Arthur O'Connor, un joven acostumbrado al lujo y a que todo se rinda ante su fortuna, a un exclusivo barrio en un pequeño pueblo. Con su mirada arrogante y su mundo perfectamente estructurado, está seguro de que el cambio no será un desafío para alguien como él. Sin embargo, todo su esquema se tambalea al bajar del carro y encontrarse con Margareth, una joven humilde, de risa fácil y una alegría que parece contagiarlo todo. Margareth, junto a su abuela, reparte mermeladas y tartas caseras por el vecindario, convirtiéndose en el alma del barrio con su espíritu caritativo y juguetón.
Para Arthur, ella es un desafío tan irresistible como desconcertante. Está convencido de que su dinero y su encanto serán suficientes para ganarse su atención. Sin embargo, Margareth, con su corazón puro y libre, no es alguien que pueda comprarse.
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Capitulo 19
El día de la boda se acercaba, y mientras preparaba los últimos detalles, una sensación extraña se apoderó de mí. Me miré en el espejo, intentando comprender por qué algo no encajaba. No había nada que estuviera fuera de lugar, mi vestido, mi peinado, todo parecía perfecto... pero faltaba algo crucial. O más bien, alguien.
Mi corazón se llenó de un vacío insoportable. ¿Quién me entregaría al altar? No tenía a nadie a mi lado para ese momento tan especial. Mi madre ya no estaba, y mi padre... bueno, el alcalde nunca fue realmente mi padre.
Al ver mi expresión, la madre del convento se acercó con suavidad y me preguntó qué sucedía. Cuando le mencioné mi inquietud, su rostro se tornó serio.
—Te queda el alcalde, querida —dijo, como si fuera lo más natural del mundo.
Negué rápidamente, sintiendo que algo dentro de mí se revolvía con solo pensar en esa posibilidad.
—No, no, no... —murmuré con firmeza, casi gritando—. Nunca antes muerta.
La madre me observó en silencio por un momento, comprendiendo la lucha interna que atravesaba. Finalmente, suspiró y me miró con tristeza.
—Entiendo tu dolor, hija mía. Pero es tu padre después de todo.
Mi respiración se aceleró y, sin pensar, respondí con dureza.
—No lo es. Él mismo me lo dijo. Dijo que solamente tenía una hija, y esa era Clara. Mi padre está descansando en paz, junto con mi madre.
La madre trató de calmarme, dándome una mano reconfortante.
—Sé que es difícil, ... pero tienes que entender que no es tan sencillo. Él, como muchos hombres, ocultó sus sentimientos por miedo. Pero me acuerdo perfectamente de lo que me contó tu madre. Cuando llegó aquí, después de haber sido despreciada, comenzó a llorar sin fin, preguntándose qué haría con la criatura que esperaba en su vientre.
Mi corazón se estremeció al escuchar esas palabras. La madre continuó, su tono ahora más suave, pero lleno de pesar.
—Lo que te sorprendió, querida, es que, a pesar de todo, el alcalde mostró un cariño tan enorme por ella, que a todos nos dolió cuando supimos que todo había sido una vil mentira para aprovecharse de una muchachita.
Cerré los ojos, intentando procesar las palabras que resonaban en mi mente. Sabía que debía alejarme de todo eso, pero aún no podía sacarme de la cabeza esa parte de la historia que tanto me había marcado. La imagen de mi madre, llorando y perdida, pidiendo consuelo, era lo que ahora se cruzaba entre los recuerdos de mi infancia y el presente.
—¿Y entonces, madre? —pregunté, con la voz quebrada—. ¿Cómo puedo perdonar algo tan vil?
Ella me miró con tristeza, como si en sus ojos también hubiera lágrimas guardadas.
—Con el tiempo, todo se entiende. No lo olvides, hija. No todo en la vida tiene una respuesta clara. A veces, lo mejor es dejar que el corazón guíe los pasos, aunque no siempre sepa a dónde llevarnos.
Mi mente estaba llena de confusión, pero lo que sí sabía con certeza es que mi vida, mi boda, mi futuro no dependían de lo que el alcalde hubiera hecho o dejado de hacer. Era hora de seguir adelante, por mi madre, por mí, por Arthur. Solo así encontraría paz.
La conversación con la madre del convento me dejó pensativa y confundida, pero al mismo tiempo, algo en mí comenzó a tranquilizarse. Ella no me juzgaba, no me presionaba. Me ofreció una solución que, aunque dolorosa, parecía ser la única salida en ese momento.
—Si no quieres al alcalde, hija, puedo entregarte yo al altar —me dijo, con suavidad en la voz. Sus ojos reflejaban una mezcla de ternura y preocupación.
Su ofrecimiento me sorprendió, pero al mismo tiempo, me llenó de un extraño consuelo. No había tenido una figura materna verdadera desde que mi madre había partido, y aunque la madre del convento no era mi madre biológica, me brindaba una seguridad que no había experimentado antes.
—Sí... —respondí con la voz entrecortada, sin saber si lo decía por necesidad o por aceptación. Pero algo dentro de mí me empujó a aceptar.
Ella sonrió suavemente y me acarició el cabello, como si estuviera dándome su bendición.
—Serás la novia más bonita, querida, igual que tu madre cuando se casó. No te preocupes, todo estará bien.
Me sentí reconfortada por sus palabras, pero mi corazón aún estaba lleno de incertidumbre. Aunque Arthur y yo nos íbamos a casar, el vacío de la ausencia de mis padres seguía ahí, tan presente como siempre. Después de hablar con la madre, decidí que era momento de visitar el panteón, de ir donde descansaban mis padres.
La tarde había caído con suavidad, y el cielo se teñía de tonos naranja y rosa mientras caminaba por los pasillos tranquilos del cementerio. Llevaba en las manos un ramo de flores, las mismas flores que siempre les llevaba en cada visita, pero con un sentimiento nuevo, algo que nunca había experimentado antes. El dolor de la ausencia de mi madre, de la falta de una figura paterna, se sentía diferente en ese momento. Era un dolor más profundo, más callado, como si el tiempo lo hubiera sellado en mi pecho, en mis recuerdos.
Me arrodillé frente a las tumbas de mis padres, colocando las flores con cuidado. Primero, a mi madre. Sus ojos, su sonrisa, su calor... todo eso había desaparecido demasiado pronto. Pero siempre la sentí cerca. Le hablé en silencio, como si ella pudiera escucharme, y luego me incliné hacia la tumba de mi padre, una tumba que nunca pensé que sentiría tan cerca.
—Papá... —susurré, con la voz quebrada. Cerré los ojos, dejando que las lágrimas cayeran, humedeciendo mi rostro y las flores que había
depositado en su tumba. —Siempre te quise, siempre supe que eras el mejor hombre de todos... Gracias por haberme querido como si realmente fuera tu hija, sabiendo que no lo era. Gracias por darme el amor de padre que necesitaba, por ser la figura que nunca tuve y por amar a mi madre de la forma en que lo hiciste.
Me quedé en silencio por un momento, mirando la tumba con la esperanza de que él pudiera escucharme, aunque sabía que nunca podría escucharme de verdad. Mi corazón se apretó, y sentí un dolor profundo al darme cuenta de que él nunca vería mi boda, ni a mí convirtiéndome en una mujer de verdad, una mujer que finalmente había encontrado algo que la llenaba.
—Me gustaría que estuvieras aquí, papá... —susurré mientras las lágrimas caían con más fuerza, y me limpiaba la cara con el dorso de la mano, tratando de calmar el sollozo que amenazaba con tomar control de mí. —Eres el único papá que he conocido, el único que quiero recordar.
Me quedé allí por un rato más, sintiendo que algo de esa conexión que siempre había tenido con él permanecía en mi interior. Aunque no podía tocarlo, ni abrazarlo, sentía su presencia de alguna forma. Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que, aunque ya no estaba físicamente conmigo, me había dejado algo más importante: su amor, ese que nunca me falló.
Cuando me levanté y comencé a alejarme, mis pasos eran más ligeros, como si hubiera dejado una carga atrás, algo que me había estado pesando sin que lo supiera del todo. Sabía que mi vida, de alguna forma, iba a cambiar, pero también entendía que el amor de mis padres nunca se iría. Ellos serían mi fortaleza en este nuevo camino que estaba por recorrer.
A lo lejos, pude ver la figura de la madre del convento esperándome. Sus ojos, siempre llenos de comprensión, me miraron con una mezcla de afecto y tranquilidad.
—Todo estará bien, hija —me dijo con voz suave mientras se acercaba. No necesitaba decir más. Sabía que ya había dado un paso importante, uno que me acercaba más a ser la persona que siempre había querido ser.
Y aunque el futuro seguía siendo incierto, al menos sabía que en ese momento, con las bendiciones de mis padres y la aceptación de mi alma, podría seguir adelante.
😋🤭
solo falta el Bb y será el complemento perfecto a su hermoso nuevo comienzo...
🌹❤️🩹
una sublime primera entrega...
❤️🔥🔥💋🥰
🙈🙊🙉