Cuando Elliot, un estudiante universitario, empieza a experimentar extraños sucesos en su hogar, nunca imagina que está a punto de adentrarse en un misterio que trasciende la vida y la muerte. La aparición inesperada de Blake, un fantasma atrapado entre dos mundos, desencadena una serie de eventos que revelan secretos ocultos y verdades perturbadoras.
Mientras Elliot intenta ayudar a Blake a encontrar su camino al más allá, ambos descubren que la conexión entre ellos es más profunda de lo que imaginaban. En su búsqueda, se enfrentan a enigmas sin resolver, fuerzas oscuras y un pasado que no está dispuesto a permanecer en silencio.
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Lazos de sangre
El día siguiente comenzó como cualquier otro, pero Elliot no podía dejar de pensar en la extraña llamada de la noche anterior. Algo en esa voz lo había perturbado profundamente, pero no quería alarmar a los demás. Decidió mantener la calma, al menos por ahora. Se vistió rápidamente y salió hacia la universidad, con la sensación de que algo estaba por suceder.
Al llegar al campus, Lilith ya lo estaba esperando en su habitual esquina junto a la cafetería. Su sonrisa cálida le ofrecía el respiro que necesitaba.
—¡Elliot! —dijo con entusiasmo, moviendo su mano hacia él—. Hoy tenemos una tarde ocupada. ¿Listo para el maratón de clases?
Elliot no pudo evitar reír.
—¿Cuándo no estamos ocupados? —respondió con una sonrisa cansada.
Lilith entrecerró los ojos, examinándolo.
—¿Estás bien? Estás más raro que de costumbre —dijo ella, empujándolo suavemente.
Elliot hizo un esfuerzo por parecer despreocupado.
—Solo he tenido una noche larga —mintió. No quería meterla en el misterio de Blake o la llamada.
—Mmm... si lo dices tú —respondió Lilith, aunque claramente no le creía—. Hoy vamos a salir después de clases, ¿vienes? Damián ya dijo que sí.
El nombre de Damián le arrancó un suspiro a Elliot. Su mejor amigo siempre estaba ahí para él, aunque a veces era un poco… difícil de manejar. Cuando no estaba saliendo al bosque por las noches, Damián podía ser infantil, pero Elliot lo adoraba. Sabía que había algo oscuro y profundo en su historia, pero eso no cambiaba lo mucho que lo protegía.
—Claro que iré —dijo Elliot—. Necesito distraerme.
Lilith sonrió, satisfecha.
—¡Perfecto! Porque Dylan también vendrá.
Elliot puso los ojos en blanco. Su relación con Dylan era, cuanto menos, complicada. Había una extraña rivalidad entre ellos, pero al mismo tiempo compartían algunos momentos de camaradería. No eran exactamente amigos, pero tampoco enemigos.
—¿Dylan? ¿Otra vez? —se quejó Elliot, aunque no de forma seria.
—Sabes que en el fondo lo disfrutas —bromeó Lilith, dándole un empujón juguetón—. Además, también estará William.
Elliot se detuvo un momento, su corazón acelerándose involuntariamente al escuchar ese nombre. William. El chico que le había robado el aliento la primera vez que lo vio en el campus. Aunque nunca había tenido el coraje de decirle lo que sentía, sus encuentros casuales siempre lo dejaban con ganas de más.
—Oh… eso cambia las cosas —dijo Elliot, tratando de sonar indiferente, pero el rubor en sus mejillas lo delataba.
Lilith se echó a reír.
—Lo sabía. Eres predecible, Elliot.
El resto del día pasó en un vaivén entre clases y pensamientos dispersos sobre Blake, la extraña llamada, y la salida con sus amigos más tarde. Cada vez que veía a Damián, sentado junto a él, dibujando garabatos en su cuaderno con aire ausente, sentía una conexión profunda y protectora hacia su amigo. Sabía lo difícil que había sido la vida de Damián, y cómo lidiaba con la oscuridad en su interior.
Cuando terminó la última clase, el grupo se reunió frente al campus. Damián ya estaba allí, con su mirada oscura y ausente, esperando con los brazos cruzados.
—Pensé que no ibas a venir —bromeó Damián cuando vio a Elliot acercarse.
Elliot le dio un golpe amistoso en el hombro.
—¿Y perderme la diversión? Ni en sueños.
Damián lo miró, sus ojos brillando con una intensidad que sólo mostraba hacia Elliot. Podía ser frío con los demás, pero cuando estaba con él, se relajaba. Había algo entre ellos, una camaradería profunda, casi como hermanos. Elliot siempre sentía que debía cuidar de Damián, especialmente después de todo lo que había pasado con sus padres.
—Vamos, chicos —dijo Lilith, interrumpiendo el momento—. ¡La noche es joven!
Dylan apareció en ese momento, con su característico aire arrogante, y le lanzó a Elliot una sonrisa burlona.
—¿Listo para perder otra vez en el billar, Elliot?
Elliot sonrió, aunque por dentro ya se estaba preparando para la inevitable competencia.
—No me subestimes, Dylan. Esta vez voy en serio.
Las tensiones siempre surgían entre ellos, pero a veces parecía que lo hacían solo por costumbre. Sabían cómo molestarse mutuamente, pero al final del día, había un respeto implícito. Eran rivales, pero había una conexión, por pequeña que fuera.
El grupo caminó hacia un bar cercano que tenía mesas de billar. La atmósfera era relajada, y mientras todos se reían y competían, Elliot no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia William, quien estaba sentado en la barra, conversando con algunos conocidos. William tenía una forma de moverse, una confianza natural, que hacía que Elliot se sintiera nervioso.
Finalmente, William se acercó, su sonrisa brillante mientras saludaba al grupo.
—¿Puedo unirme? —preguntó con su tono calmado.
Elliot sintió que su estómago daba un vuelco, pero se obligó a responder con naturalidad.
—Claro, mientras no te importe perder.
William rió suavemente.
—No suelo perder, pero acepto el desafío.
Los minutos pasaron entre risas, bromas y algunos momentos tensos de rivalidad amistosa. Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, Elliot no podía evitar notar que algo no estaba bien con Damián. Su amigo había estado callado todo el tiempo, observando en silencio, casi como si estuviera aislado del resto. Elliot decidió acercarse a él cuando todos se distrajeron un momento.
—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja.
Damián lo miró con sus ojos oscuros, una mezcla de emociones confusas brillando en ellos.
—Solo... pienso en algunas cosas —murmuró.
Elliot conocía esa respuesta. Sabía que, cuando Damián decía algo así, significaba que estaba lidiando con algo más profundo, algo que no podía expresar fácilmente. Elliot lo rodeó con un brazo, como había hecho muchas veces antes.
—Estoy aquí, Damián. Siempre —le susurró, tratando de transmitirle tranquilidad.
Damián lo miró por un momento y luego, inesperadamente, sonrió de manera infantil. Se recostó ligeramente contra Elliot, como un niño que busca consuelo.
—Lo sé, Elliot. Y por eso te adoro.
El corazón de Elliot se llenó de afecto. No importaba cuán complicada fuera la vida, siempre estaba dispuesto a cuidar de Damián. Era un vínculo inquebrantable, más allá de las palabras.
La noche seguía su curso, entre risas y momentos de camaradería, pero Elliot no podía sacudirse la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Damián seguía distante, aún cuando había momentos en que se relajaba en su presencia, casi infantil, como cuando se refugiaba en su abrazo. Sin embargo, había un aire de inquietud en él que Elliot no lograba descifrar.
William, mientras tanto, parecía cada vez más cercano, sus miradas furtivas se encontraban con las de Elliot más seguido de lo que él esperaba. Se esforzaba por actuar con naturalidad, pero sabía que era evidente para Lilith y Dylan, quienes lanzaban miradas cómplices cada vez que William se acercaba más de lo habitual.
Finalmente, Lilith rompió el hielo.
—¿Y tú, William? ¿Qué planes tienes después de este semestre? —preguntó casualmente, mientras observaba cómo el grupo se preparaba para otra ronda de billar.
William, con esa sonrisa tranquila que siempre lograba desarmar a Elliot, se encogió de hombros.
—Todavía no lo sé. Supongo que seguiré por aquí, explorando algunas oportunidades. ¿Y tú?
Lilith sonrió de vuelta, aunque su atención estaba más centrada en la reacción de Elliot que en la respuesta de William.
—Bueno, ya sabes... —dijo, guiñándole un ojo a Elliot—. Lo de siempre. Sobrevivir a este semestre, tal vez conseguir un trabajo decente, y... lo que venga.
La conversación siguió en esa línea ligera durante un rato, pero Elliot podía sentir la tensión en el aire. Cada vez que William se le acercaba, el espacio entre ellos parecía cargado, como si hubiera una corriente invisible tirando de ambos. No podía evitarlo; cada mirada de William le producía un cosquilleo en la piel, y aunque trataba de concentrarse en el juego, su mente estaba en otro lugar.
Entre tanto, Dylan, que se mantenía más en su propia órbita, no dejaba de lanzar bromas en dirección a Elliot, claramente disfrutando de la extraña dinámica que se estaba desarrollando.
—Vamos, Elliot, ¿te has quedado dormido? —dijo Dylan, mientras empujaba una bola de billar hacia el borde de la mesa con un tiro preciso—. Parece que alguien está distraído.
Elliot le lanzó una mirada de desafío, aunque no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—No te emociones tanto, Dylan. Todavía queda juego —respondió, aunque en el fondo sabía que estaba perdiendo la concentración.
Damián, sentado en una esquina, observaba todo en silencio. Aunque no decía nada, su mirada oscura estaba fija en Elliot y William, como si estuviera evaluando cada pequeño gesto entre ambos. Elliot lo notó, y decidió que era momento de cambiar el rumbo de la noche.
—¿Qué tal si hacemos algo más? —sugirió Elliot, tratando de liberar la tensión que sentía—. Podemos caminar un rato por el campus o ir a otro lugar. Ya hemos pasado demasiado tiempo aquí.
Lilith asintió de inmediato.
—¡Buena idea! Necesito estirar las piernas.
Dylan, sin perder su oportunidad de bromear, agregó:
—¿Tienes miedo de perder, Elliot? Porque puedo enseñarte algunas jugadas antes de irnos.
Elliot se rió, sacudiendo la cabeza.
—Solo estoy salvando tu ego de una humillación completa.
Con eso, el grupo recogió sus cosas y salió del bar, caminando hacia las calles iluminadas por farolas del campus. El aire fresco de la noche era un cambio bienvenido, y mientras el grupo caminaba por los caminos adoquinados, las conversaciones fluyeron más naturalmente.
William caminaba al lado de Elliot, sus hombros rozándose de vez en cuando, pero sin decir mucho. Solo su presencia parecía suficiente para alterar el ritmo del corazón de Elliot, y por un momento, pensó en cómo sería atreverse a decir algo más... a romper el silencio entre ellos con algo más que una simple charla. Pero, antes de que pudiera decidir si era el momento adecuado, Damián lo tomó por sorpresa.
—Elliot, quiero ir al bosque esta noche —dijo Damián, de la nada, su voz tranquila pero firme.
Elliot se detuvo un momento, mirándolo con sorpresa.
—¿Al bosque? —repitió—. ¿Por qué?
Damián levantó los hombros, como si fuera lo más natural del mundo.
—Me ayuda a despejar la mente.
Elliot conocía esa costumbre de Damián. A menudo salía solo al bosque por la noche, y aunque nunca había hablado abiertamente del porqué, Elliot siempre supo que esos momentos eran importantes para su amigo. Era una forma de lidiar con la oscuridad que llevaba dentro. Sin embargo, esa noche, algo en la manera en que Damián lo pidió lo inquietó.
—No estoy seguro de que sea buena idea ahora —dijo Elliot, mirando a los demás—. Es tarde, y hemos estado fuera todo el día.
Damián lo miró con esa expresión infantil que a veces usaba cuando quería algo, esa que hacía que Elliot se sintiera incapaz de decirle que no.
—Solo será un rato —insistió—. No tienes que venir si no quieres.
Elliot dudó, pero finalmente suspiró y asintió.
—Está bien, te acompañaré.
Los demás intercambiaron miradas, claramente sorprendidos por la súbita decisión de Damián de querer ir al bosque. William, en particular, lo observó con curiosidad.
—¿Al bosque? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Es algo que hacen seguido?
Lilith intervino, sonriendo.
—Damián siempre ha tenido esa cosa rara de querer caminar por el bosque de noche. A veces es mejor no preguntar.
Elliot sonrió de vuelta, aunque en el fondo sabía que había más en ello de lo que Lilith o los demás sabían. Pero, en ese momento, decidió no darle demasiadas vueltas. Solo quería asegurarse de que Damián estuviera bien.
—Nos veremos mañana —les dijo a los demás, mientras él y Damián comenzaban a caminar hacia el borde del campus.
—Tengan cuidado —dijo Lilith, lanzando una mirada de advertencia a ambos.
El bosque estaba oscuro y silencioso cuando llegaron. La luz de la luna apenas se filtraba entre las ramas de los árboles, creando sombras alargadas que se movían con el viento. Damián avanzaba con confianza, como si conociera cada paso, mientras Elliot lo seguía de cerca, sus pensamientos divididos entre la preocupación por su amigo y el misterio que Blake seguía representando en su vida.
—¿Qué buscas aquí, Damián? —preguntó Elliot en voz baja, mientras caminaban más adentro en el bosque.
Damián no respondió de inmediato. En lugar de eso, se detuvo en un claro, mirando hacia el cielo.
—A veces... solo quiero escapar de todo —murmuró finalmente—. Aquí, en el bosque, es más fácil. No hay gente. No hay expectativas. Solo yo y el silencio.
Elliot se acercó a él, apoyando una mano en su hombro.
—Lo entiendo, Damián. Pero no tienes que hacerlo solo. Siempre puedes hablar conmigo.
Damián lo miró de reojo, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que Elliot no podía descifrar.
—Lo sé —dijo en un susurro—. Pero hay cosas que ni tú entenderías, Elliot.
Elliot frunció el ceño, sintiendo que algo más estaba ocurriendo. Algo que Damián no estaba compartiendo.
—¿Qué cosas? —insistió, decidido a no dejar que su amigo cargara con todo solo.
Damián no respondió de inmediato, solo dejó que el silencio del bosque los envolviera antes de susurrar:
—Sombras. Sombras del pasado que nunca se desvanecen.
Elliot no sabía exactamente a qué se refería, pero estaba claro que las heridas de Damián eran más profundas de lo que él había imaginado.
Elliot sintió un nudo en el estómago. Sabía que Damián había pasado por cosas terribles, cosas que nunca compartía del todo, pero ahora, en medio de la oscuridad del bosque, esas heridas parecían más presentes que nunca.
—Damián... —murmuró, dando un paso más cerca de él.
Damián soltó un suspiro, como si se diera cuenta de que había dicho más de lo que quería.
—No importa, Elliot. No quiero hablar de eso ahora. Solo... —se giró y lo miró a los ojos—. Solo quédate aquí conmigo un rato. Eso es suficiente.
Elliot asintió, sin decir nada más. Sabía que presionar a Damián no serviría de nada. En lugar de eso, se quedó a su lado, dejando que el silencio hablara por ambos. El viento susurraba entre los árboles, y las hojas crujían bajo sus pies, creando una atmósfera inquietante pero, al mismo tiempo, reconfortante. Estaban solos, lejos de todo lo que les causaba dolor o confusión. En ese momento, solo existían ellos dos.
Pasaron varios minutos así, en silencio, hasta que Damián habló de nuevo, aunque su voz sonaba más relajada, como si el peso que había sentido antes comenzara a desvanecerse.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó de repente, su tono más suave, casi nostálgico.
Elliot sonrió ligeramente, asintiendo.
—Claro que sí. Era imposible no notar al chico que insistía en sentarse en la última fila de la clase de matemáticas y que no hablaba con nadie.
Damián soltó una pequeña risa, algo raro en él, pero genuino.
—No era exactamente un chico sociable en ese entonces.
—Y aún así, fuiste directo a mí cuando te acerqué por primera vez —agregó Elliot—. Nunca entendí por qué.
Damián se encogió de hombros, aunque había un destello de emoción en su mirada.
—Supongo que sentí que eras diferente. Que no me ibas a juzgar como los demás. Y no me equivoqué.
Elliot sonrió ante esas palabras. Desde que se conocieron, había algo especial entre ellos, una conexión que iba más allá de las palabras. Sabía que Damián tenía un lado oscuro, un lado que a veces asustaba a los demás, pero para Elliot, eso no importaba. Damián era su amigo, su hermano, y nunca lo abandonaría.
—Gracias —dijo Damián, su voz apenas audible.
Elliot frunció el ceño, sin estar seguro de a qué se refería.
—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por estar aquí. Por no dejarme solo, incluso cuando no lo merezco.
Elliot estaba a punto de responder, cuando algo cambió en el aire a su alrededor. El bosque, que había estado tranquilo hasta ese momento, de repente se sintió más denso, como si algo estuviera observándolos desde las sombras.
Damián lo notó también, sus ojos oscuros parpadeando hacia los árboles.
—¿Lo sientes? —preguntó en voz baja.
Elliot asintió, su cuerpo tenso. Era una sensación familiar, la misma que había sentido la primera vez que vio a Blake.
Antes de que pudiera decir algo más, una figura apareció en la distancia, apenas visible entre los árboles. Al principio, parecía solo una sombra, pero a medida que se acercaba, Elliot pudo distinguir los detalles. Era Blake.
—Elliot... —susurró Blake, su voz etérea resonando en el aire.
Elliot dio un paso hacia adelante, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—Blake, ¿qué estás haciendo aquí?
Blake no respondió de inmediato, su mirada estaba fija en Damián, como si estuviera midiendo cada uno de sus movimientos. Finalmente, su atención volvió a Elliot.
—Hay algo que necesitas saber —dijo, su tono grave—. Algo sobre el pasado. Sobre lo que realmente está ocurriendo.
Elliot frunció el ceño, la confusión mezclándose con la inquietud que sentía. Blake siempre había sido enigmático, pero esta vez parecía más serio que nunca.
—¿De qué estás hablando?
Blake dio un paso más cerca, sus ojos llenos de una intensidad que Elliot no había visto antes.
—Tienes que entender, Elliot. Nada es lo que parece. Todo lo que crees saber... está a punto de cambiar.
Damián, que hasta ese momento había permanecido en silencio, finalmente intervino, su voz fría y desafiante.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó, entrecerrando los ojos hacia Blake.
Blake lo miró, sin retroceder.
—Hay secretos que han estado ocultos durante demasiado tiempo. Y si no los descubres, Elliot, podrías perder mucho más de lo que imaginas.
Elliot miró entre ambos, sintiendo que una tormenta se estaba gestando, pero sin entender del todo de qué se trataba.
—Blake... —comenzó a decir, pero Blake lo interrumpió.
—No ahora. No aquí. Pero pronto, muy pronto, todo se revelará. Tienes que estar preparado.
Y con esas palabras, Blake desapareció entre las sombras, dejándolos solos una vez más.
Elliot se quedó quieto, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Sabía que Blake nunca decía nada sin razón, pero las palabras que había pronunciado esa noche lo dejaron con más preguntas que respuestas.
Damián, por su parte, seguía mirando hacia donde Blake había estado momentos antes, su expresión impenetrable.
—No me gusta ese tipo —murmuró finalmente, cruzando los brazos.
Elliot esbozó una pequeña sonrisa, aunque su mente seguía dándole vueltas a las palabras de Blake.
—No es tan malo una vez que lo conoces —respondió, tratando de aligerar el ambiente.
Pero incluso mientras decía esas palabras, una sensación de inquietud permanecía en su pecho. Algo estaba a punto de cambiar, y no estaba seguro de si estaba listo para enfrentar lo que venía.
Con un suspiro, miró a Damián y asintió.
—Vamos a casa.
Damián no dijo nada más, pero siguió a Elliot mientras ambos dejaban atrás el bosque, sabiendo que la calma que habían experimentado esa noche no duraría mucho.