Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 21
...La trampa...
...Una mentira cubierta de seda, una dónde el hombre perderá su sentido y se verá envuelto en unas manos desconocidas. Quedará atrapado en su propio deseo. ...
Eliana no volvió a la habitación de Avery con la excusa de que se sentía cansada, pero realmente necesitaba su propio espacio para reflexionar y asimilar lo que el Archiduque le había pedido.
Se encontraba inmovil en medio de la habitación, con la vista perdida.
Decidió que cumpliría con lo que debía hacer, y luego volvería al lado de su hija y su mundo seguirá como si nada. Con el tiempo se olvidará del mal momento y sonreirá, aunque se obligue a aquello. Disfrutará y apreciará a las dos muchachas que han hecho que su sol vuelva a brillar.
No obstante, poco sabía ella del plan que tramaba su hija con tal de no hacerla pasar por la agonía de compartir el lecho con el desgraciado Archiduque.
A la mañana siguiente Avery y Fania, partieron rumbo al centro de la ciudad.
—Fania, ¿Visitamos primero a Nora?, es hora de decirle que encontramos un lugar para ella y el negocio, se encontrará ansiosa por noticias.
—Sí, le alegraremos el día.
Con los brazos entrelazados las muchachas caminan alegremente sin notar las miradas analizadoras de los nobles que reconocen a la elinegra del banquete.
Los más jóvenes ansían acercarse a ella y tal vez invitarla a pasear. La muchacha es muy hermosa.
Pero a ella no parece importarle nada más que la conversación con su acompañante.
—Fania, deberíamos decirle que se mudé hoy mismo, y comience con lo que le apasiona; diseñar y confeccionar. ¿Qué te parece?, busquemos un carruaje que nos ayude con el traslado, debí haberle pedido a Jacob que nos siguiera, pero ya estamos muy lejos para volver con él.
La aludida asintió —. En la próxima avenida encontraremos carruajes.
La chica tenía razón, encontraron uno más adelante. El chofer era un jovencito y de guía estaba su padre.
—Necesitamos llevar a cabo una mudanza, ¿Podrían ayudarnos con eso?
—Claro que sí señoritas, acá mi hijo Joshua es fuerte, puede subir todo lo necesario.
Avery sonrió y agradeció. Los guió a la casa de Nora.
Golpearon la puerta y la llamaron en voz alta. La joven no se demoró en abrir.
Su rostro resplandecía, y cuando vio que era Avery sonrió abiertamente y se abalanzó sobre ella para abrazarla.
—Señorita, !¡Qué alegría poder verlas a ambas!
—¿Cómo has estado Nora?
—Mucho mejor gracias a usted.
—Me alegro mucho, hemos venido a llevarte a tu nuevo hogar.
Nora abrió los ojos como platos —. ¿Tan pronto? ¿De verdad?
—Claro —se volteó y señaló al señor y su hijo —. Ellos nos ayudarán a llevar tus cosas, solo señala lo más importante, lo demás lo compraremos en el mercado.
—¡Oh!... eso haré.
Media hora más tarde ya se encontraban en el lugar escogido de dos pisos. Si bien no es especialmente grande, el tamaño es suficiente para Nora y su pequeño hijo. Avery además le entregó dinero extra para los implementos que necesitará para comenzar a impulsar el negocio.
—Señor, Joshua, por favor lleven todo lo que ella necesite —acá está su pago extra.
El padre y su hijo aceptaron de buena gana, pues la pelinegra es muy bondadosa.
—Fania, ahora sí, a lo que nos convoca.
Llena de dudas, y sin atreverse a cuestionar, la jovencita la condujo por las calles hasta el “Barrio Rojo”
—Antes de que se me olvide, ¿Existe algo como una botica? ¿Droguería? ¿Donde vendan hierbas?
—Si, conozco una. Muy buena, atiende una anciana apodada la “Bruja”.
—Uhhh ¡Qué buen nombre!, ¿cómo es que conoces tanto?
—En mis días libres me gusta recorrer la ciudad, sobre todo los lugares para los plebeyos.
—Nunca te lo he preguntado, pero eres muy bonita, ¿No tienes algún enamorado por ahí?
Las mejillas de Fania se tiñeron de rojo —. Nooo, qué cosas dice. Claro que no.
—¿Por qué no quieres o qué?
—Porque aún no encuentro al indicado. Mire —señaló con su dedo —. Hemos llegado. ¿Qué clase de mujer busca?
—Una que se parezca a mi madre, que físicamente sea similar.
—Avery, creo que ya se lo que quiere hacer.
Esta solo sonrió sin confirmar ni negar nada. Se limitó a observar…
A la luz del día, el “Barrio Rojo” perdía su hechizo. Las calles, que por la noche bullían de vida artificial, yacían ahora en una calma tibia y polvorienta. Las fachadas, maquilladas de noche con luces y cortinas, se veían grises, con la pintura descascarada y los balcones oxidados.
Algunas mujeres fumaban en las escaleras, descalzas, con el cabello recogido a la prisa y los rostros pálidos por el desvelo, mientras los comerciantes barrían con desgano los restos de la noche.
—Al parecer fue una noche movida —susurró Avery cerca del oído de Fania.
—Ni que lo diga, pobres mujeres, sus cuerpos ya no dan más.
—Eso es verdad.
De pronto se acercó a ellas una mujer. Madame Colette, de mediana edad, presencia imponente y gesto calculado. Su cabello, recogido en un moño alto salpicado de canas orgullosas. Vestía con opulencia, más por costumbre que por vanidad: corsé entallado de terciopelo borgoña, faldas amplias con bordados dorados y un chal de encaje que olía a jazmín y tabaco. Sus ojos, delineados con precisión, eran dos brasas apagadas que lo habían visto todo. Caminaba como una reina sin corona, haciendo chasquear su abanico contra la palma con cada orden. Las chicas la respetaban —algunas, incluso, la temían— pero todas sabían que bajo su severidad ardía una llama de protección feroz. Madame no toleraba la desobediencia… ni los corazones rotos sin venganza.
La mujer las observó con evidente curiosidad, con una leve sonrisa asomada en su labios —. Si quieren trabajar aquí, les pagaré buen dinero, son verdaderamente hermosas.
Avery se sintió completamente halagada a diferencia de Fania, pero negó con su cabeza —. Buscamos una mujer para un servicio privado.
—¿Servicio privado? ¿Para quién sería eso?
Avery miró ambos lados para asegurarse que nadie más que ellas mismas oirían la espuesta —. Mi padre.
Madame Colette alzó las cejas tan alto que casi desaparecieron. Creyó que lo había escuchado de todo en su vida, hasta ahora. Con una carcajada corta, mezclada de incredulidad y burla, soltó—. Bueno… eso no lo veía venir.
—Para resumir, le contaré que es un bastardo que forzó sexualmente a mi madre, y una vez que quedó embarazada de mí, ya nunca más pudo separarse de él.
La sonrisa que se dibujaba en su rostro se esfumó, como si alguien le hubiera arrojado agua helada en la espalda. Luego, muy lento, el enojo comenzó a tomar lugar en su pecho. No era una rabia común. Era ira antigua, como si su sangre recordara cada injusticia que vivió antes de ser la dueña de la casa más grande del Barrio Rojo. Si bien, su papel es ofrecer mujeres a cambio de dinero, jamás ha obligado a ninguna, siempre ha sido bajo consentimiento, y en el día que alguna quiera dejar aquel empleo, ella siempre las ha dejado marchar con una bolsa de dinero a cambio de los años que le han servido.
—¿Qué planeas?, te ayudaré.
—Necesito una mujer que sea similar a mi madre para que la reemplace.
—Eres una muchacha astuta. Dime, ¿Cómo es ella?
—Es un poco más baja que yo, cabello largo y rizado idéntico al mío, al igual que el rostro, somos similares. Afortunadamente no me parezco en nada al bastardo de mi padre.
La mujer rió entre dientes —. Me gustas, te trataría de convencer de que trabajes para mí, pero sé que no lo lograré.
Avery únicamente sonrió en respuesta. Si Madame Colette supiera que de dónde viene las mujeres se entregan a los hombres únicamente por placer y no por dinero, las golpearía por necias y tontas.
—Vengan, síganme.