. Solo algunos amigos para celebrar nuestra boda. Ya sabes, esa en la que nos casamos hace una semana y que nadie sabe que existió.
El recuerdo de aquella noche en el bar de Malasaña golpeó a Julieta como una ola de tequila. Las risas, el baile desenfrenado, y ese momento de locura perfecta en el que ambos decidieron que casarse era la mejor idea del mundo. Ahora, mientras veía a Marco intentando procesar la noticia de la fiesta, no pudo evitar pensar que quizás el universo tenía un extraño sentido del humor al juntar a dos personas tan diferentes.
—¿Pequeña reunión? —Marco se pasó la mano por el pelo, un gesto que Julieta había aprendido a identificar como señal de estrés—. ¿Cuántas personas exactamente?
—Oh, solo unos pocos. Sofía, Bea, Carlos... —comenzó a enumerar con los dedos—. Y algunos compañeros del trabajo. Llegarán en... —miró su reloj de pulsera, decorado con pequeños gatos—. ¡Media hora!
El timbre sonó en ese preciso momento, y la sonrisa de Julieta se ensanchó.
—¡O quizás antes!
Las siguientes dos horas fueron un torbellino de actividad. Sofía llegó primera, cargada con botellas de vino y una playlist que prometía "revolucionar la noche". Bea apareció poco después con una tarta decorada con dos muñecos que se parecían sospechosamente a Marco y Julieta, si Julieta fuera rubia y Marco tuviera el pelo verde. Carlos trajo su guitarra, jurando que solo tocaría "un par de canciones tranquilas".
Antonio, el mejor amigo de Marco, apareció sin invitación, probablemente alertado por algún sexto sentido que le avisaba cuando su amigo estaba a punto de sufrir un colapso nervioso. Y para completar el cuadro, la vecina Marta "casualmente" decidió pasar a pedir sal justo cuando la música comenzaba a elevarse por encima de los niveles permitidos en cualquier reunión civilizada.
Sofía, con una copa de vino en una mano y una sonrisa pícara que presagiaba problemas, acorraló a Marco contra la barra de la cocina. Antonio, que acababa de llegar, intentó rescatar a su amigo, pero solo consiguió convertirse en el segundo objetivo del interrogatorio.
—Venga, Marco, cuéntanos los detalles jugosos —insistió Sofía, inclinándose hacia adelante—. ¿Cuántos tequilas necesitaste para proponerle matrimonio a nuestra Juli?
Marco se aflojó el nudo de la corbata, visiblemente incómodo.
—En realidad, yo no... es decir, fue más bien...
—¡Fue ella quien se lo propuso! —intervino Antonio, intentando ayudar.
—¡Ajá! —Sofía giró su atención hacia Antonio como un tiburón que detecta sangre—. ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Estabas allí? ¡Cuéntanoslo todo!
—No, yo no estaba, pero... —Antonio empezó a retroceder, buscando una ruta de escape.
—¿Entonces cómo sabes quién se lo propuso a quién? —Sofía los señalaba alternativamente con su copa—. ¿Y por qué no estabas allí? ¿Qué clase de mejor amigo no está presente en la boda de su amigo?
Julieta observaba la escena mordiéndose el labio para no reír. Marco parecía estar calculando mentalmente cuántos años de cárcel le caerían por saltar por la ventana del octavo piso.
—Fue... espontáneo —logró articular Marco.
—¡Espontáneo! —Sofía soltó una carcajada—. ¿Tú? ¿El hombre que tiene sus calcetines organizados por tonalidades de gris? No me lo creo.
—Los tiene organizados por material y grosor, no por tono —corrigió Antonio automáticamente, para luego arrepentirse al ver la expresión triunfal de Sofía.
—¡Lo sabía! Eres igual de maniático que él —Sofía se giró hacia donde estaba Bea—. ¡Bea, cariño, ven! ¡Esto se pone interesante!
En ese momento, como si el universo quisiera añadir más caos a la situación, Marta, la vecina, apareció en la cocina con un cuenco vacío.
—Ay, perdón, ¿interrumpo algo? —preguntó con falsa inocencia—. Es que necesitaba un poco de hielo... ¿Estaban hablando de la boda? ¿Qué boda? No sabía que estaban casados...
Julieta vio cómo Marco palidecía visiblemente. La vecina Marta, con su pelo perfectamente cardado y sus gafas de lectura colgando de una cadena dorada, era como un radar humano para los chismes.
—¡No, no! —intervino Antonio rápidamente—. Hablábamos de... de...
—¡De mi boda! —saltó Sofía, sorprendiendo a todos—. Estoy... eh... comprometida.
—¿Con quién? —preguntó Marta, sacando disimuladamente su teléfono del bolsillo.
—Con... con... —Sofía miró desesperada a su alrededor hasta que sus ojos se posaron en Carlos, que en ese momento entraba en la cocina—. ¡Con Carlos!
Carlos, que no había escuchado nada de la conversación, casi se atraganta con su cerveza.
—¿Que yo qué?
La situación se convirtió en un caos de explicaciones atropelladas y risas nerviosas. Marta tomaba notas mentales de todo, sus ojos brillando como los de un niño en una tienda de dulces.
—Qué casualidad —murmuró Marta, observando la interacción entre todos—. Primera vez que veo tanta gente en este apartamento. Y qué curioso que el señor Marco, que nunca hace ruido, ahora organice fiestas... Y con una chica tan... peculiar.
Julieta podía ver cómo los engranajes giraban en la cabeza de la vecina, conectando puntos inexistentes y creando teorías cada vez más elaboradas.
—¡Marta! —exclamó Julieta, decidiendo rescatar a todos—. ¿Te he enseñado ya mi colección de tazas de unicornios? ¡Están en el dormitorio!
—¿Unicornios? ¿En el dormitorio del señor Marco? —Los ojos de Marta se iluminaron como faroles—. ¡Eso tengo que verlo!
Pasaron las horas y el apartamento de Marco, su santuario de orden y control, se había transformado en algo completamente diferente. Las risas resonaban en las paredes, la música llenaba cada rincón, y incluso Antonio, el siempre serio amigo de Marco, estaba intentando aprender los acordes de "Wonderwall".
Fue entonces cuando lo vio. Marco, de pie junto a la ventana, observaba la escena con una expresión que Julieta no había visto antes. No era molestia, ni resignación, ni siquiera ese pánico controlado que solía mostrar cuando ella proponía algo impulsivo. Era algo más suave, casi tierno.
Sus miradas se encontraron a través de la habitación, y por un momento, el caos pareció detenerse. Marco le sonrió, una sonrisa genuina que hizo que el corazón de Julieta diera un vuelco. Quizás, pensó ella, el orden y el caos no eran tan incompatibles después de todo.
—¡Julieta! —la voz de Sofía la sacó de sus pensamientos—. ¡Ven a contarnos cómo conseguiste que el señor Perfecto se casara contigo en una noche de borrachera!
La fiesta continuó hasta bien entrada la madrugada, y cuando el último invitado se marchó (Marta, quien insistió en ayudar a limpiar mientras recopilaba material para los próximos tres meses de chismes), el apartamento era irreconocible. Había confeti hasta en lugares que Julieta no sabía que existían, las copas de cristal de Marco habían sido reemplazadas por vasos de plástico con dibujos de flamencos, y una misteriosa mancha de vino decoraba la pared que antes había sido inmaculadamente blanca.
Ha sido una velada... reveladora —comentó Marta mientras recogía su bolso, sus ojos escaneando por última vez el apartamento en busca de más detalles jugosos—. Marco, querido, nunca imaginé que tuvieras una novia tan... vivaz. ¿O debería decir...? —dejó la pregunta en el aire, sonriendo con complicidad.
—¡Buenas noches, Marta! —cortó Marco, prácticamente empujándola hacia la puerta.
—¡Buenas noches! —canturreó ella—. Por cierto, mañana hay reunión de vecinos. Será muy interesante comentar los nuevos... cambios en el edificio.
Cuando la puerta se cerró finalmente, Marco se apoyó contra ella con un suspiro de alivio.
—Mañana todo el edificio pensará que organizamos orgías con unicornios —gimió.
Julieta no pudo contener la risa.
—Bueno, al menos seremos la comidilla más interesante que han tenido en años.
Marco observó el desastre a su alrededor y, para sorpresa de Julieta, soltó una carcajada.
—¿Sabes qué? —dijo, rodeándola con sus brazos—. Creo que me gusta más así. Tiene... personalidad.
—¿Estás admitiendo que el caos tiene su encanto? —Julieta levantó una ceja, juguetona.
—Estoy admitiendo que tú tienes tu encanto —respondió él, inclinándose para besarla—. El caos viene incluido en el paquete, ¿no?
Mientras se fundían en un beso que sabía a vino barato y a promesas de aventuras por venir, Julieta pensó que quizás esto era exactamente lo que ambos necesitaban: un poco de orden para su caos, un poco de caos para su orden. Y si el precio a pagar era una alfombra manchada de vino y algunos vecinos escandalizados, bueno, era un precio que estaba más que dispuesta a pagar.
Al fin y al cabo, las mejores historias de amor siempre comienzan con un poco de desorden.