¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 11
Luego de descubrir la posibilidad de estar embarazada, Lavender se sintió renovada y emocionada. Sus ánimos, que habían estado decaídos por lo distante que Maxon se mostró últimamente, mejoraron al pensar que un hijo podría salvar cualquier distancia que se estuviera formando entre ellos. La sola idea de tener un niño que se pareciera a Maxon la hacía sonreír. Pero Lavender no quería precipitarse; no podía hablar con certeza de algo de lo que no tenía pruebas, así que decidió no comentarle nada al respecto a Maxon aún.
Lavender volvió a sonreír alegremente y la pesadez en su corazón se aligeró, cuando ese día Maxon estaba siendo muy cariñoso, como siempre había sido, como si los días en los que había sido indiferente y distante fueran una ilusión suya. La saludó con afecto, le dio un regalo y expresó su entusiasmo por la celebración de esa noche. Lavender se sintió culpable por haber dudado de él. Tal vez, pensó, Maxon había estado demasiado ocupado y no se había dado cuenta de su comportamiento. Mientras sonreía, acariciando el rostro de su esposo y agradeciéndole por el regalo, no podía dejar de pensar en lo maravilloso que sería la llegada de un hijo. Un niño completaría su felicidad. Decidió que, después de la fiesta, buscaría a un médico para confirmar si estaba embarazada. Pero, por el momento, debía ocuparse de la celebración que tenía por delante.
El salón principal de la mansión Lehman había sido decorado a la perfección. Flores y velas adornaban el lugar, creando una atmósfera cálida y elegante. Los invitados llegaban, y Lavender, acompañada por Maxon, los recibía con una sonrisa impecable. Todo parecía ideal.
Entonces, Violett llegó con una sonrisa radiante, felicitando a Lavender por su cumpleaños y elogiando la organización del evento.
—Todo ha quedado perfecto —dijo Violett, con entusiasmo.
—Gracias a tu ayuda —respondió Lavender, con una sonrisa suave—. No habría sido posible sin ti.
El baile comenzó, y Lavender y Maxon inauguraron la pista. Sin embargo, solo pudieron compartir un baile. Muchos invitados querían hablar con Maxon, y pronto Lavender se encontró sola en una esquina, observando cómo su fiesta transcurría sin ella. Las parejas danzaban, algunas personas aprovechaban para entablar nuevas amistades, otros conversaban mientras degustaban los postres y aperitivos. Las risas llenaban el ambiente, pero Lavender se sintió extraña, casi ajena a todo aquello. Recordó por qué no solía celebrar su cumpleaños. Justo en ese momento, en medio de esos pensamientos, Violett se acercó. Su expresión no era la de antes; parecía pálida y algo incómoda.
—No me siento bien —dijo Violett, con voz débil.
De inmediato, Lavender se preocupó.
—Ve a descansar en una de las habitaciones para invitados. Enviaré a un médico para que te revise.
—No, no es necesario —respondió Violett, negando con la cabeza—. Con recostarme un rato estaré bien.
Aunque Lavender insistió, Violett logró persuadirla.
—No quiero arruinar tu fiesta por un simple malestar. No te preocupes, descansaré un momento y volveré —dijo Violett, con una sonrisa forzada.
Lavender finalmente aceptó y envió a una doncella para que acompañara a Violett a una habitación. Sin embargo, durante el resto de la fiesta, no pudo dejar de preocuparse por su amiga, especialmente cuando notó que Violett no regresaba. Deseaba que la celebración terminara pronto para poder ir a ver cómo estaba.
Cuando el último invitado se despidió, Lavender se apresuró a subir al segundo piso. En ese momento, no se percató de que Maxon tampoco estaba por ninguna parte.
Al subir, notó que no había empleados en los alrededores, solo un silencio extraño que le produjo un ligero escalofrío. Caminó hacia las habitaciones para invitados y, una a una, las revisó, pero Violett no estaba en ninguna de ellas. Lavender comenzó a pensar que tal vez Violett se había ido sin avisar, cuando un sonido proveniente del otro lado del pasillo captó su atención. Mientras se acercaba, pudo distinguir risas y jadeos, lo que la hizo fruncir el ceño. Sintió una inquietud que se incrementaba con cada paso.
Cuando se dio cuenta de que aquellos sonidos provenían del estudio de Maxon, su sangre se helo. Se acercó con sigilo. La puerta estaba entreabierta y, al mirar a través de la rendija, algo dentro de ella se rompió. Dejó de respirar, sus ojos secos y bien abiertos, incapaces de apartarse de la imagen que tenía frente a sí. Violett, su amiga, montaba salvajemente a Maxon, balanceándose y jadeando mientras le preguntaba:
— ¿Lo hago mejor que ella? Dime ¿Lo hago mejor que Lavender?
Maxon gruñía en respuesta, completamente sumergido en el acto.
—Sí, mucho mejor. Me gustas más... mucho más.
Los dos estaban a medio desvestir, con sus ropas y objetos tirados alrededor, dejando en clara la urgencia con la que se habían entregado al deseo.
Lavender no podía pestañear, ni respirar, ni asimilar lo que veía. Su mente se negaba a creer lo que sus ojos estaban viendo y sus oídos escuchando. Mientras ellos seguían sumergidos en la acción, sin percatarse de su presencia, de pronto Lavender Con un movimiento brusco, empujó la puerta, abriéndola por completo. El sonido llamó la atención de ambos, que voltearon hacia la entrada. Lavender los miró con una expresión seria, una mirada que ninguno de los dos había visto jamás.
Sus ojos, de un plateado gélido como el filo de una daga, destilaban un dolor tan agudo que podría cortar. En la profundidad de esa traición había una furia contenida, y aunque rota, su mirada seguía siendo peligrosa, como una hoja a punto de ser desenvainada. Sin embargo, no hizo nada más que escupir lo que se retorcía dentro de sus entrañas, su voz fría.
— No sé cuál de los dos me da más asco.— Y sin esperar respuesta, se volteó y salió de allí, huyendo sin saber cómo, mientras la voz de Maxon resonaba tras ella, exigiendo que se detuviera. Pero fue al cruzar la puerta cuando el verdadero dolor de la traición comenzó a hundirse en su pecho. Las lágrimas que había contenido empezaron a nublar su visión, calientes y amargas. Corrió, sintiendo cómo sus piernas temblaban bajo su propio peso, su corazón golpeando tan rápido y fuerte que apenas podía respirar. El llanto, atrapado en su garganta, hacía que el dolor en su pecho fuera insoportable, como si el aire se le escapara.
Todo lo que deseaba era alejarse lo más rápido posible, sin volver a ver ni oír a aquellos que la habían herido tan profundamente.
Lavender llegó hasta las caballerizas sin pensar, sin detenerse. Sin decir una palabra, arrebató las riendas de un caballo a uno de los caballeros, montó de un salto, y con un agitar frenético de las riendas, hizo que el animal corriera a toda velocidad, huyendo de la mansión ducal sin rumbo fijo.