En un tranquilo pueblo rodeado de montañas, Martín, un chico alto y reservado, siempre ha creído que su altura lo separa del mundo que lo rodea. Sofía, en cambio, pequeña pero llena de energía, ve el mundo desde una perspectiva completamente diferente. Un inesperado encuentro entre ellos hará que dos mundos opuestos se entrelacen de formas que ninguno imagina. Lo que comienza como un simple gesto de ayuda, pronto desatará emociones que pondrán a prueba sus propios límites. ¿Hasta dónde pueden llegar dos personas que ven la vida desde alturas tan distintas?
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Capítulo 4: Un paseo por el campo.
El sol se alzaba radiante en el cielo cuando Martín y Sofía decidieron hacer una escapada al campo. Después de varias charlas sobre lo que les gustaba de la vida rural, habían acordado que era el momento perfecto para explorar los alrededores del pueblo y disfrutar de un día en la naturaleza.
Sofía llegó al punto de encuentro con una mochila llena de bocadillos y una cámara de fotos, lista para capturar cada momento especial. Martín apareció con un par de botas de senderismo y una botella de agua, mostrando su entusiasmo por el plan.
— ¡Hola, exploradora! — saludó Martín con una sonrisa. — ¿Lista para la aventura?
— ¡Más que lista! — respondió Sofía, mostrando una sonrisa radiante. — Espero que hayas traído tus habilidades de explorador.
Comenzaron su paseo por un sendero que serpenteaba a través de campos verdes y colinas suaves. Mientras caminaban, Sofía señalaba detalles que Martín nunca había notado antes: una pequeña flor silvestre aquí, un nido de pájaros allá. Martín, con su altura, podía ver más lejos, pero Sofía le enseñaba a apreciar los pequeños detalles que solía pasar por alto.
— Mira esto —dijo Sofía, deteniéndose junto a una roca cubierta de musgo. — ¿No te parece increíble cómo algo tan pequeño puede crear un mundo tan verde?
Martín se inclinó para observar la roca y sonrió.
— Nunca había pensado en eso. Siempre estoy más enfocado en el panorama general.
Sofía rió suavemente.
— Es fácil perderse en lo grande, pero a veces los pequeños detalles son los que realmente hacen que todo sea especial.
Mientras avanzaban, la conversación se tornó en un juego de adivinanzas y bromas ligeras. Sofía le pidió a Martín que adivinara el nombre de plantas y flores, aunque sus respuestas eran a menudo bastante imaginativas.
— ¿Y qué nombre le pondrías a esta flor? — preguntó Sofía, sosteniendo una flor silvestre de color púrpura.
Martín la observó con un gesto pensativo.
— ¿Cómo sobre “flor de la improvisación”?
— ¡Esa es una buena! — exclamó Sofía, riendo. — Me gusta cómo piensas.
En un momento dado, Sofía decidió probar un pequeño truco. Había visto un árbol con una rama baja que podía usar para un juego.
— ¿Qué te parece si intentamos un desafío? — dijo ella con una chispa traviesa en los ojos. — Quien haga la mejor imitación de un pájaro recibe un premio.
Martín levantó una ceja, curioso.
— ¿Un premio? ¿Qué tienes en mente?
— ¡Elige bien! — respondió Sofía con una risa contagiosa. — El premio será algo que inventaré en el acto.
Martín aceptó el reto, tomando una respiración profunda antes de comenzar su imitación de un pájaro. Su intento resultó en un sonido que se asemejaba más a un pío agudo y algo desafinado que a un canto auténtico. Sofía se rió a carcajadas mientras Martín se rascaba la cabeza, un poco avergonzado pero divertido.
— Bueno, ¿qué opinas? — preguntó Martín con una sonrisa irónica.
— Creo que has ganado el premio por el esfuerzo —dijo Sofía, entre risas. — Aunque no estoy segura de qué sería tu premio.
— ¿Qué tal si me das la oportunidad de elegir? — propuso Martín.
Sofía se rió.
— ¡Trato hecho!
Después de varias risas y juegos, continuaron su caminata, disfrutando del paisaje y la compañía mutua. Sofía le mostró a Martín algunos rincones ocultos del campo que ella había descubierto durante sus paseos anteriores. Martín se dio cuenta de que, aunque había pasado tiempo en el campo, había mucho que no había explorado.
Cuando el sol comenzó a descender, se detuvieron en una colina con vista al atardecer. Se sentaron en el césped, observando cómo el cielo se llenaba de tonos cálidos. Martín tomó la cámara de Sofía y le pidió que posara para una foto.
— ¿Lista para capturar este momento? — preguntó Martín, apuntando la cámara hacia ella.
— Estoy lista — respondió Sofía, sonriendo. — Aunque creo que este es un momento que no necesito capturar con una cámara.
Martín tomó la foto, pero también guardó el recuerdo en su mente. A veces, los momentos más sencillos eran los que dejaban la impresión más duradera.
Cuando se despidieron esa tarde, ambos sintieron que el paseo había sido más que una simple excursión. Habían compartido risas, descubrimientos y momentos que fortalecieron su amistad. Mientras volvían al pueblo, Martín y Sofía sabían que ese día en el campo había sido una pieza importante en el rompecabezas de su conexión.