Zaira es una joven que creció alejada de todo y todos, únicamente con la compañía de la mujer a la que considera su madre, pero a pesar de su aislamiento, Zaira siempre supo quién era y cuál era su propósito en la vida, y la joven está más que dispuesta a llevarlo a cabo.
Uniendo así su destino con los otros tres elegidos, Zaira deberá de derrotar al malvado dios Daotan, quién solo busca la destrucción del mundo, esta misión la llevara por un camino desconocido y lleno de peligros, un camino que no recorrerá sola, puesto que a su lado, lo quiera o no, estará un hombre que desde su nacimiento siempre supo que Zaira era su destino, y la ayudara aunque ella no lo desee.
Esta es la tercera historia de la tetralogía “Los 4 Guerreros de los Elementos”.
La primera historia es “El Guerrero de la Tierra”
Y la segunda historia es “La Guerrera del Aire”
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Capítulo 4
NARRADOR
Amaya dio a luz a una niña, algo que la decepciono muchísimo, puesto que un varón hubiera sido lo mejor, pero poco podía hacer, criaría a su hija para convertirla en la siguiente reina, de algo le servirían las leyes implementadas por la antigua reina.
Lo que la reina no se esperaba, fue que solo un año después del nacimiento de la princesa, la concubina Kendra dio a luz a un niño, quien por el simple hecho de ser un varón, se convertía en una amenaza para su hija, por lo que varias veces intento deshacerse de ambos, de la concubina y de su bastardo, pero no tuvo éxito, el rey los protegía desmesuradamente, y antes de que empezaran a sospechar de ella, tuvo que parar.
Al darse cuenta de que no podría deshacerse de ellos, decidió que haría de su hija la mejor candidata al trono, para que así el rey no pudiera subir a su bastardo al trono, puesto que era más que obvio el favoritismo que el monarca tenía por su hijo.
Ese fue el inicio del infierno de Jenna, quien día a día, sufrió el maltrato de su madre por no cumplir con sus expectativas, su madre estaba tan enfrascada en convertirla en la reina perfecta, que lo único que causo, fue en su hija un fuerte repudio por el puesto de reina, y aun siendo muy joven, Jenna supo que quería ser todo, menos una reina.
Pero para Jenna no todo era malo, dentro del castillo, la joven princesa encontró amor, siendo este de parte de la concubina, a quien llego a tenerle aprecio, y de parte del segundo príncipe, su hermano. Ambos niños se volvieron inseparables, en más de una ocasión Jordán quiso hablar con su padre, para que este volteara a ver a su hija y la liberara de los maltratos de su madre, pero al rey poco le importaba la niña, esto causo que Jordán empezara a guardarle rencor, no solo a su padre, sino también a su madre, quién a pesar de decir que quería a Jenna, nunca hizo nada por ayudarla.
- ¿Qué te hizo esa bruja esta vez? – le pregunto Jordán a Jenna.
La joven princesa, después de los golpes que le había dado su madre, se dirijo hacia los jardines del palacio, allí había un laberinto de setos, y en medio de este laberinto se encontraba una fuente de agua, ese era el lugar secreto de ambos príncipes, donde pasaban horas hablando, jugando, o simplemente disfrutando de su compañía mutua.
- Digamos que estaba muy enojada – le contesto Jenna, permitiéndose al fin llorar.
Jordán no lo dudo y corrió hacia su hermana y la rodeo con sus brazos para consolarla, el joven príncipe nunca había podido entender como una madre podía tratar tan mal a su hija, y como un padre podría actuar con tal indiferencia ante el sufrimiento de su sangre.
Una vez Jenna se calmó un poco, la joven le contó lo ocurrido con la reina, mientras que Jordán, usando el agua de la fuente, trataba sus heridas.
- Que acaso ese hombre es estúpido, como se le ocurrió decirle algo así a la reina, sabiendo que serias tú la que pagaría los platos rotos – le dijo Jordán a su hermana, el joven estaba más que molesto con su padre, y lo único que quería hacer, era ir hasta su oficina y partirle la cara, era le poco aprecio que aún le tenía, lo que le impedía hacerlo, porque si bien el rey siempre fue un padre cariñoso con él, muchas de sus acciones dejaban mucho que desear, como hombre, como padre y como rey, y cada día que pasaba Jordán descubría algo más que lo decepcionaba de su padre y con cada nuevo descubrimiento le perdía aún más cariño.
- Al rey no le importa lo que me pase, él solo quería restregarle en la cara a mi madre que tú serias su heredero y no yo – le contesta Jenna a su hermano – la verdad eso no me afecta, tú serás rey, el mejor rey que este reino ha tenido, y yo orgullosamente estaré a tu lado.
- Y así será, seré mejor rey que mi abuelo, y claramente ser mejor rey que mi padre, corregiré todos los errores que ha cometido ese inútil, y haré crecer este reino, como nunca lo ha hecho, y ya verás mi primero que haré al subir al trono será permitir que tú y Moisés se casen – le dice Jordán a su hermana, con la esperanza de hacerla olvidar lo que acababa de pasar con la reina.
- ¿pero qué rayos dices? – le dice Jenna a su hermano, mientras le arroja agua de la fuente.
- A ti te gusta, y él gusta de ti, sé que la bruja de tu madre nunca permitiría que te cases con él, pero una vez yo sea rey, te dejaré casarte con quien quieras, y no permitiré que esa mujer se interponga – le dice Jordán a su hermana, lo que causa que la joven se sonroje.
Su hermano tiene razón, ella desde hacía unos meses se había fijado en Moisés, un nuevo recluta de la guardia real, que había destacado desde el instante que llego, Moisés era alguien con talento natural para manejar la espada, así como otros tipos de armas, destacando entre sus compañeros de manera positiva, por ser alguien muy diligente con su entrenamiento, además de muy amable y respetuoso
Moisés era un joven apuesto que rápidamente se ganó el corazón de la joven, y el interés era mutuo, porque con solo verla, Moisés quedo enamorado de la princesa, ambos se gustaban y mucho, la pareja buscaba cualquier excusa para pasar tiempo juntos, y aunque su relación era solamente amistosa, ambos tenían sentimientos por el otro, pero Moisés al ser un plebeyo, la reina nunca permitiría que se casara con Jenna, puesto que la reina planeaba casarla con quién le pudiera asegurar la corona, o al menos eso era antes, pero con las palabras de la oráculo, sin importar con quién la casara su madre, ella nunca tomaría el trono.
- Bueno, ya basta de hablar de mí, ¿Qué hay de ti?, ¿algún avance con Beverly? – le pregunto Jenna a su hermano, y ahora fue el turno del príncipe de sonrojarse.
Beverly, como Moisés, era una plebeya, la chica había entrado como sirvienta en el palacio, ganándose el corazón de Jordán al instante, quien con atenciones y detalles se supo ganar su corazón, pero Jordán no era como su padre, él no dejaría a Beverly como una concubina, él la haría su reina, y Beverly no era como la madre de Jordán, ella lucharía para demostrar que se merecía ese puesto, por lo que renuncio a su trabajo en el palacio, y con ayuda de Jordán y a veces de Jenna, Beverly estudia sin descanso para desmotarles a todos que era capaz de llevar el título de reina.
- Ha mejorado bastante, y ahora con lo de la profecía, me será más fácil obligar a esos nobles retrógradas que la acepten – le contesto Jordán a su hermana.
- Me alegra, hermano.
Esa tarde, los hermanos estuvieron hablando despreocupadamente hasta mucho después de que el sol se hubiera ocultado, puesto que poco sabían de lo que se avecinaba.