En los barrios tranquilos y misteriosos de Seúl, una chica llamada Jiwoo ha pasado su vida observando desde las sombras. Jiwoo siempre ha sido reservada, pero esconde algo más que timidez. Un incidente oscuro y olvidado en su adolescencia que moldeó su obsesión por los secretos de los demás.
El regreso de Hyunwoo, su vecino de la infancia, despierta en ella una curiosidad peligrosa. Años atrás, Hyunwoo desapareció abruptamente tras un escándalo que sacudió al vecindario, y su reaparición está rodeada de rumores y silencio. Algo en su mirada parece llevar el peso de un pasado más oscuro del que Jiwoo imaginaba.
Guiada por su instinto obsesivo y un deseo inexplicable, Jiwoo comienza a seguirlo, adentrándose en un mundo de crimen, mentiras y un trastorno psicológico que ha permanecido latente en ambos. Mientras Jiwoo se acerca a la verdad, también empieza a descubrir más sobre sí misma, desenterrando recuerdos reprimidos y enfrentando su propia sombra.
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El umbral
El abismo frente a Jiwoo pulsaba con una fuerza que casi podía tocar. La luz roja, viva y constante, parecía sincronizarse con los latidos de su corazón. Su cuerpo temblaba, pero no retrocedió. La oscuridad no solo la llamaba; la reclamaba.
El colgante brillaba más intensamente que nunca, irradiando un calor abrasador. Sus dedos intentaron arrancarlo de su cuello, pero fue inútil. Estaba fusionado con ella, como si el objeto hubiera dejado de ser un accesorio y se hubiera convertido en parte de su propia esencia.
No hay marcha atrás, pensó. No había dudas. No había miedo. Sólo una extraña sensación de propósito que crecía con cada segundo.
Cerró los ojos y dio un paso hacia el abismo.
El suelo desapareció bajo sus pies, pero no sintió la caída. En su lugar, fue envuelta por una sensación sofocante, como si la oscuridad se hubiera convertido en un líquido espeso que llenaba sus pulmones y nublaba sus pensamientos.
Cuando abrió los ojos, ya no estaba en la cueva. Estaba en un lugar que parecía un reflejo distorsionado del bosque. Los árboles eran retorcidos y negros, sus ramas extendiéndose como manos afiladas. El aire era pesado, cargado de una energía inquietante que la hacía sentir pequeña y vulnerable.
Frente a ella, un nuevo personaje emergió de entre las sombras: una figura alta, vestida con ropas oscuras que se movían como si estuvieran vivas. Su rostro estaba cubierto por una máscara blanca con líneas rojas que parecían lágrimas.
—Bienvenida, Jiwoo —dijo la figura, su voz profunda resonando en el ambiente—. Llevamos mucho tiempo esperándote.
Jiwoo no respondió. No sabía si debía sentirse aterrorizada o aliviada.
—¿Quién eres? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
—Soy el guardián del umbral —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. El bosque te eligió, pero este lugar requiere algo más. Un sacrificio.
La palabra resonó en su mente como una advertencia.
—¿Qué tipo de sacrificio?
El guardián extendió una mano hacia ella, señalando el colgante en su cuello.
—Ese objeto contiene el fragmento de tu humanidad. Para cruzar al otro lado, debes entregarlo.
Jiwoo apretó el colgante con fuerza. Era todo lo que la conectaba con el mundo exterior, con Hyunwoo, con los recuerdos de lo que una vez fue. Pero también sabía que no podía detenerse ahora.
—¿Qué pasa si no lo entrego? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—Entonces te quedarás atrapada aquí. Ni viva ni muerta.
Antes de que Jiwoo pudiera decidir, una voz familiar resonó detrás de ella.
—No lo hagas.
Se giró rápidamente para encontrar al extraño del parque, parado allí con la misma chaqueta gastada y una expresión tensa en el rostro.
—¿Tú otra vez? —preguntó Jiwoo, incrédula.
—Escúchame —dijo él, ignorando su tono—. No entiendes lo que está en juego. Si entregas el colgante, perderás más de lo que crees. Este lugar no te dará respuestas, sólo te consumirá.
El guardián lo miró con calma, como si su presencia no fuera una sorpresa.
—No tiene elección. El sacrificio es inevitable.
—Eso es mentira —replicó el extraño, acercándose a Jiwoo—. Siempre hay otra opción.
Jiwoo miró al colgante, luego al guardián, y finalmente al extraño. Las palabras de ambos resonaban en su mente, pero el caos dentro de ella hacía imposible decidir.
—¿Qué otra opción? —preguntó finalmente, su voz quebrándose.
El extraño suspiró, como si estuviera cargando el peso de una decisión propia.
—Debes destruir el colgante. Es la única manera de romper el vínculo con este lugar. Pero si lo haces, también destruirás todo lo que te queda de humanidad.
Jiwoo apretó el colgante con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en su piel. ¿Destruirlo? ¿Entregarlo? Ambas opciones la llevaban a un destino incierto. Pero mientras la duda la consumía, una certeza surgió: ya no había vuelta atrás.
Con un grito que parecía rasgar su alma, arrancó el colgante de su cuello. La cadena se rompió con un sonido metálico, y el objeto cayó al suelo, brillando con una intensidad cegadora.
El guardián sonrió detrás de su máscara.
—Has hecho tu elección.
Antes de que pudiera reaccionar, las raíces del bosque se alzaron y envolvieron el colgante, aplastándolo hasta reducirlo a polvo. La luz desapareció, y con ella, la última conexión de Jiwoo con su antigua vida.
El guardián se inclinó ligeramente.
—Ahora eres una de nosotros.
El extraño gritó algo, pero Jiwoo ya no podía oírlo. La oscuridad la rodeó, y su cuerpo comenzó a desvanecerse en el aire, como si nunca hubiera existido.