Viviana es la menor de tres hermanas, su vida da un giro inesperado cuando se ve obligada a tomar el lugar de su segunda hermana para casarse con un Despiadado multimillonario y así poder salvar la vida de toda su familia, tras el matrimonio forzado Ares Grey la hace vivir un infierno por venganza... Acompáña a Viviana en esta historia desafortunada.
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Un Colapso
POV ARES.
Me encontraba fuera de la habitación, intentando procesar todo lo que Viviana me había gritado. No podía entender qué había pasado para que reaccionara de esa manera. ¿Qué sucedió en su casa? ¿Qué la había llevado a ese estado de desesperación?.
Necesitaba averiguarlo, pero primero tenía que asegurarme de que estuviera bien. Bajé las escaleras y fui hasta la cocina, donde encontré a la señora Luz.
Le pedí que subiera con algún calmante para Viviana, explicándole que estaba muy alterada. Ella asintió y preparó una bandeja con un té, un vaso con agua y alguna pastilla para calmarla. En ese momento, agradecí que mi madre y mi hermana se hubieran ido temprano, no quería lidiar también con ellas si observaban esto.
Subí las escaleras detrás de la señora Luz y me quedé allí esperando a que ella llevara el té a la habitación.
—Ya se calmó, ve y llévale el té—, le dije, intentando sonar tranquilo. La señora Luz entendió el mensaje y se fue hacia la habitación, abrió la puerta y de inmediato se asustó.
Su cara me lo dijo todo. Corrí hacia ella y entonces la vi. Viviana estaba tirada en el suelo, inconsciente y sangrando. Al parecer, se había golpeado la cabeza. Me acerqué a ella para revisarla y sentí su pulso débil.
—¡Que me alisten el auto de inmediato!—, le pedí a la señora Luz, intentando mantener la calma. Ella salió de la habitación apresurada, y yo me quedé allí, mirándola y sintiendo una mezcla de preocupación y culpa. —Viviana, reacciona— dije, intentando despertarla, pero ella no respondía.
Maldije un par de veces, sintiendo una mezcla de frustración y desesperación. No podía entender qué había pasado para que Viviana terminara en ese estado.
La tomé en mis brazos y salí de la habitación hasta el auto que ya me esperaba. La coloqué en la parte trasera y luego entré, sentándome a su lado. —Vamos al hospital, acelera— le dije a uno de mis hombres que estaba al volante.
Tomé su cabeza y la puse en mi pierna, intentando que estuviera lo más cómoda posible. Le daba toques suaves en su cara para que despertara, pero ella seguía sin responder.
A este punto ya estaba desesperado. —¡Maldición! Acelera—, grité, dando un ligero golpe en la ventana del auto. El conductor aceleró, y el auto se lanzó hacia adelante, intentando llegar al hospital lo antes posible. Mientras tanto, yo seguía intentando despertar a Viviana, pero ella seguía inconsciente.
Pasaron algunos 5 minutos y llegamos al hospital. Salí del auto y saqué a Viviana en mis brazos, intentando no mostrar la preocupación que sentía.
Entré al hospital y una enfermera se acercó con una camilla, preguntándome qué había pasado. —Estaba muy alterada, se desmayó y se golpeó la cabeza—, dije, tratando de sonar calmado. La enfermera asintió y dijo —esta bien tranquilo, ya la atenderemos—, dijo mientras llevaba la camilla a un cubículo donde la esperaban varios doctores.
—Usted qué es de ella—, me preguntó la enfermera antes de irse. Dudé un momento antes de responder.
—Es mi esposa—, dije finalmente. La enfermera asintió y dijo —por favor espere aquí y ya los doctores vendrán a informarle su estado después de revisarla—.
Me quedé solo en la sala de espera, me senté en una silla y me pasé las manos por la cabeza, intentando procesar todo lo que había pasado. La espera se me hizo eterna, y solo podía pensar en que Viviana se recuperara lo antes posible.
Me levanto de la silla, sintiendo que la ansiedad y la preocupación me están consumiendo. Los minutos pasan y aún no hay noticias de los doctores.
Me paseo por la sala de espera, intentando encontrar algo que hacer para distraerme, pero mi mente sigue fija en Viviana. Estoy perdiendo la paciencia, y mi ansiedad se está convirtiendo en frustración. ¿Por qué tardan tanto? ¿Qué están haciendo? Las preguntas se acumulan en mi mente, y siento que estoy a punto de explotar.
Me detengo frente a la puerta del cubículo donde está Viviana, deseando poder entrar y saber qué está pasando. Pero sé que debo esperar, y eso es lo que más me está matando. La espera se me hace insoportable.
La enfermera volvió para pedirme los datos de Viviana, después de anotarlos se fue. Pasaron algunos minutos más que se me hicieron eternos.
De la sala salio un hombre un poco encorvado con cabello blanco y bata blanca, tenía aspecto cansado. —Usted es el esposo de la señora Viviana Grey—, pregunta, con una voz suave pero profesional. Me acerco hacia él, y respondo afirmativamente. —Sí, ¿cómo está?— pregunto.
El doctor asiente y comienza a explicarme la situación. —Según los exámenes, todo está bien. Al parecer, el golpe en su frente no fue grave. Sin embargo, lo que nos preocupa es por qué se desmayó—. Me mira con una expresión seria, pero comprensiva.
—Ha estado bajo mucha presión y estrés, lo que la llevó a un estado de agotamiento emocional y físico. En momentos de estrés extremo, el cuerpo puede reaccionar de maneras inesperadas, y en este caso, parece que su cuerpo se rindió por un momento—.
Me explica que esto se conoce como un estado "de disociación" o "desmayo psicógeno", que es una reacción del cuerpo al estrés y la ansiedad extrema. "No es algo grave en sí mismo, pero es un indicador de que necesita descansar y reducir el estrés en su vida".
Me siento aliviado al saber que Viviana está bien, pero también preocupado por lo que esto significa.
El doctor me asegura que Viviana estará bien, pero que necesita tiempo para recuperarse. —Le hemos suministrado un calmante y la vamos a mantener en observación está noche, mañana podrá irse a casa—, me dice. Asiento, sintiendo una mezcla de alivio.
Detrás del doctor, la traen en una camilla, la están trasladando a la habitación. Entramos y la enfermera la organiza con habilidad y cuidado, asegurándose de que esté cómoda y segura. Una vez que termina, sale de la habitación con un gesto amable.
Me acerco a Viviana, está dormida profundamente, gracias a los efectos del calmante. Su rostro está relajado, su respiración es suave y regular, tiene una pequeña venda sobre la frente.
Tomo su mano y la llevo a mis labios, dándole un pequeño beso. El contacto con su piel es cálido y reconfortante. Vuelvo a colocar su mano en la cama y me dirijo al sofá que hay en la habitación.
Tomo asiento y saco mi teléfono, decidido a resolver algunos asuntos pendientes. Le envío un mensaje a mis hombres para que arreglen la puerta y la habitación para mañana temprano. Quiero asegurarme de que todo esté en orden para cuando Viviana regrese a casa.
Una vez que envío el mensaje, suelto el teléfono y me recuesto sobre el sillón, cerrando los ojos. Mi mente comienza a vagar, pensando en todo lo que está sucediendo. La quietud de la habitación y el sonido suave de su respiración me ayudan a relajarme, poco a poco, me quedo dormido, exhausto por la tensión y la preocupación.
Viviana comienza a moverse y abre los ojos lentamente. Me doy cuenta de que está despertando y me acerco a ella. —Agua— pide con una voz débil. Asiento y tomo un vaso de agua que hay en la mesa de noche. Le ayudo a incorporarse un poco y le doy de beber.
Ella bebe unos sorbos y luego se recuesta de nuevo. —¿Qué pasó?—, pregunta, mirándome con confusión.
Se toca la frente y gime de dolor al tocar el lugar donde se golpeó. Detengo su mano y la sostengo suavemente. —No te toques ahí—, le digo con suavidad. —Te golpeaste la cabeza cuando te desmayaste—. Le explico lo que pasó, intentando ser lo más claro posible.
—Estabas muy alterada y te desmayaste. Te traje al hospital—.
Viviana me mira con una mezcla de confusión y preocupación. —¿Qué pasó en casa de tu madre?—, pregunto, intentando entender qué la llevó a ese estado.
—¿Por qué llegaste así a casa?— Viviana me mira, y puedo ver la duda en sus ojos. No sé si está dispuesta a hablar sobre lo que pasó.
La miro con una intensidad que refleja mi determinación. —Eres consciente de que si no me dices, tarde o temprano me voy a enterar, ¿cierto?— le pregunto, mi voz es firme pero con un toque de suavidad.
La miro a los ojos, intentando leer su reacción, y esperando que se abra conmigo. Mi tono es directo, pero también hay una nota de preocupación subyacente. Quiero saber qué está pasando, y estoy dispuesto a esperar a que esté lista para hablar...