Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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Un grito de ayuda
Ming
–¿Fue Nikki? –le pregunto a Renji mientras vamos en uno de mis autos.
Mi mano derecha conduce a toda velocidad, imagino que a petición de Renji, debe pensar que no estoy en condiciones de conducir un auto.
Renji asiente mientras sigue pegado a su celular. –Los chicos ya llegaron a tu casa.
–Bien. Los necesito ahí. –Suspiro abatido–. Juro que mataré a Farina, me está quitando la posibilidad de estar con mi madre.
–Tu madre no está ahí. Lo sabes, ¿verdad?
Paso la mano por mi rostro. –Lo sé, Renji, pero después de mañana no volveré a verla.
Renji coloca su mano en mi hombro. –Lo sé, hermano –declara–. Estamos llegando a la dirección que me envió Nikki.
Agradezco en silencio a Nikki, la mano derecha de Mauro, quien siempre nos ha llamado cuando ve que su Capo está en peligro o está haciendo alguna estupidez.
–No puedo creer que esté tan cerca de mi casa y no haya ido a ver a mi mamá.
–Nikki dice que viajó a China el mismo día que decidiste trasladar a Mei, pero me asegura que su Capo no está en condiciones de ver a nadie.
Golpeo el asiento delantero con ira. –Maldito imbécil –mascullo–. Pensé que eso estaba en el pasado.
–Eso nunca estará realmente en el pasado –me corrige mi amigo–. Las adicciones no funcionan así.
–Me cago en todo –siseo cuando el auto gira camino al autódromo–. Si ese imbécil está conduciendo a doscientos kilómetros por hora, sobre uno de esos pequeños autos, y hasta arriba de cocaína, juro que lo mataré.
–Somos dos –asegura Renji tan furioso como yo.
Cuando Mauro era un crio, al igual que nosotros, nos dimos cuenta de que todo le afectaba más de alguna extraña manera. Y, también, sin considerar a Renji, que era el más solitario del grupo. Alek tuvo a su madre y luego a su abuelo, Conor tuvo a su madre antes de que se matara y luego ha tenido a su abuela, y yo siempre he tenido a mi madre, pero no Mauro.
Cuando tenía dieciséis años algo pasó en su vida, que nunca quiso compartir, pero desde ese día no fue el mismo chico. Algo mató la poca esperanza que tenía Mauro de ser querido por su familia, o al menos que reconocieran su existencia, pero sea lo que sea que pasó, ese día cambió todo. Y fue ese día donde comenzó su debacle.
Comenzó a hacer deportes arriesgados, deportes y actividades en los cuales arriesgaba su vida a diario, y luego, cuando la adrenalina de esas experiencias no fue suficiente, comenzó a drogarse. Sus padres, como siempre lo hicieron, ignoraron su grito de ayuda y lo dejaron a sus anchas.
Tiemblo cuando recuerdo el día que casi lo perdimos. Se drogó con todo lo que encontró en uno de los almacenes de su padre, cocaína, heroína y otras mierdas. Si no lo hubiésemos encontrado se hubiese ahogado con su propio vómito.
Ese fue el día que entendimos que teníamos que hacer algo. Conor se llevó a Mauro con él a su casa a pasar las vacaciones y se mantuvo limpio por dos meses. Luego, en el colegio, nos turnábamos para nunca dejarlo solo. Fue duro, pero dio un maravilloso resultado.
Hasta ahora.
Cuando el auto se detiene me bajo y cierro la puerta con una patada cuando veo en la pista a un auto conducir a una velocidad alarmante.
–¿Qué tan drogado está? –le pregunto a Nikki, quien está ahí mirando todo, impertérrito ante la nueva locura de su Capo. Imagino que está acostumbrado a las locuras de Mauro, casi tanto como nosotros.
–No lo sé realmente –dice culpable–. No estaba con él. Tengo una hija en esta ciudad –se excusa–, y mi Capo me dio el día libre para pasarlo con ella.
Niego con la cabeza y pateo el suelo. –Lo planeó todo –mascullo.
Nikki asiente. –He intentado de todo para hacer que se baje de ese cacharro, pero no me escucha. Por lo menos obligué a los otros competidores y a los espectadores a abandonar el recinto.
–Bien hecho –dice Renji a la vez que le quita el megáfono a Nikki–. ¡Baja ahora mismo, imbécil! –le grita.
Su voz se escucha por todo el lugar y sé que Mauro tuvo que haberlo escuchado. El imbécil confirma mi sospecha cuando pasa al lado nuestro y saca su mano para mostrarnos el dedo corazón.
Le quito el megáfono a Renji. –¡Baja ahora mismo! –grito furioso–. ¡Debería estar en mi casa, junto al féretro de mi madre y no aquí haciendo de niñera! –Vuelve a mostrarnos el dedo corazón cuando pasa a nuestro lado–. ¡Pensé que al menos mi madre significaba algo para ti! –siseo furioso.
El auto baja su velocidad y se detiene bruscamente frente a nosotros. Mauro baja del auto hecho un basilisco y camina hasta a mí.
Toma mi camisa y me acerca a su rostro furioso. –Mei significaba todo para mí –sisea. Hago una mueca cuando veo tanto dolor en sus ojos desorbitados.
–¿Cuánto te metiste? –le pregunta Renji, tomándolo bruscamente del brazo y obligándolo a que lo mire.
–Eso no es de tu puta incumbencia –suelta con ira–. Soy un adulto y no necesito que cuiden mis pasos.
–Al parecer sí –contradigo–. ¿Cómo has podido, Mauro? –pregunto enojado y triste–. Llevabas casi dos décadas limpio.
Se encoge de hombros y baja su mirada.
–¿Qué? ¿No puedes mirarnos? –pregunto molesto.
Mauro levanta su mirada y me callo el regaño que tenía atravesado en mi pecho.
Trago el nudo que se forma en mi garganta cuando veo tanto sufrimiento en sus ojos.
Mi amigo está sufriendo, quizá más que yo en este momento. Puedo ver el dolor pulsante en sus ojos. Puedo ver el grito de ayuda que vi hace casi veinte años. Puedo ver todo.
–Vamos a casa –le pido mientras coloco mi mano en su hombro–. Vamos a despedir a mi mamá.
El rostro de Mauro se arruga, y por unos angustiantes segundos pienso que va a llorar, pero se compone y asiente abatido.
–Necesito despedirme de Mei.
–Sí, lo harás –le asegura Renji, ya no tan molesto como antes. También pudo ver el dolor en los ojos de nuestro amigo–. Iremos a un hotel, te darás una ducha y tomarás dos litros de café.
Mauro asiente.
–Y después de despedirnos de mi madre, hablaremos –declaro.
Tenemos que hacer algo, no podemos dejar que Mauro caiga en esa espiral autodestructiva nuevamente.
Pero primero debo preparar mi corazón para despedir a mi madre.
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬