Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 20
Un ligero empuje bastó para que la puerta cediera y la luz del pasillo hiciera sombra tras ella. Carl y Abby entraron en risas explosivas. Él la sujetaba de la cintura, ella sacó las llaves de la cerradura y dejó caer su bolso en el suelo.
— No me creo que jamás hayas ido a un cine.
— Dije que la última vez fue de niño. —cerró la puerta con el pie y dejó libre a la castaña para que fuera a sentarse en la cama.
Él se quitó el abrigo, centrando su completa atención en ella y los jadeos de liberación que hizo al quitarse los tacones.
Adoró el momento en que estiró sus piernas y movió los deditos como pianista. Los ojos le sonrieron con una curva en sus labios. Y se agachó frente a ella, sentado en sus talones.
Con delicadeza en sus manos cogió los pies de ella, los apoyó en sus muslos y le dio un masaje que la dejó enajenada.
— Uy, no sabía que dabas masajes.
— Aprendí de ti.
La mirada de él se suavizó al verla a los ojos y, sin apartarla, besó cada rincón de su piernas. Subió con sus labios como pinzas, sus manos como arnés; le dejó sensaciones de ardor en los muslos, lagos creados por su lengua, ríos que corrieron a la parte baja de su vestido, pero sin entrar.
Se saltó el paso de ir directo a su punto. Se paró a media altura y la hizo inclinarse hacia atrás. Sin decir palabra. Su único lazo de comunicación eran sus miradas mantenidas, la sonrisa en sus pupilas.
Abby se acodó y él la levantó de las caderas, subiendo su vestido hasta la cintura. Tocó su vientre, sus caderas, marcó en sus manos la silueta de sus curvas.
— Carl. —su voz salió en un murmullo.
Lo sentía diferente. Sus ojos la miraban en un deleite distinto. Le gustaba, sin embargo. Se sentía bien bajo un mirar que no solo buscaba su entrepierna.
Estaba más dedicado a sus mejillas, sus hombros, su cuello; sin ser salvaje. Su tacto estaba inclinado a la delicadeza con la flor de su suite.
Clavó las rodillas en el borde del colchón, se irguió y la sentó a ella, quitándole el vestido con los brazos arriba.
Se sacó la camisa junto con la cadena que se puso ese día y, desde arriba, bajó el mentón para que los ojos grandes de Abby lo analizaran hasta la última célula.
Llevó una de sus manos a las mejillas redondas de ella, colando su pulgar en su boca. Sabía que estaba sorprendida. Lo estaba logrando, la estaba embelesando a su antojo.
Esa noche no sería salvaje, no la nalguearía hasta dejarle la piel roja con sus dedos marcados como huella propietaria. Sin darse razón a sí mismo, estaba seguro que no quería lastimarla.
...*** ...
Al despuntar el día, entre las costuras de las cortinas blancas atravesaban rayos de luz formando focos. Focos que resaltaban la piel resplandeciente de las piernas, ligeramente flexionadas, de Abby. Luz que acarició la suavidad de su piel y creó sombras que jugaron en su silueta.
Acostada de lado, con la cabeza apoyada en su mano; sus labios entreabiertos parecían querer confesarse ante el rostro dormido del moreno a su lado.
Seductora, en pensamientos suspendidos que convirtieron lo que intentaba hacer casual y cotidiano, en un momento de conexión palpable.
Se dejó llevar por sus deseos y deslizó una de sus manos por los hombros de él bajo la sombra de su cuerpo. El moreno se sobresaltó, levantando su cabeza como contorsionista.
— Ey, soy yo... —le avisó sin poder reducir la espléndida sonrisa en sus labios.
Él suspiró y se dejó caer con los ojos cerrados, reduciendo las posibilidades de que el dolor de cabeza volviera a atraparlo.
— Buenos días...
Habló casi en un canto de una dulce princesa y besó la punta redondita de la nariz de él; quien sin miedo a mostrar lo bien que se sintió con su mimo, la miró.
— Eres tan hermosa. —fueron sus palabras.
Ella arrugó su nariz en una expresión de poco creérselo.
— Mmm... no creo.
— Ven. —se apoyó en su antebrazo y se levantó lo necesario para atraerla y dejar parte de ella bajo el torso de él.
La besó, seguro de que ella no se lo esperaba. Empezaba a disfrutar sus caras hilarantes, el dulzor de sus labios en la mañana. Sentir su cuerpo contra el suyo, no tenía precio para él. Ya no. Investigarla, leer sus expresiones corporales, saber bien que era fanática a los besos tiernos de película era un dato que estaba utilizando a su favor.
Pero no contento con esto, el universo les jugó una broma y el celular de Carl empezó a sonar por todo lo alto. Una llamada perdida y, tras ella, un mensaje de texto.
Estiró su brazo, sin perder el contacto con las carnes de la mujer en sus brazos.
— Espera. —dijo, viendo el celular por encima de la cabeza de ella.
Era de César y decía: "Tenemos que reunirnos y acabar con Loera. Nos bloqueó el paso a otro camión mensajero, está fuera de control y te necesitamos para darle fin. Estoy en la casa del muelle".
Ella lo besó y él escribió un "Ya voy" mientras le correspondió. Apagó el celular, tirándolo a un lado y dio el beso final de la ronda.
— Debo irme.
— Mmmm... —se quejó ella en un llanto imperceptible— Quédate.
— Es del trabajo, hermosa. —sonrió y la besó, levantándose con prisas.
Ella extendió sus brazos sobre las almohadas, aceptandolo muy a su pesar. Sintió frío y cubrió su cuerpo con las sábanas, viéndolo salir a él y pararse frente al espejo. Acomodó el cuello de su pulover gris, abrochó el cinto de sus pantalones, entró al baño de nuevo y escuchó como se roció perfume hasta saturar de One Million Men el ambiente.
— Pero.... —habló ella, atrayendo sus ojos de soslayo mientras se acomodaba los rizos que se estaba dejando crecer— Sí nos vemos en la noche, ¿verdad?
— Claro que sí. Vamos a reunirnos, no debe demorar tanto.
Ella se sentó, apoyando su espalda en la cabecera esponjosa de la cama. Él fue a la cocina, sacando jugo de la nevera y bebiendo en un dos por tres.
— Oye, toma con calma que tampoco es que se esté muriendo nadie.
Él la vio, apoyado en la meseta mientras se terminaba el vaso. Terminó, se revisó de no olvidar el celular y sus lentes oscuros y salió.
Abby cerró su boca, desinflando su pecho. Esperaba que se despidiera con un beso. Una caricia, unas palabras. Algo que le confirmara que podía prepararle la sorpresa de ese día especial sin miedo al fracaso.
Pensando en lo peor, en que la había dejado como de costumbre, la puerta se abrió y entró él. Llegó hasta ella, se apoyo en sus rodillas y la besó como nunca antes.
— Cierra bien cuando salgas, ¿vale? —habló sofocado, sin aliento.
— No te preocupes.
Y se fue, cerrando la puerta sin dejar de mirarla hasta el último segundo.
Ahí estaba su confirmación. Se deslizó entre las almohadas, agraciada con la vida.
No esperó mucho para incorporarse al día e ir a su casa. Elisa estaba lista, le había avisado que se irían de compras.
Fueron al centro comercial que quedaba cerca de su casa y la calle Strip. Uno de los mejores.
— Entonces, déjame ver si entendí bien. —dijo al bajarse del auto y alcanzar a Abby en la entrada— ¿Vas a prepararle una cena romántica?
— Exacto.
Entraron al centro y el bullicio pasó a ser el musical del Centro. El olor a ropa nueva, zapatos de caja importada y la saturación de diferentes fragancias mezcladas en el aire, compitiendo por quién resistía más tiempo. Las escaleras estaban repletas de personas y se convirtió en la excusa para tomar el elevador hasta el tercer piso.
— Creí que habían pactado ser una relación sexual, nada más.
La chica del elevador presionó el botón y Abby se ruborizó, saltando la parte de mencionar palabras que para ella eran íntimas.
— Es que hice algo loco.
— ¿Qué hiciste?
Se miraron ambas en el espejo grande y llegaron al tercer piso.
— Una locura que no pude evitar.
Se fue a la parte de regalos y velas.
— Ay, por Dios. Acaba con el suspenso.
Abby se giró a ella, flexionando sus rodillas para decirlo y orar para que no la juzgara.
— Le dije que lo enamoraría.
Elisa la miró con perplejidad en su rostro, inclusive hasta sus manos se detuvieron en sus caderas.
— Estamos hablando de Carl Johnson. No es de los hombres que se enamoran.
— No lo conoces... —fue su alegato de defensa— Es más que ese magnate que se muestra ante todos. Me es leal, atento, comprensivo y, últimamente, me ha hecho sentir querida. Por momentos lejanos, pero sí.
Elisa la detuvo por los codos, mirándola a los ojos.
— Te enamoraste.
— Sí... —mordió sus labios, sus ojos destilaban vergüenza por sus párpados— No lo pude evitar.
— ¿Y él?
— No lo sé. Creo que también está sintiendo lo mismo que yo.
— ¿Crees? O sea que, no te ha dicho nada.
— Es complicado. —se giró a ver unas velas pequeñas y las tomó, dejándola en la cestita de compras— Pero sé que es así.
— Amiga, con todo respeto, deberías mejorar tu gusto por los hombres. —se le acercó por la izquierda, viendo lo que escogía.
— Oye. —la miró, uniendo sus cejas y abriendo los ojos, ofendida.
— En serio, todos son peligrosos. —se cruzó de brazos, alzando sus hombros rememorando los antecedentes de la castaña— Mala cabezas.
— Suenas igual que mi madre.
— Pues algo de razón tenemos.
Abby se movió a la parte de los estantes, cogiendo velas más grandes, altas y finas.
— Tu también deberías mejorar ese trabajo secundario que tienes.
Elisa ahogó el grito, sin poder creerse lo que acababa de escuchar.
— Abby, eso no tiene nada que ver.
La castaña se le acercó, susurrando.
— Ser prostituta es igual de riesgoso que andar con un hombre que tiene tantos antecedentes penales.
— ¿Y? ¿Cuál es tu objetivo? —se le acercó en una postura desafiante, el enojo estaba marcando sus venas— ¿Cometer los mismos errores que yo?
— No. Me gusta Carl y desde que estoy con él muchas cosas han cambiado.
— Sí. Que vas y vienes de su apartamento cada dos días y se han mantenido en esa fase por semanas.
— Dos meses... de hecho.
— ¿Tanto tiempo ha pasado?
— Sí y ese es mi punto. De lo casual pasamos a lo formal sin siquiera saberlo.
— Estás hablando por ti.
Abby la vio, dejando las velas en la cesta.
— Hablo por los dos. Lo he conocido bastante en este tiempo que pasó volando.
Elisa bajó sus hombros, exhalando.
— Abby, quiero tu bien.
— Elisa, fuimos a San Fierro, conocí a su hermana, a su hermano y su cuñado.
— Fue una muy mala idea ese viaje a San Fierro, para empezar.
— Quizás, pero ya estoy aquí.
Los ojos de Elisa se cubrieron por una capa de preocupación.
— No lo sé... este asunto se alargó demasiado. No confío en él.
— Tranquila, verás que tendrán tiempo para conocerse y que sea digno de tu devoción.
— Lo dudo. —determinó.
— No me eches malos tejos y ayúdame a preparar todo. —miró a sus lados— Estoy oxidada en esto de los detalles.
— Te ayudaré, pero solo porque te quiero.
— Me basta. —entrelazó sus brazos, saliendo a la parte de alimentos.
El tiempo se fue de vacaciones mientras compraban, tanto lo necesario para la cena como varias cosas que se les gustaron.
Tenía todo listo para llegar a la suite y prepararlo tal cual se lo ideaba. Solo faltaba hallar la distracción perfecta para que le diera tiempo. El plan B era dejarlo encerrado en el baño hasta que terminara de organizarlo. Una sorpresa a raíz del suspenso, le empezó a gustar la idea.
El celular sonó en su bolsa y Elisa se la alcanzó, cerrando el maletero del auto.
El nombre Carl apareció pantalla grande junto a su foto de perfil de WhatsApp y una sonrisa automática se desprendió bajo sus mejillas.
— ¿Hola?
Elisa se subió de copiloto y cerró la puerta con fuerza. Abby la miró en enojo momentáneo, haciéndola encoger el cuello como tortuga arrepentida.
— ¿Qué tal la mañana? —la voz de él era juguetona.
Recordó sus palabras de que mentía muy mal y Elisa se dio cuenta que iba a cagar su sorpresa, así que le hizo gestos de que hablara fluido, con calma.
— Bien. Estuve platicando con Elisa.
La coreana le indico que cambiara de tema con una articulación de labios, que le revirtiera la pregunta.
— ¿Y tú? ¿Qué hiciste? ¿Almorzaste?
Elisa le guiñó un ojo, dando el trabajo por cumplido a la perfección.
— Sí. —respondió como restarle importancia— Pedimos comida rápida y ahora estamos en el desierto para unos negocios en la fábrica abandonada. Esto va a tardar más horas de lo que pensé.
— Bueno, no te preocupes. Yo, de todos modos, voy a pasarme la tarde en mi casa.
Y una notificación discreta hizo vibrar el celular en su mano y el nombre que apareció en la pantalla la tomó por sorpresa: Mamá.
Hacía un tiempo que no hablaba con ella, quizás semanas. Después de todo, Carl si la había distraído de su rutina. Dudó un instante, pero se acercó el celular al oído y escuchó como Carl acababa de decir algo que no entendió.
— Perdón, ¿qué dijiste? Se escuchó entrecortado.
— Que si quieres que te pase a buscar cuando termine.
— Emm... —miró a Elisa, ella se llevó una mano a la frente, absteniéndose a decir algo— No. Yo voy a eso de las ocho.
— Está bien, hermosa. —una voz se escuchó de fondo, junto a una ráfaga de viento— Nos vemos luego.
— Nos vemos.
Y colgó.
— ¿Qué negocios en el medio del desierto? —preguntó Elisa.
Abby le echó un vistazo, deslizando el dedo para aceptar la segunda llamada.
— Hola, mamá.
— Mi niña linda, ¿cómo estás? Hace tiempo no hablábamos.
— Lo sé, mamá... —tiró la cabeza a un lado en gesto de añoranza, dirigiéndose a la salida del estacionamiento— He estado muy ocupada. Sabes que estoy reuniendo dinero para ir a verlos y trabajo hasta tarde.
— Ay, mi niña... —la voz sonó preocupada, como si una presión en su pecho no la dejara hablar con la alegría que tenía en sus recuerdos cuando vivía con ella—, Mejor no nos mandes más regalos. Guarda ese dinero junto con el otro y ven tú.
Abby rió suavemente.
— Mamá, es una ayuda que va fuera de lo que separo siempre. Sabes el montón de deudas que tuve que pagar, hacer los papeles me ha costado más de lo que pensaba.
— Ay, bendito Dios el trabajo del señor Loera.
Abby salió a la avenida, incorporándose a la ruta junto con los otros autos camino a su casa.
— Sí, mamá. Fue un golpe de suerte. Y ahora que me estoy recuperando creo que este mismo año voy.
— Y te quedas aquí.
Abby se mordió el labio inferior, no era menos cierto que ese era su plan inicial, pero con la nueva novedad en su vida.... no lo veía de ese modo.
— Bueno, eso ya lo solucionaremos.
El claxon de un auto se escuchó a sus lados y Elisa miró para comprobar que no fuera con ella.
— ¿Estás manejando?
— Sí. Elisa y yo fuimos de compras y vamos de regreso a la casa. Espera, te saluda.
Colocó el celular en voz alta.
— ¡Hola, señora Hada!
— Hola, mi niña linda, ¿estás bien? ¿Cómo se está portando Abby?
Ambas llenaron el auto de risas traviesas.
— Pues mire yo la estoy vigilando, pero ella a veces se me escapa de la vista y...
Abby le hizo señales de que no le dijera eso, gestos desesperados con sus manos que Elisa supo manejar bien sin levantar sospechas.
— Y se me va de compras sin avisarme. ¿Puede creerlo?
— De seguro a comprar alimentos. Aquí me hacía lo mismo. Le encantaba cocinar y experimentar cosas nuevas. —escucharon como tomaba aire para seguir hablando.
Abby sintió una tristeza en el pecho.
— ¿Mamá? ¿Está todo bien?
Hubo silencio breve hasta que la voz gastada por los años volvió a escucharse.
— Sí. Es solo recordar todo lo que pasó... tu hermano.
Abby se incomodó en el asiento, pero logró no titubear al preguntar. Su voz salió más tensa de lo que pretendía.
— ¿Qué pasó con él?
— Le dieron la libertad hace unos días y no sabemos dónde está.
Elisa vio a Abby, con su brazo apoyado en la ventanilla. La castaña se aferró al volante, exhalando los aires pesados e indeseados que se acumularon en su cuerpo. Y habló en ráfaga, cuidando de sus palabras, pero sin detenerse en sentir lástima.
— Mamá, la verdad... es mi hermano, pero no quiero saber nada de él. O sea, es tu hijo y yo entiendo tu preocupación. La entenderé cuando también tenga mis hijos, supongo. A mi me da igual lo que le pase, si se muere o no.
— Ay, hija....
Abby piso el freno de repente, en un pare que no vio por ir distraída en sus pensamientos pasados. El auto de atrás piso el claxon por detenidos instantes en los que Elisa sacó la cabeza y le levantó la mano.
— ¡EEEH! ¡HOMBRE!
— Hija, ¿qué pasó? ¿Todo bien? —la voz se escuchó fuerte desde el celular.
— ¡APÁRTATE, NIÑA! —gritó el chófer de atrás.
— ¿A QUIÉN LE PEDISTE QUE SE APARTE?
La coreana se desabrochó el cinturón cuando Abby la cogió por sus manos, impidiéndole salir.
— No, Abby. Suéltame.
— No vale la pena. Déjalo.
Ella hizo ademanes de salir y Abby bloqueó las puertas.
— ¡Abby!
Sin verla, aceleró y se incorporó a las calles del barrio.
— ¿Abby? Dime algo. ¿Qué pasó?
Por unos momentos se le olvidó que la llamada estaba al aire.
— Nada, mamá. Un chófer se puso pesado, pero ya llegamos a la casa. Tranquila, ¿sí?
Y calmarla fue otra conversación larga que duró hasta que Elisa abrió la puerta de la casa y dejó las bolsas sobre los muebles.
...***...
De regreso a la suite, las luces de la ciudad se desdibujaron en los cristales del auto por la calle Old Strip. Al llegar, absorta en el murmullo de sus pensamientos, ni registró en el momento en el que se bajó y le dejó las llaves al chico del servicio de aparcacoches.
Eran alrededor de las cuatro de la tarde y lo tenía pensado al detalle. Si ya estaba ahí, pondría en camino su plan B. Si no y llegaba después, se encargaría de cubrirle los ojos y encerrarlo en el baño hasta que terminase.
Estaba emocionada, hiperactividad. Encontrarse con una suite sola le calmó los nervios y, a la vez, los aumentó a mil. Con una sonrisa de oreja a oreja, cerró con llave y una silla, por si acaso.
Recogió sus cabellos con un pellizco y se fue a la cocina. Poner manos a la obra al plato preferido de Carl: Spaghetti con pechuga de pollo y queso parmesano.
No fue difícil saberlo cuando en una conversación de días anteriores le sacó la información precisa. Sí, la idea estaba maquinando en su mente más tiempo de lo esperado.
El postre lo descartó, serían ellos mismos. No pudo evitar sonreír ante tal ocurrencia.
Una vez dejó la pasta hecha y el pollo en la olla, se dedicó a acomodar las velas en un camino hasta la mesa de la cocina, la cual movió al centro de la habitación.
Al verlo, le pareció un poco apagado y, aprovechando la madera clara y brillosa del suelo, se dedicó a dejar de dos a tres pétalos por velas. Así le pareció mejor.
Vistió la mesa con un mantel de color lila. Posicionó dos velas grandes en el centro y calculó el espacio para los platos, las copas, cubiertos y servilletas.
Dio inicio a las canciones en su celular, imaginándose el momento justo donde escucharían la música tranquila de fondo mientras chocaban sus copas con vino.
El horno sonó y la olla soltó presión. La comida estaba lista. Miró el reloj, eran casi las ocho menos cuarto. No figuró en que lapso de tiempo pasaron tan rápido las horas, pero dejó todo ordenado y corrió al baño.
Se dio una ducha breve, esencial y comenzó a arreglarse. Poco maquillaje, perfume en el ambiente. Ventiló el olor a comida, quería sentir el perfume de él, así no se sentiría tan sola mientras lo esperaba.
Así pasó más de media hora, sentada junto a la ventana, esperando el momento en que la puerta se abriera y él apareciera con sus chistes malos. O sus provocaciones indebidas.
Miró la hora en su celular, moviendo su pierna derecha en un tic nervioso. Ansiosa. Por poco muerde las uñas de sus manos cuando se convenció de que debía de estar hermosa para el evento.
Se paró frente al espejo, repitiendo uno a uno lo que tenía planeado para no pasarse nada por alto. Aunque eso duró menos de cinco minutos. Las manecillas del reloj estaban avanzando demasiado lento para su gusto.
Observó bien el lugar, le encantó el trabajo que hizo. Encendería las velas cuando lo sintiera llegar e inevitablemente, ya estaba maquinando el regalo para su primer aniversario.
La suite era perfecta para decorarla con globos rojos y fotos de ellos, con cartas, colgando de los cordeles rojos. Tal como vio en varias ocasiones en la red social TikTok.
Checó la hora. Eran las nueve y media.
Mordió su labio inferior. ¿Y si algo le había pasado? No, no. No soportó la idea y marcó su número, dando vueltas cerca de las ventanas. La luna estaba luciendo su brillo singular.
A los cinco tonos contestó.
— ¿Carl? ¿Estás bien?
Una ráfaga de viento cortó su voz al inicio.
— Me entretuve tomando con los chicos. En cinco minutos salgo para allá.
Y colgó. Ella se quedó viendo la pantalla, sintiendo su corazón apachurrarse como pasa.
¿Tomando con los chicos? Sabía bien que ella llegaría a las ocho. No pudo dejar de sentir algo raro en su pecho.
Tristeza, decepción, habían varias opciones. En la mañana, se alegraba del hecho que él no recordara la fecha, la sorpresa tendría su efecto. Pero ahora.... ahora no lo veía bueno. ¿Y si no le interesaba como ella creía?
Las palabras de Elisa resonaron en su mente. Sus advertencias. Se sentó en la cama, cuidando de no estropear su vestido rojo escotado y espalda descubierta.
— No... —se miró al espejo, su figura estaba de hombros caídos— No pienses mal. Él no te ha mentido en todo este tiempo. Es casualidad. Casualidades de la vida.
Quería animarse con sus propias palabras.
— Vendrá y cenaremos juntos. A él le gustara.