Mariana es una joven que esconde una pasión por su mejor amigo desde que tiene 15 años. Murilo ha estado ocultando su enamoramiento por su mejor amiga desde que tenía 14 años. ¿Qué tienen en común? Están enamorados el uno del otro, pero ocultan este sentimiento, pues el miedo a perderse es mayor. Sin embargo, este miedo termina separándolos durante 8 años.
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Capítulo 10
Después del almuerzo, fueron a la sala y María notó que Mariana quería decir algo y que tenía una mirada triste.
María: ¿Qué pasa, hija?
Mari: Mamá, ¿crees que algún día me perdonará?
María: ¿De qué hablas, Mari?
Mari: De que ellos hayan muerto...
María, que estaba en un sillón un poco alejado de donde estaba Mariana, se acercó a su hija y la abrazó. Mari tenía los ojos llenos de lágrimas y miedo de lo que su madre pudiera decir.
María: Hija, no tengo nada que perdonarte, porque no hiciste nada malo.
Mari: Murieron por mi culpa, mamá. No los cuidé como debía, le prometí a la señora que los cuidaría.
María: Mari, cuidaste perfectamente a mis padres. Todos los días recibía elogios sobre ti. Después de que papá murió, tus cuidados por mi madre se duplicaron.
Mari: Yo podría...
María: Hiciste todo lo que estuvo a tu alcance. Siempre los cuidaste muy bien. Estoy sumamente agradecida contigo por haber estado con ellos en sus últimos años. Sé que no fue fácil para ti, hija. Fuiste tú quien encontró a mi padre muerto y mi madre murió en tus brazos, pero...
Mari: Por mi culpa.
María: ¡No! No fue tu culpa, Mariana. A la edad que tenían era normal. Los dos tuvieron infartos y no había forma de que lo supieras, nadie tenía cómo saberlo.
Mari: Por favor, perdóname.
María: No tengo nada que perdonarte, hija.
Mari: Por favor, mamá.
María: Mi amor, no hiciste nada. Fuiste la mejor nieta que mis padres podrían haber tenido. Fuiste incluso más cuidadosa con ellos que yo misma. Siempre cuidándolos muy bien, llevándolos siempre al médico, su alimentación era saludable, siempre hacías algo para que estuvieran distraídos, además de tantas otras cosas. Pero, si esto hará que tu corazoncito esté en paz, si hará que dejes de pensar en eso, aunque no tengas la culpa de absolutamente nada, te perdono.
Mari: Después de que se fueron, tuve miedo de no tener nunca tu perdón. Tenía miedo de volver y que ya no me aceptaras como hija.
María: Un miedo tonto...
Mari: Quería volver, mamá. Después de que todo esto pasó, lo que más quería era volver, pero no podía mirarte a la cara, me sentía culpable.
María: Hija...
Mari: Durante estos dos últimos años, no hubo un día en que no me sintiera sola, el sentimiento de soledad era tan grande que me angustiaba. Era horrible. Muchas veces preparaba mis cosas para poder volver, pero no podía irme.
Ver a Mariana hablar entre lágrimas, dejó el corazón de María destrozado. Podía imaginar por lo que su hija había pasado sola y todo eso también le dolía a ella. María abrazó a su hija con fuerza y después de un rato, secó sus lágrimas.
María: Te prometo que nunca más te sentirás así. Haré todo lo posible para que nunca más sientas ese sentimiento. Yo cuidaré de ti, hija mía, te daré todo el amor del mundo.
Mari: Te amo mucho, mami.
María: Yo también te amo, mi niña.
Besó a su hija y la atrajo para que se acurrucara en ella. Mariana pudo disfrutar de un tiempo con su madre, solo ellas dos juntas, cosas que no hacían desde hacía algún tiempo. Por la tarde, después de que María se fuera, Mari fue a su habitación, se puso los auriculares y se dedicó a organizar sus cosas. Mariana terminó todo alrededor de las 5 de la tarde. Contenta con todo organizado, fue al balcón de su habitación y se encontró con Murilo en el balcón de la suya. Mari se sorprendió al verlo y le saludó, pero Murilo le dio la espalda y entró en su habitación. Mariana se quedó un poco triste y suspiró decepcionada.
Mari: Soy una idiota. ¿Cómo pude creer que querría volver a ser mi amigo?
Volviendo a su habitación, tiró su móvil y los auriculares a la cama y salió frustrada. Cuando bajaba las escaleras, el timbre empezó a sonar sin parar.
Mari: ¡Qué prisa! ¡YA VOY...!
En cuanto abrió la puerta, soltó un grito de sorpresa al sentir que alguien la jalaba y la abrazaba. Todo fue muy rápido y solo después de unos segundos se dio cuenta de que el hombre no era otro que Murilo Rossi.
Mari: Lilo...
Murilo: ¡Eres tú! Creí que estaba viendo cosas cuando te vi, así que vine corriendo. Ah, Mah. Cómo te he echado de menos.
Mari: ¡Lilo, suéltame! Me estoy quedando sin aire, me estás apretando mucho.
Murilo notó que Mariana estaba sin aliento y la soltó un poco avergonzado, echaba tanto de menos que ni siquiera se había dado cuenta de que la estaba abrazando demasiado fuerte.
Murilo: ¡Perdón!
Mari: ¡Está bien! ¿Quieres entrar?
Murilo: ¡Sí!
Antes de que pudiera reaccionar, Murilo la tomó de la mano y la llevó a rastras hasta el sofá.
Murilo: ¿Qué haces aquí?
Mari: Que yo sepa, esta sigue siendo mi casa, ¿recuerdas?
Murilo: Ya me entiendes, Mariana, jaja.
Mari: ¡He vuelto!
Murilo: ¿Ahora sí podemos hablar?
Mari: Lilo...
Murilo: Por favor, Mah.
Mari: ¿De qué quieres hablar, Murilo? ¿Qué quieres conversar?
Murilo: Sobre nosotros... sobre nuestra amistad...
Mari: ¿Amistad? Jaja. Nuestra amistad murió hace 8 años, Murilo.
Murilo: Mah...
Mari: ¿Qué quieres, eh? ¿Te alejas y después de años vuelves como si nada?
Murilo: ¿Yo alejarme? Tú fuiste la que se alejó, Mariana.
Mari: ¿Yo?
Murilo: Sé que tengo parte de la culpa, pero tú también te alejaste, te fuiste y me dejaste solo.
Mari: Murilo, deja de decir tonterías. Me fui porque tú te alejaste de mí. Empezaste a salir con alguien y te olvidaste de mí.
Murilo: ¿Cómo puedo olvidarme de mi mejor amiga? La chica que creció a mi lado.
Mari: Desde el momento en que dejaste que Raquel se entrometiera en nuestra amistad, Murilo. Fue ahí cuando te olvidaste de mí. Demonios, no me importaba que salieras con alguien, podrías salir con quien quisieras. Pero, la dejaste que te mandara y ella hizo que te alejaras.
Murilo: Mari...
Mari: Me puse enferma, Murilo. Estuve unos días en el hospital y solo fuiste a verme una vez y si estuviste cinco minutos, fue mucho. En las dos semanas que pasé recuperándome aquí, si viniste cuatro veces fue mucho y todas fueron rápidas.
Murilo: Lo sé, me equivoqué en esa parte, pero estoy profundamente arrepentido. El día que fui a pedirte perdón, descubrí que te habías ido, Mari. No sabes cómo me puse.