LA HISTORIA DE UNA ESCLAVA

Pasaron cinco años después de la muerte de su nodriza, y Nica se había convertido en una jovencita linda, de cuerpo esbelto que ocultaba tras los harapos sucios de la esclavitud.

A pesar de eso, su color de piel la diferenciaba enormemente, y no tardó en levantar el interés de varios hombres.

Pero Nica los odiaba.

Los hombres que había conocido a lo largo de su vida no hacían más que lastimarla y decepcionarla. Desde su padre, hasta su tío, que de todas las cosas malas que había hecho, asesinar a su chacha nunca se lo perdonaría.

Y Francisco, no hizo nada bueno después de la muerte de su madre. Desatendió a sus hermanos menores, empezó a cortejar una mujer tras otra, a tomar ron y fumar tabaco en busca de una muerte prematura.

Nica entendió que los hombres eran unos insensibles, sin sentido común, incapaces de sentir amor que no fuese hacia ellos mismos.

Esa mañana, Gwendoline despertó entusiasmada. Se puso su vestido más costoso, sus perlas más relucientes y mandó a preparar asado de res con ensaladas y verduras, además de una elaborada tarta de fresas como postre.

«La comida favorita de Lilianne.» Pensó Nica, extrañada.

Y es que la tomó por sorpresa: Lilianne estaba de regreso. La doña se lo confirmó, de seguro volvería por la boda de Aquiles.

Otro que andaba contento ese día era el señor Héctor, y era precisamente por ese compromiso entre su hijo y una joven austriaca, hija de un poderoso inversionista que levantaría el negocio familiar.

Llegado el mediodía, un carruaje se detuvo en las puertas de la hacienda. La familia Montalván salió a recibir el miembro que les faltaba, y Nica desde las sombras de la gran casa, pudo ver a su prima después de varios años.

Estaba completamente cambiada. Era como cualquier dama europea de elegante vestido rosa pastel y cabello rubio recogido. Portaba guantes blancos, un abanico a juego con su vestimenta y un sombrero extravagante.

Toda ilusión dentro de Nica desapareció. Su prima no era la misma, sino otra copia de las señoritas creídas y refinadas de sociedad. Lo supo al verla sonreír dulcemente, sin mostrar los dientes.

¿Y si ya no la veía como su prima? ¿Y si se reencontraban de nuevo, ella la discriminaría por su mestizaje?

Doña Gwendoline la recibió con los brazos abiertos, algunas lágrimas se le escaparon a ambas. Aquiles también la recibió con un fuerte abrazo, daba ternura como el mayor había extrañado tanto a su hermanita.

El único que no mostró alegría por su regreso fue Héctor, quien se redujo a recibirla con unas frías palabras.

—Espero que esta vez te comportes como una señorita devota.

La sonrisa dulce de Lilianne cambió a una expresión de triste. No podía esperar más de su padre, a él solo le importaba la imagen de la familia ante la sociedad.

Luego de aquella predecible bienvenida, todos se centraron en preparar la fiesta de compromiso de Aquiles, la cual se celebraría mañana en la noche. En esa fiesta se anunciaría su compromiso y Aquiles conocería a su prometida por primera vez.

Mientras Nica caminaba por los pasillos, pensaba en lo aterrador que debía ser casarte con una completa desconocida. Ambos tenían costumbres distintas, a pesar de ser del mismo continente, incluso en el idioma era una barrera enorme.

Una relación así no estaba destinada a la felicidad, o al menos eso sentía Nica. Aunque ni siquiera conocía la felicidad en su plenitud.

Cuando pasó cerca de la sala principal, se sorprendió al escuchar la melodía del piano. Solo Doña Gwendoline y ella sabían tocarlo, y que supiera, la señora estaba ocupada en los preparativos.

Silenciosamente, Nica se acercó a la puerta de la sala y pudo divisar a su prima interpretando una melodía que desprendía un augurio melancólico. La propia Lilianne lucía triste mientras tocaba, quizás su bienvenida no fue tan grata como esperaba.

La rubia suspiró cuando las notas del piano dejaron de sonar. A pesar de ser una canción triste, ella se identificaba de cierta forma.

—Una melodía muy bonita, aunque triste y deprimente. —Habló Nica, tímida.

Lielianne se sobresaltó en su lugar, y de inmediato dirigió su mirada a la puerta. Nica se asustó al ver su rostro de confusión, sin saber que su prima apenas y la reconocía.

—¿Nica? ¿Eres tú? —Exclamó Lilianne, pues era la única esclava de piel blanca que conocía. Cuando Nica asintió, se emocionó. —¡Eres tú, prima! ¡Cuánto tiempo!

Lilianne corrió a abrazarla, no fue un abrazo de señorita, fue de aquellos que te quitaban el aire de un apretón. Nica se alegró de que esa "rusticidad" en la personalidad de su prima no hubiera desaparecido por completo.

—¿Dónde estabas? ¿Por qué no me recibiste en la entrada? —Cuestionó la rubia en medio del abrazo.

—La presencia de una esclava en su bienvenida no sería adecuado. —Murmuró Nica, bajando la mirada. —No puedo estar cerca de mis amos a menos que ellos lo ordenen.

La expresión de Lilianne mostró la lástima que sentía por su prima. A veces repudiaba como su padre pagaba la furia qué sentía por su tío Vicente en Nica, una inocente.

—¿Cuánto tiempo hace que estabaís escuchándome? —Preguntó Lilianne, cambiando de tema.

Ese "estabaís" saliendo de la boca de su prima hizo que se aguantara las ganas de reír. Que ella recordará, Lilianne prometió que nunca hablaría de esa forma.

—No lo sé... ¿Eso importa? Verla en persona y escucharla tocar no es algo que vea todos los días. —Respondió Nica, mientras liberaba una risa. —Pero si es cuestión de gustos, no me agradan las canciones tristes.

—No me salen las canciones alegres y rápidas. Si me contrataran para ser pianista, tendría éxito en un funeral, y aun así me lanzarían tomates. —Bromeó Lilianne.

—Dicen por ahí que no se trata de cantidad, sino de calidad. —Comentó la pelinegra, tomando la mano de su prima y guiándola al piano. —No es difícil, toque algo feliz.

—Lo decís tan fácil, como si fueses una pianista de profesión. —Agregó la rubia entre leves risas.

Nica se sintió incómoda con ese comentario.

—Bu-Bueno... lo digo porque debe estar feliz, su regreso animará la casa y el sarao que se celebrará en honor al compromiso de su hermano.

—¡Es cierto! ¡Debo saber que me voy a poner para el sarao! —Exclamó Lilianne preocupada.

¿Lilianne preocupándose por lo que se va a poner? ¡Que va! Las monjas se la cambiaron sin duda.

—Ah, eso me recordó a que vine. —Nica carraspeó su voz antes de decir el discurso que le encargó su tío. —El señor Montalván me ordenó que durante su estadía la atienda como su sirvienta personal. De mi depende que coma, vista y se vea perfecta, cuando guste podemos ir a sus aposentos y ver las opciones que tiene para la fiesta de mañana, señorita.

Ahora la incómoda era Lilianne, debido a tanta formalidad recibida por alguien de confianza.

—Oh, está bien... ¿Gracias? —Dijo Lilienne, soltado una risilla.

—No tiene por qué agradecer, estoy a su merced. —Contestó Nica, con un nudo en su garganta.

Literal, era su deber o sino la mandaban a azotar al tronco.