Entre Odios Y Suspiros

Narra rachely

Entré a la oficina con el porte de siempre: segura, altiva, y con mi aire de superioridad que me hacía sentir invencible. Sabía que todos me miraban cuando caminaba, pero lo que más disfrutaba era la forma en que Daniel parecía siempre estar al borde de la irritación cada vez que me veía. Hoy no sería la excepción. 

Él estaba en la sala de reuniones, revisando algunos papeles, con esa postura relajada pero autoritaria que tanto me exasperaba. Entré sin anunciarme, con mi bolso de diseñador colgado del brazo y un taconeo que llenó el silencio de la sala. 

—Montenegro, quiero hablar contigo —dije, sin siquiera mirarlo directamente. 

—Buenos días, Rachely —respondió con un leve sarcasmo, sin dejar de revisar los documentos. 

Me crucé de brazos, mirándolo con desdén. 

—Ahórrate las formalidades. Esto es serio. 

Dejó los papeles a un lado y me miró, arqueando una ceja. Su mirada intensa me ponía nerviosa, pero jamás lo admitiría. 

—Te escucho. 

—Mira, creo que hay algo que estás confundiendo aquí, y quiero aclararlo de una vez —comencé, con un tono frío. —Tú estás trabajando en mi empresa. No es solo de mi hermano Raúl. Es tan mía como de él. 

Él sonrió de lado, esa sonrisa que parecía una mezcla de burla y desafío. 

—¿Y qué tiene que ver eso con lo que estamos haciendo ahora? Estoy cumpliendo con mi trabajo, Rachely. 

Me acerqué, señalándolo con un dedo, como si estuviera dándole una lección. 

—Lo que quiero decir es que deberías mantener tu distancia. No tienes el derecho de acercarte a mí fuera del ámbito profesional. No quiero que confundas las cosas. 

—¿Confundir las cosas? —preguntó, levantándose de su asiento y cruzándose de brazos. Su altura me intimidaba, pero mantuve mi postura firme. 

—Sí, Montenegro. Yo jamás podría sentir algo por alguien tan... poca cosa como tú. 

La dureza en mis palabras lo tomó por sorpresa, aunque lo escondió bien. Sin embargo, vi cómo sus ojos brillaron con una mezcla de dolor y rabia. 

—¿Eso piensas de mí? —preguntó, con un tono peligroso. 

—Es lo que es —respondí, encogiéndome de hombros con desdén. —Así que haznos un favor a los dos y mantén esto profesional. 

Él se acercó, acortando la distancia entre nosotros. Mi corazón latía descontrolado, pero no dejé que lo notara. 

—¿Y por qué me parece que lo que dices no coincide con lo que realmente sientes? —preguntó en un susurro, desafiándome a mirarlo a los ojos. 

—Estás delirando, Montenegro. Esto no es más que trabajo. 

—Si eso es lo que quieres que crea, está bien. Pero recuerda algo, Rachely: las mentiras siempre salen a la luz. 

Me giré rápidamente, ignorando el calor en mis mejillas y la presión en mi pecho. Me alejé de él con la cabeza en alto, como si nada de lo que acabara de suceder me afectara. 

[...]

Esa tarde, decidí que era hora de dar un paso adelante con Fernando. Si realmente quería olvidarme de Daniel y mantenerlo fuera de mi vida, tenía que fortalecer mi relación con Fernando. 

Durante la comida en la sala principal, Raúl y Sofía estaban conversando animadamente cuando dejé caer mi bomba. 

—Por cierto, esta noche voy a cenar con mi novio —dije casualmente, mientras cortaba un trozo de mi comida. 

Raúl y Sofía me miraron al unísono, claramente sorprendidos. 

—¿Novio? —preguntó Sofía, con una mezcla de curiosidad y asombro. 

—¿Desde cuándo tienes novio, Rachely? —Raúl frunció el ceño, evidentemente desconcertado. 

—Fernando y yo llevamos un tiempo saliendo. Decidí formalizar las cosas con él. 

El aire en la habitación se tensó, pero lo que más me llamó la atención fue la reacción de Daniel. Aunque estaba sentado al otro lado de la mesa, podía sentir cómo su mirada se clavaba en mí. Su mandíbula estaba apretada, y la mano que sostenía su vaso de agua se tensó visiblemente. 

—Espero que no sea un problema para nadie —agregué con una sonrisa, fingiendo desinterés, pero sabiendo perfectamente el efecto que mis palabras tenían en Daniel. 

—Claro que no, Rachely —dijo Raúl, aunque seguía luciendo sorprendido. —Es solo que no sabíamos que estabas saliendo con alguien. 

Sofía, por su parte, sonrió. 

—Me alegro por ti, Rachely. Fernando parece un buen chico. 

No pude evitar una leve sonrisa triunfal. 

—Lo es. Estoy segura de que lo van a adorar. 

Sin embargo, mientras la conversación continuaba, sentí los ojos de Daniel fijos en mí. No lo miré directamente, pero sabía que estaba molesto. Su silencio lo delataba más que cualquier palabra. 

Entonces, ¿por qué no me sentía satisfecha? 

¿Por qué, en el fondo, sentía que estaba perdiendo algo mucho más importante?