Minji, una joven de la era moderna, luchó sola para alcanzar sus sueños, a menudo en un camino lleno de sacrificios y soledad. A los 33 años, un giro inesperado la lleva a perder su vida, solo para reencarnar en un mundo de novela romántica como Azusa, una niña que es el centro de amor y cuidado, de sus padres, algo que Minji nunca conoció. Ahora, rodeada de lo que siempre soñó, ¿será capaz de adaptarse a esta nueva vida o se dejará consumir por la trama que la rodea? Un futuro incierto se abre ante ella, y, con su peculiar forma de ser, Azusa podría reescribir la historia de una manera inesperada.
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Capítulo 12
Capítulo 12
El tiempo pasaban entre la rutina de la mansión y mis experimentos culinarios, pero algo había cambiado dentro de mí. Ya no sentía la ansiedad de antes, esa sensación de estar atrapada en un lugar donde no encajaba, esperando el momento en que los protagonistas llegaran y todo cobrara sentido. Estaba aprendiendo a disfrutar de mi nueva vida. Porque, aunque no fuera la típica reencarnada que salía a luchar por el mundo, ni una heroína que se enfrentaba a dragones o que se unía a algún príncipe encantado, había encontrado mi propio camino. Y ese camino estaba lleno de sabores, ingredientes y nuevas experiencias.
Comencé a dedicarme más a fondo a los ingredientes del nuevo mundo en el que me encontraba. Mi experiencia previa como chef me ayudaba a entender rápidamente cómo manipular los productos que este mundo me ofrecía, aunque eran bastante distintos de los que solía usar. Aquí, los tomates no sabían igual, y las hierbas no tenían el mismo perfil que aquellas con las que estaba acostumbrada a trabajar. Pero con paciencia, descubrí que, aunque la variedad de ingredientes era diferente, había formas de adaptarlos a los platos que conocía y amaba.
Mis platos favoritos se fueron incorporando poco a poco a mi repertorio. La comida coreana, siempre tan reconfortante, comenzó a ser un anhelo constante en mis días. El bulgogi, con su carne marinada en salsa de soja, ajo, azúcar y sésamo, se convirtió en uno de los favoritos de mis padres. La mezcla de sabores y la suavidad de la carne provocaban una sonrisa en sus rostros cada vez que lo servía.
Luego, me sumergí en la gastronomía italiana. Mi madre no tardó en enamorarse de una lasaña que preparé con una salsa bechamel cremosa, carne de res sazonada y abundante queso derretido. La combinación de sabores traía la calidez de la cocina italiana y, aunque los ingredientes eran un poco diferentes, logré encontrar una manera de hacer que cada bocado supiera a Italia. Y, por supuesto, no podía faltar la pizza, una receta que hacía con tanto amor que hasta el pan más sencillo se transformaba en una delicia.
No tardé mucho en descubrir los ingredientes que le daban carácter a la comida argentina. El asado, tan famoso por su sabor ahumado, se convirtió en un plato importante en la mesa. Me costó un poco adaptarme a los cortes de carne, pero con el paso de los días logré dominarlos. La mezcla de especias y la salsa chimichurri que preparé fue la que me dio la confianza para seguir experimentando.
Pero sin duda, uno de los mayores retos fue la comida colombiana. Las empanadas, crujientes por fuera y suaves por dentro, me dejaron fascinada desde el primer momento en que las preparé. También me sumergí en las arepas y los tamales, cuyos ingredientes eran completamente nuevos para mí, pero la manera en que se combinaban los sabores y las texturas me cautivaron.
Cada día me acercaba más a comprender los ingredientes de este mundo. Los productos locales, que al principio me parecían tan ajenos, ya no eran un misterio. Aprendí de las doncellas que me cuidaban, del chef de la mansión, y hasta de las personas que me daban pequeños consejos sobre cómo mejorar mis recetas. Todo era un proceso de aprendizaje constante, pero ya no me sentía perdida. En este mundo había encontrado una nueva oportunidad para superarme, y cada plato que preparaba era una pequeña victoria.
Las doncellas de la mansión, ya no me parecían solo simples empleadas, resultaron ser un gran apoyo. Algunas me ofrecían consejos sobre cómo organizarme mejor, otras me ayudaban a preparar la mesa, pero todas compartían una bondad que me hacía sentir parte de algo. Como si estuviera rodeada de personas que realmente querían que me sintiera cómoda aquí.
Y luego estaban mis padres. Aunque al principio me sentía un poco desplazada por su sobreprotección, con el tiempo entendí que lo hacían porque me querían. Me daban el espacio que necesitaba para desarrollarme, pero siempre estaban ahí, ofreciendo su apoyo. Había algo muy cálido en esta vida, algo que me hacía sentir que, por fin, estaba en el lugar adecuado.
No podía evitar reflexionar sobre todo esto mientras preparaba mis platos. Quizá nunca sería una heroína que se enfrentara a las fuerzas del mal, ni una luchadora innata que deslumbrara en un campo de batalla. Tal vez nunca me cruzaría con los protagonistas que había esperado ver en mis sueños más fantásticos. Al principio había querido ser parte de la trama, estar al margen, observando y admirando desde lejos como la protagonista que se enfrentaba a todos los retos. Pero pronto me di cuenta de que esa no era mi historia.
Al menos no la historia que me tocaba vivir. Y con el tiempo, acepté que mi camino era distinto. En lugar de ser una heroína en el sentido tradicional, mi fuerza estaba en mi habilidad para adaptarme, aprender y, sobre todo, en mi amor por la cocina. Ser una chef en este nuevo mundo me daba un propósito, me conectaba con mi vida pasada y, al mismo tiempo, me ofrecía una oportunidad de construir algo nuevo, algo auténtico.
Ahora, disfrutaba de las pequeñas cosas: el apoyo de mis padres, las sonrisas de las doncellas cuando servía una comida especial, y las horas que pasaba en la cocina, experimentando con nuevos sabores. No era como las reencarnadas de las novelas que había leído, pero había algo hermoso en mi vida. Y, a medida que me acostumbraba a este mundo, dejaba de lamentar lo que había perdido. Ya no me sentía atrapada en la nostalgia ni en los "qué hubiera pasado si".
Todo esto era una nueva oportunidad, y estaba dispuesta a aprovecharla al máximo. Si mi papel en este mundo no era ser la heroína que luchaba con espadas y magia, al menos podía ser la heroína que conquistaba los corazones a través de sus platos. Y eso, pensaba mientras terminaba de preparar otra receta, era suficiente para mí.
Porque no se trataba de encajar en la historia que había imaginado, sino de crear la mía propia. Y mi historia, por ahora, era deliciosa.