Júlia es madre soltera y, tras muchas pérdidas, encuentra en su hija Lua la razón para seguir adelante. Al trabajar como empleada doméstica en la mansión de João Pedro Fontes, descubre que su destino ya había sido trazado años atrás por sus familias.
Entre jornadas extenuantes, la facultad de medicina y la crianza de su hija, Júlia construye con João Pedro una amistad inesperada. Pero cuando sus suegros intentan reclamar la custodia de Lua, ambos deben unirse en un matrimonio de conveniencia para protegerla.
Lo que comienza como un plan de supervivencia se transforma en un viaje de descubrimientos, valentía y sentimientos que desafían cualquier acuerdo.
Ella luchó para proteger a su hija. Él hará todo lo posible para mantenerlas seguras.
Entre secretos del pasado y juegos de poder, el amor surge donde menos se espera.
NovelToon tiene autorización de Uliane Andrade para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 24
Los seis meses que siguieron fueron intensos. Cada día parecía una maratón, pero también una construcción silenciosa del futuro que quería para mí y para Lua. Trabajar como empleada doméstica en la mansión, atender pacientes en los puestos de salud y en los hospitales, estudiar de madrugada después de que Lua finalmente se durmiera… todo parecía agotador, pero, al mismo tiempo, lleno de significado.
Había noches en las que apenas tenía tiempo de sentarme, sumergida en libros y anotaciones, mientras organizaba la agenda de Lua y de la casa. Pero cada esfuerzo me acercaba al objetivo: terminar el curso, conquistar mi independencia y, sobre todo, garantizar una vida mejor para mi hija.
Tras la revelación sobre el pasado —sobre el matrimonio que nuestros padres habían arreglado— algo cambió en la relación entre João Pedro y yo. Conversábamos más, sin forzar intimidades, pero de una forma genuina. Creamos una amistad con límites claros, pues yo seguía siendo su empleada y necesitaba mantener mi independencia. Aun así, aquella proximidad silenciosa se volvió reconfortante.
Muchas veces, João Pedro se quedó con Lua mientras yo trabajaba. Él siempre demostró un cariño natural y cuidadoso, y a la niña lo adoraba. Cuando él estaba cerca, el jardín, la piscina e incluso el cuarto de Lua se llenaban de risas e historias contadas con paciencia. Él jugaba, contaba aventuras, leía libros, hacía muecas y aún se sentaba al lado de ella hasta que se quedaba dormida. Yo observaba, agradecida y aliviada, por saber que Lua estaba bien, feliz y segura.
La rutina era pesada, pero también llena de pequeñas alegrías. Cada risa de Lua, cada elogio de un paciente o colega de prácticas, cada pequeño avance en los estudios me recordaba que estaba siguiendo el camino correcto. Y, poco a poco, percibí que aquella amistad discreta con João Pedro se volvía parte de mi cotidiano, como una seguridad silenciosa que me permitía enfrentar el cansancio y los desafíos.
Cuando finalmente llegaba el fin del día, exhausta, podía sentarme y sentir que todos aquellos esfuerzos valían la pena. Yo no solo sobrevivía a la rutina, yo estaba construyendo una vida que, por primera vez, era verdaderamente mía. Y, junto a Lua, sentía que estábamos conquistando, día tras día, nuestra propia libertad.
El día de la graduación llegó como una mezcla de ansiedad, alivio y emoción. Me había preparado durante seis meses intensos, y finalmente todo estaba a punto de concretarse.
Al inicio de la ceremonia, miré a la platea y percibí solo a Márcia, Lua y Sobral. Mi corazón se calentó al verlos sonriendo y saludándome, pero sentí un vacío al percibir que João Pedro aún no había llegado. Él estaba en un viaje de negocios, y yo no estaba segura de si conseguiría verlo antes de que mi nombre fuera llamado al palco.
Respiré hondo, intentando concentrarme solo en el momento, recordando cada noche estudiando, cada atención en el puesto de salud, cada juego y cuidado que él tuvo con Lua. Cada uno de aquellos detalles me había llevado hasta allí.
Cuando mi nombre fue finalmente llamado, caminé hasta el palco con el corazón latiendo acelerado. Y entonces, por la puerta lateral del teatro, noté una sonrisa familiar. Era João Pedro, parado, observando cada paso mío con atención y orgullo silencioso.
En un impulso que ni sé explicar, levanté el canuto en dirección a él, como si fuera una forma de agradecer por todo. Por la presencia constante, incluso silenciosa, por el apoyo en los bastidores y por creer en mí sin jamás sofocarme.
Él asintió de vuelta, aún sonriendo, y en aquel instante sentí que, a pesar de las vueltas que nuestras vidas dieron, algunas cosas permanecían firmes: confianza, respeto y cuidado. Y que aquel momento, más que la conclusión de la facultad, era también un marco de todas las pequeñas victorias que construimos a lo largo de esos meses.
Al bajar del palco, abracé a Márcia y Sobral, sintiendo la energía y el cariño de ellos. Y cuando miré a Lua, adormecida en el colo de João Pedro, sentí que cada esfuerzo, cada desafío, cada noche sin dormir había valido la pena.
La sensación era única: yo había llegado hasta allí, completa, con mi hija y con personas que se importaban de verdad a mi lado.