La Pobre Viuda, Y El Magnate Cruel

Adelaida sintió demasiada tristeza al enterarse de que el bebé tenía la misma enfermedad que Francis. Entonces comprendió que el portador del gen defectuoso es el maldito del François y ella, durante tanto tiempo, sintiéndose culpable.

Tanto fue el impacto del diagnóstico dado por el médico, que ni siquiera la ex suegra se percató de la presencia de Adelaida hasta que ella se despidió.

—Madeleine, ¿y qué hace esta maldita contigo? —Aun en un momento tan preocupante, no deja de destilar veneno.

—Suegra, Adelaida, me ayudó a llegar a la clínica. Si no fuera por ella, ¿quién sabe qué hubiera sucedido? —Madeleine le explicó —Adelaida, de nuevo, gracias.

Adelaida salió de la clínica, no sin antes darle su número telefónico a Madeleine, por si necesitaba un consejo en cuanto al manejo de la enfermedad de su bebé. El cual, quedó hospitalizado para ser transfundido y hacerle exámenes para confirmar su diagnóstico.

Llegó a la mansión ya tarde, cenó junto a Margarita y Francis. Sentía tanta soledad, Josefina les hacía mucha falta y ni que decir de Kento. Los días se le hacían eternos, y en las noches le leía a Francis los poemas de Benedetti.

Ni una llamada había recibido de parte de Kento durante los dos meses que ya había pasado. Y aunque eso le dolía, sabía que era lo mejor, pues así sería más fácil el momento del adiós.

Ya se disponía a acostarse, ya había hecho dormir a Francis, que estaba muy triste por la muerte de su Finita, como él le decía. Y más le dolió a Adelaida cuando le dijo, antes de dormirse, que a él le gustaría hacerle compañía a su Finita, pues él ya está muy cansado.

No podía sacarse esas palabras de la cabeza, no concebía una vida sin su niño y esas palabras la martirizaban. Lo peor es que no tenía con quién desahogarse, no tenía un pecho en donde llorar.

Estaba perdida en sus pensamientos, cuando sintió que alguien la abrazaba por detrás y dejaron un beso en su cuello. Con solo sentir su perfume, se dio cuenta de que se trataba de Kento y eso llenó su alma de paz.

—Te extrañé mucho, mi Eloísa. —Le dijo sensualmente al oído, mientras la volteaba y le daba besos apasionados.

—Yo también te extrañé mucho —Alcanzo a decir Adelaida, pues Kento atacó su boca sin piedad, la tomó entre sus brazos y la depositó en la cama.

Allí empezó a retirar su delicada pijama de seda mientras la seguía llenando de besos.

—Extrañaba tu piel, tu olor, tu presencia en mis días. Sentía que me iba a volver loco, sin hacerte el amor, sin sentirte. —Cuando terminó de retirar su última prenda, se deleitó probando su néctar — sin probarte.

—¿Y no estuviste con tu prometida? —pregunta Adelaida con celos.

—Eso solo lo podré hacer el día de la boda —Adelaida sintió la intromisión de la dureza de Kento, y ya no quiso preguntar más. Se perdió en la pasión con que la embriagaba Kento.

Esta vez sintió que él le hacía el amor de una manera diferente, más entregado, más apasionado. Como si quisiera dejar su alma en esta entrega. Con sus besos quería devorar su boca, que su sabor quedara impregnado en sus papilas y así no olvidarla. Quería que Adelaida supiera con su entrega lo que con palabras no le podía decir. Hasta que Adelaida, en medio del éxtasis, no pudo aguantar más y su corazón fue el que habló en esta entrega sublime

—¡Te amo, Kento, te amo! —Kento ante tal declaración, se dejó llevar y llenó a Adelaida de todo el amor que sentía por ella —. No me dejes, quédate conmigo, ¡cásate conmigo!

Kento quedó de una sola pieza, no podía creer que Adelaida lo amara tanto o más de lo que la ama él. Pero ya no había marcha atrás, rechazar dos veces el omiai y a la misma familia sería una ofensa mucho más grande. Ya no podía hacerlo, su deber es casarse con Yuriko. Así que se le ocurrió una descabellada idea.

—Mi hermosa Eloísa, yo también te amo. Pero no puedo rechazar el omiai por segunda vez. Por lo que te pido que sigas conmigo como hasta el momento, hasta que se cumpla el año del contrato. —Adelaida lo miró con tristeza, de que le sirvió haberse declarado con el corazón, si Kento solo le puede ofrecer que ella sea su amante.

—¿Entonces quieres que sea tu amante, por los siete meses que falta de contrato? —Kento asintió —¿Y qué pasará con nosotros después de que pase el año?

—Si quieres, seguiremos como estamos. Tendrás todo lo que quieras, y también mi amor, mi pequeña Eloísa. Pero no serás mi amante, pues mi corazón es tuyo. Lo de Yuriko es solo un contrato —cuando terminó de hablar, Adelaida estampó su delicada mano, en el perfecto rostro de Kento. Y lo dejó allí en la habitación, solo meditando en lo que acaba de pasar.

Adelaida se fue a la habitación de Francis hasta que amaneció.

En la mañana desayunó en la cocina con Francis y Margarita, tal como venía haciendo desde que Kento se había ido a Japón. Cuando él bajó a desayunar, le pidió a Margarita que llamara a Adelaida para que desayunara con él. Resignada, dejó a Francis con Margarita y llegó al comedor con Kento.

—¿Qué haces desayunando con el niño en la cocina? Tu deber es desayunar conmigo desde que yo esté en la mansión, eso creo que ya había quedado claro. Hasta disculpas te pedí por haberte echado a comer a la cocina —Kento le decía imponente.

—No veo el porqué la necesidad de comer acá en el comedor. Al fin y al cabo, en siete meses, se acaba el contrato y ya seré una mujer libre. —Eso no le gustó a Kento. El solo hecho de dejar de ver a Adelaida lo llenaba de tristeza.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Ser libre? —Kento se estaba saliendo de casillas.

—No, tú sabes perfectamente qué es lo que quiero. Pero eres un cobarde. ¡Doblemente cobarde! ¿Si ya enfrentaste a tu familia por una mujer que no valía, que te cuesta hacerlo por mí que sí valgo? —Eso, dejó sin palabras a Kento, esa mujer sí vale. Pero ya era tarde.

Adelaida se levantó de la mesa, se fue a la cocina a despedirse de su niño, tomó su abrigo, su bolso y se fue a una entrevista en una editorial. Pensaba decírselo a Kento en la mañana, pero dadas las circunstancias prefirió no hacerlo. Ya no iba a depender de un hombre. Era hora de que se valiera por sí misma. Al menos su niño tenía un equipo médico de calidad que lo cuidaba y la propuesta de trabajo era de medio tiempo y la mayoría lo podía hacer desde casa.

—¡Adelaida, Adelaida! —La llamaba Kento al salir del comedor después de desayunar.

—Señor, la señora salió. —Le dijo Margarita, llenando de rabia a Kento, pues ni se despidió.

—¿Adónde? —preguntó con intriga

—Señor, la verdad no sé.