Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 04. Símbolo de amistad.
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Esa noche fue interminable para Ansel. Acurrucado bajo las sábanas, su mente no dejaba de reproducir la imagen de su mejor amigo besándose apasionadamente con la chica rubia de curvas perfectas. Incluso sintió náuseas, pero evitó levantarse; no quería que sus padres lo escucharan, era lo último que deseaba.
Pasó la noche despierto, llorando por el final de un amor no correspondido. Aunque nunca había tenido una relación romántica con Emmett, no podía evitar sentirse traicionado. Tal vez se había engañado a sí mismo durante toda la semana, haciéndose creer que su amistad con Emmett podía llegar a ser algo más. Al final, el cansancio emocional lo venció, y cayó en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, Ansel seguía dormido cuando su hermana Emily irrumpió en su habitación sin previo aviso, como solía hacer.
—Ansel, ¿no vas a levantarte? —Emily lo zarandeó suavemente.
—¡Es sábado, loca, quiero dormir! —murmuró Ansel, envolviéndose en las cobijas como un capullo, sabiendo que su hermana intentaría quitárselas.
—Es mediodía, idiota. Mamá piensa que estás en coma o algo así —Emily se sentó al borde de la cama, y comenzó a tirar de la cobija con más insistencia—. ¿Te emborrachaste anoche? No te preocupes, no dirán nada. Mi primera borrachera fue a los quince y apenas se inmutaron.
Ansel rodó los ojos bajo la sábana y, con un suave empujón, apartó a su hermana.
—No es eso.
Emily lo observó en silencio por un momento, tratando de descifrar el motivo del comportamiento de su hermano. De repente, su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y comprensión.
—¡Santa mierda, te rompieron el corazón! —exclamó con un grito que resonó en toda la habitación, y quizá en la toda la casa.
—¡¿Puedes callarte?! —Ansel salió de las cobijas y le lanzó una almohada que impactó de lleno en la cara de Emily—. No quiero que se enteren, esto es un secreto entre nosotros.
Emily asintió, mostrándose más seria de lo habitual, y se sentó nuevamente junto a él.
—Entonces, ¿quién es ella?
Ansel bajó la mirada, dudando si debía confiar en su hermana. Aunque Emily solía molestarlo y ser algo mandona, también era una buena hermana en muchos aspectos. Aun así, no estaba seguro de si podía mantener el secreto.
—Hey, soy tu hermana —continuó Emily, notando la duda en su rostro—. Sé que a veces soy una cabrona contigo, y que me comí el yogurt de mamá y te culpé...
—Espera, ¿fuiste tú y no es que estaba caducado? —Emily sonrió nerviosa y desvió la mirada—. Me castigaron una semana, Emily, ¡una maldita semana!
—Solo era un yogurt, no entiendo por qué mamá se puso tan intensa —bufó Emily, cruzando los brazos. Ansel tuvo que admitir que tenía razón—. Pero dejando eso de lado, Ansel, somos hermanos. Aunque te haga bullying, te quiero y no quiero verte sufrir solo.
—Solo preguntas porque eres una chismosa.
—Me atrapaste —rió Emily, despeinando el cabello de Ansel—. Pero, en serio, dime lo que sea, te prometo que guardaré el secreto.
—Bien, pero tienes que jurarlo; nunca le vas a decir a nadie, a menos que yo lo autorice primero.
—Oye, podré entrar a tu habitación sin tocar, pero un juramento de hermanos jamás lo romperé —dijo Emily, poniendo una mano sobre su corazón y cerrando los ojos con solemnidad—. Así que, yo, Emily Lavigne, juro que nunca, pero nunca, aunque me torturen, revelaré el secreto de mi hermano. —Ansel sonrió y ella se acomodó mejor en la cama—. Ahora sí, dime tu secreto.
—Bueno —comenzó Ansel, sintiendo un nudo en el estómago por los nervios—, sí, me rompieron el corazón, y sí, lloré toda la noche, pero... —mordió sus mejillas internas, dudando aún—, no es una chica.
El silencio llenó la habitación. Ansel deseaba volver a esconderse bajo las cobijas, pero no podía. La mirada intensa de su hermana lo estaba matando. Mordió su labio, esperando lo peor. El semblante de Emily era serio, lo que aumentaba su ansiedad. Sin embargo, sus temores se disiparon cuando ella lo abrazó con fuerza.
—Oye, lo que sientes y por quién lo sientes, ya sea hombre o mujer, da igual, mientras seas feliz —Emily se alejó un poco para sonreírle con calidez—. Así que, olvídate de ese cabrón y ni una lágrima más, ¿entendido? Ningún idiota merece que tus lindos ojos se enrojezcan por su culpa.
Ansel asintió, agradecido. No sabía cómo reaccionaría Emily si supiera que había sido Emmett, el chico del que estaba enamorado y a quien ella apreciaba como a un hermano, quien le había roto el corazón.
—De acuerdo, ahora baja, al menos para que nuestros padres sepan que sigues con vida.
—Bien, bien, bajo en seguida.
Emily le dio una última sonrisa antes de salir de la habitación. Ansel se recostó nuevamente, soltando un enorme suspiro. Hablar con su hermana al menos le había traído algo de alivio.
El resto del fin de semana, Ansel se mantuvo recluido en su casa, estudiando o jugando videojuegos. No envió mensajes a Emmett ni lo buscó, y Emmett tampoco lo hizo. Supuso que su amigo estaba inmerso en su propia felicidad o quizás incluso había comenzado a salir oficialmente con Sheira. Aunque se sentía deprimido, no tuvo mucho tiempo para pensar en ellos, ya que los exámenes finales y los de ingreso a la universidad estaban a la vuelta de la esquina. Nunca entendió por qué celebraban la graduación antes de los exámenes; tal vez era para aliviar el estrés antes de enfrentarlos.
La última semana de bachillerato llegó, y el ambiente en la escuela era tenso y sombrío. Todos los alumnos de último año estaban serios, preocupados por lo que les esperaba. Ansel, por su parte, estaba tranquilo. Como había dicho Emmett, tenía fama de sabelotodo, en gran parte porque realmente disfrutaba estudiar.
—¡Ah!, voy a morir, creo que respondí todo mal en el examen de biología —se quejó Alex, dejándose caer sobre la mesa de la cafetería y soltando un grito de frustración.
—Estuviste estudiando con Ronan durante un mes entero, ¿de verdad no aprendiste nada? —preguntó Ansel, arqueando una ceja con escepticismo.
—Bueno, sí, pero aun así, esto no es lo mío.
—Pues yo creo que me va a ir bien en todo —intervino Emmett, mientras daba una mordida a su manzana. Después de tragar, continuó—: esta semana aprendí muchas cosas gracias a la ayuda de Ansel.
Emmett pasó un brazo sobre los hombros de Ansel y lo acercó a él. Ansel desvió la mirada, sintiendo que las palabras de Emmett podían malinterpretarse, aunque para él significaban algo completamente distinto.
—Pero no quieres compartirlo, siempre quieres que solo te enseñe a ti —reclamó Alex, incorporándose para protestar mejor—. Es tu culpa si repruebo.
—Ansel es mío, y lo que aprendí no puede enseñárselo a nadie más, menos a ti —dijo Emmett con una sonrisa pícara. Ansel enrojeció hasta las orejas y bebió un largo trago de agua helada.
—Emmett, ¿puedes dejar de decir tonterías? Mejor apúrate a comer, ya vamos a entrar —dijo Ansel, tratando de cambiar el tema. Emmett le sonrió y obedeció, mientras que del otro lado, Ronan le daba a Alex un trozo de manzana. Ansel suspiró, aliviado de que ignoraran lo que Emmett había dicho.
Esa semana fue la más estresante para todos los alumnos de último año. Los exámenes y la presión por saber en qué universidad estudiarían los estaban consumiendo. Afortunadamente, los cuatro amigos ya tenían designada una universidad, la más grande del país, que ofrecía casi cualquier carrera que desearan estudiar.
El fin de semana siguiente, los cuatro estaban exhaustos, tirados en los sofás de la casa de Ronan, mirando al techo, disfrutando del alivio de haber culminado el bachillerato y de haber terminado un videojuego que habían dejado pendiente desde hacía más de un mes.
—Mis papás me dieron permiso de usar la casa de la playa durante la siguiente semana. Podríamos irnos mañana para distraernos del infierno que nos espera en la universidad —comentó Alex.
—Yo me apunto —respondió Emmett.
—Yo también voy —dijo Ansel, levantando el pulgar.
—Perfecto, nos llevaremos el camper. Ronan, serás mi copiloto. —Ronan asintió.
Ansel admiraba cómo una persona de un metro ochenta podía rendirse tan fácilmente y sin objeción ante alguien de un metro sesenta y cinco. Aunque, conociendo la personalidad introvertida de Ronan, no era tan difícil comprender por qué Alex podía manejarlo a su antojo.
Después de que se pusieron de acuerdo para el viaje, Emmett y Ansel se dirigieron a sus casas en bicicleta.
—An, vamos a detenernos un poco, quiero darte algo. —él frenó y Ansel después.
—¿Qué es?
—Quiero agradecerte por ayudarme a estudiar y a aprender a besar —dijo Emmett mientras sacaba una pequeña caja negra del bolsillo de su mochila. Con cuidado, la abrió y dejó al descubierto un par de pulseras negras, cada una con un colgante que, al unirlos, formaban un control de videojuego.
Ansel miró el objeto, sintiendo un nudo en la garganta. No podía evitar pensar en el simbolismo detrás del gesto: la pulsera, un vínculo entre ellos, y el colgante, un recuerdo de todas las veces que pasaron horas jugando juntos, sin preocupaciones ni secretos. Sin embargo, ahora todo parecía más complicado, más doloroso.
—Es una pulsera de amistad —continuó Emmett, notando el silencio de Ansel y sin captar el torbellino de emociones que se arremolinaba en su interior—. Quiero que la lleves, así siempre recordaremos que, pase lo que pase, somos mejores amigos.
Ansel tomó la pulsera entre sus dedos, sintiendo el peso del colgante contra su piel. Quiso decir algo, pero las palabras se atragantaron en su garganta. ¿Cómo podía aceptar un símbolo de amistad cuando sus sentimientos eran mucho más profundos? ¿Cómo podía seguir fingiendo que no sentía nada más?
—Gracias... —murmuró al final, sin saber qué más decir. Se colocó la pulsera en la muñeca, evitando mirar a Emmett a los ojos—. Es... es muy bonita.
Emmett sonrió, complacido con la reacción de su amigo, aunque no pudo evitar notar que algo no estaba del todo bien en la expresión de Ansel. Sin embargo, decidió no insistir. Se levantó de la banca y se estiró, mirando al cielo.
—Deberíamos irnos ya —sugirió—. Si llego tarde a casa, mi mamá me matará. Además, tenemos que preparar todo para el viaje de mañana.
Ansel asintió y se levantó también, ajustando su mochila sobre sus hombros. Emmett tomó su bicicleta y comenzó a pedalear, mientras Ansel lo seguía en silencio, perdido en sus pensamientos. A pesar de la cercanía física, nunca se había sentido tan distante de su amigo como en ese momento.
Durante el camino de regreso, Ansel no pudo evitar imaginar cómo sería el viaje a la playa. Todos juntos, como siempre, pero ahora con una barrera invisible entre él y Emmett. ¿Cómo podría disfrutar de esos días cuando cada gesto, cada mirada, le recordaría lo que no podía tener? Sentía que su amistad se había vuelto una especie de tortura, una constante prueba de resistencia para sus emociones.