Solo Un Deseo

Al día siguiente, la incertidumbre me invadía, así que no perdí el tiempo y contacté a Lynne. Le conté todo lo sucedido con la madre de Brooke, cada detalle de lo que vi y lo que experimenté. Por primera vez en mucho tiempo, mi tono era serio, casi solemne. Ella escuchó en silencio, y cuando finalmente habló, me dijo que informaría todo a nuestro maestro. También me advirtió, con esa calma que debía tener cuidado. Cuidado... como si no supiera el riesgo que implica ser lo que soy.

Entonces, fijé mi atención en lo importante: decirle a Brooke lo que había ocurrido. Su madre abriría los ojos muy pronto, y yo quería ser el portador de esa noticia. No porque busque gratitud, claro. Eso sería absurdo. Sino porque... bueno, algo en mí lo exigía. Tal vez era esa maldita sonrisa suya que se había grabado en mi mente.

Sin embargo, sabía que no podía presentarme ante ella como un demonio. No ahora. Y menos con estas ridículas orejas de husky que, hasta ese momento, se habían negado a desaparecer. Eran un recordatorio constante de mi fracaso, de la noche en que no pude transformarme frente a ella. Pero eso estaba a punto de cambiar.

Tomé mi grimorio y, con un hechizo, hice que las orejas desaparecieran al fin. Fue un alivio desmedido, casi liberador. Por fin podía verme en reflejos sin esas vergonzosas orejas de husky. Miré mi rostro y, satisfecho con mi apariencia habitual, fijé mi atención en mi atuendo. No podía presentarme ante ella vestido así; necesitaba algo más acorde con este mundo humano y con el frío que cubría la ciudad.

Entonces, vi un hombre que caminaba cerca con una mujer, vestido con una elegancia que llamó mi atención. Su abrigo largo y negro destacaba entre la multitud, ajustado perfectamente a su figura, con solapas impecables y un corte que denotaba sobriedad y estilo. Bajo el abrigo, llevaba un suéter blanquecino de cuello alto, cuyo tejido lucía cálido y confortable, y un pantalón negro ajustado que mantenía el equilibrio entre lo formal y lo moderno. Completaban su atuendo unas botas negras de cuero, prácticas y elegantes, junto con una bufanda larga de lana gris oscuro que caía con naturalidad sobre sus hombros.

—Perfecto —murmuré para mí mismo, mientras mi magia replicaba cada detalle del conjunto. Al mirarme, me di cuenta de que no solo me veía adecuado, sino absolutamente impecable. No había manera de que Brooke pudiera ignorar esta presencia.

Con todo listo, me dirigí a su Universidad. Sabía que ese día tenían una feria, y aunque estaría ocupada, estaba seguro de que al mencionar a su madre me daría un momento de su tiempo. Al menos, ese era mi plan.

Pero los planes suelen fallar, ¿no es así?

Cuando mis ojos encontraron los suyos entre la multitud, algo inesperado ocurrió. Ella... me ignoró. Así, sin más, como si no existiera. Mi paciencia, que ya era limitada, se agotó en un instante. Impulsivamente, caminé tras ella, decidido a detenerla.

Y entonces apareció. Esa loca. Su amiga Shannon la acompañaba.

—¿Por qué tiene que entrometerse en todo? —mascullé entre dientes, mientras ella se colocaba entre Brooke y yo como un muro. Shannon me lanzó una mirada desafiante indicando de que me alejara, y su sonrisa burlona me provocó aún más.

Por un instante, consideré desaparecerla con un hechizo. No sería difícil. Un simple gesto, y esa molestia dejaría de existir. Pero no. Brooke no lo aprobaría. Así que me limité a mantener la calma, o al menos una versión muy forzada de la misma, mientras observaba desde la distancia cómo la loca permanecía pegada a Brooke durante toda la feria. Pero no importa. No importa cuánto tiempo tenga que esperar, Brooke me escuchará. Y cuando lo haga, sabrá la verdad sobre su madre... y tal vez un poco más sobre mí.

Era la primera vez que estaba rodeado de tantos humanos a la vez. La Universidad de Brooke tenía un aire peculiar, una mezcla entre caos y entusiasmo que no había experimentado antes. Había muchas actividades organizadas por los estudiantes, y, por supuesto, tanto Brooke como Shannon estaban en el centro de todo. Observé a la multitud con curiosidad, tratando de entender cómo funcionaban sus interacciones.

No tardé mucho en darme cuenta de algo que, aunque predecible, siempre resulta interesante: tanto las mujeres demonios como las humanas no podían apartar los ojos de mí. ¿Cómo culparlas? No estoy presumiendo, solo digo los hechos. Varias de ellas se acercaron, rodeándome con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Podemos sacarnos una foto contigo?

—¿Me darías tu número?

Sus preguntas me hacían sonreír, pero cada vez que lo hacía, ellas soltaban gritos emocionados, como si ese simple gesto fuera suficiente para hacerles perder la cabeza. Admito que me estaba divirtiendo con todo esto, viendo sus reacciones tan exageradas. Pero, como todo lo divertido, duró poco.

Un profesor apareció de la nada, con una expresión severa que hizo que todas ellas se dispersaran en segundos. Y entonces, casi como si lo hubiera planeado, Brooke apareció frente a mí.

Sostenía una bandeja con varios vasos y me miraba con esa mezcla de incredulidad y molestia que se había vuelto común en ella cuando se trataba de mí.

—Parece que la estabas pasando muy bien hasta que el profesor intervino —dijo, con un tono que rozaba la burla.

Negué de inmediato, casi con demasiada prisa. No quería que malinterpretara lo que había pasado. Pero... espera, ¿por qué me preocupaba tanto lo que pensara?

Antes de que pudiera procesar ese pensamiento, Brooke extendió uno de los vasos hacia mí.

—Es chocolate caliente. Tómalo y márchate.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. No tanto porque quisiera que me fuera, sino porque, a pesar de su tono firme, había algo en su gesto que no podía ignorar. Tomé el vaso sin decir nada, y ella se dio la vuelta para marcharse. Pero, obviamente, no iba a dejarlo así.

—Espera… —dije, alcanzándola rápidamente.

Antes de que ella pudiera protestar, tomé la bandeja de sus manos con una mano, mientras daba un sorbo al chocolate caliente con la otra. Su sabor dulce y cálido fue una sensación nueva para mí aunque me quemó la lengua un poco.

—Devuélveme eso —refutó de inmediato, intentando recuperar la bandeja.

—Déjame ayudarte —respondí, sin intención alguna de devolvérsela.

Ella suspiró con evidente frustración, pero finalmente cedió.

—Está bien, pero no te metas en mi camino. Necesito repartir esto a todos los presentes. Beber chocolate caliente es una costumbre en estas fechas, sobre todo por el frío.

Comenzamos a caminar juntos por los pasillos, repartiéndoles los vasos a los estudiantes que estaban cerca. Poco a poco, la conversación entre nosotros empezó a fluir con naturalidad, algo que no había sucedido antes. Hablamos del frío, de las festividades y de lo bulliciosa que estaba la feria.

Por un momento, mientras la escuchaba y la veía sonreír (aunque fuera de forma breve), me di cuenta de lo extrañamente tranquilo que me sentía a su lado. No había gritos, ni emociones desbordadas, ni el caos de ese día que parecía seguirme a todas partes cuando descubrió mi identidad. Solo estábamos ella y yo, como debía haber sido siempre.

Todo había transcurrido tranquilo y, sorprendentemente, divertido. Probé y comí varias cosas que no conocía, además de observar todo el esfuerzo que los estudiantes que habían puesto en la feria. Las decoraciones, los puestos y las actividades denotaban una dedicación que, aunque muy humana, resultaba admirable. Antes de que finalizara el evento, quedé con Brooke en que hablaríamos seriamente, algo que me tenía expectante pero paciente. Claro que podía esperar. Nada me lo impediría.

Sin embargo, Shannon seguía siendo un problema. Esa mujer no dejaba de mirarme con sospecha, como si pudiera ver algo más allá de mi apariencia perfecta. En un momento, incluso empezó a interrogarme sobre cómo conocía a Brooke, lanzándome preguntas interminables que parecían salir de un pozo sin fondo. Definitivamente estaba loca. El apodo le queda perfecto.

Finalmente, cuando todo estuvo a punto de terminar, Brooke se acercó apresuradamente y me dijo que había olvidado su chalina. Me pidió que sostuviera sus cosas mientras iba por ella, asegurándome que no tardaría. Accedí sin problemas y me quedé esperando. Pero, como si el universo se empeñara en probar mi paciencia, un grupo de chicas volvió a rodearme en cuanto Brooke se alejó.

—¿Ella es tu novia?

—Si no es así, ¿quieres salir conmigo?

Algunas, incluso más atrevidas, intentaron convencerme de que las acompañara a beber algo. Sus preguntas eran persistentes, pero su insistencia comenzaba a molestarme. Fue en ese momento que Shannon apareció de nuevo.

—Todo esto pasa porque no puedes evitar coquetear con ellas —me dijo, cruzándose de brazos con una mirada severa, luego de espantarlas.

—Te equivocas —repliqué, casi indignado.

Estuvimos hablando más de lo que hubiera deseado, pero pronto nos dimos cuenta de que Brooke no regresaba. Algo no estaba bien. Con una sensación de alarma creciendo en mi interior, le entregué las cosas de Brooke a Shannon y decidí buscarla. Mientras me alejaba, ella me gritó desde la distancia:

—¡Ve de frente y gira a la derecha!

Corrí hacia el lugar indicado, pero cuando llegué, no había nadie. El edificio estaba en silencio. Abrí varias puertas, llamándola, pero no obtenía respuesta. Mi corazón se aceleraba cada vez más, y mi mente se llenaba de posibilidades que no quería imaginar.

Entonces lo escuché.

Un pequeño gemido.

Mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensar. Corrí hacia el sonido, que provenía de un taller al final del pasillo. Al asomarme por la ventana, la escena que vi me desarmó por completo.

Brooke estaba allí, sujetada con fuerza por varios hombres. Uno de ellos le tapaba la boca mientras los otros intentaban arrastrarla hacia un horno encendido. ¡Querían quemarle las manos! Ella luchaba desesperadamente, retorciéndose para liberarse, pero eran demasiados.

La ira me invadió como un torrente imparable. Una sensación oscura y abrasadora se extendió por todo mi cuerpo, como si mi sangre hirviera con un odio que no sabía que podía sentir. Sin pensarlo, azoté la puerta con toda la fuerza que tenía, haciendo que se abriera de golpe.

El ruido llamó la atención de todos. Ellos voltearon a mirarme, congelados por el impacto de mi entrada. Brooke también me vio, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación. Esa imagen quedó grabada en mi mente, y mi rabia aumentó aún más.

Alcé la mano a un costado y mi espada apareció en cuestión de segundos, materializándose con un brillo único. Al verla, el miedo se hizo presente en todos esos tipos. Brooke cayó al suelo cuando la soltaron, demasiado asustados por lo que estaba ocurriendo. Sin dudarlo, corrí hacia ellos, con mi espada lista para impartirles el castigo que merecían.

—¡MALDITOS HUMANOS! —grité, con furia.