Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Rutinas paralelas
El despertador sonó a las seis en punto, Isabella se desperezó lentamente, sintiendo el peso del día anterior en sus hombros. Sin embargo, un rápido vistazo al reloj le recordó que tenía que empezar su rutina matutina si no quería llegar tarde a la empresa. Se levantó de la cama y caminó hacia la habitación de Ian. El niño aún dormía profundamente, acurrucado bajo las sábanas.
-Buenos días, mi amor- murmuró Isabella mientras se agachaba para darle un suave beso en la frente.
Ian entreabrió los ojos, aún somnoliento, y se estiró perezosamente antes de abrazarla.
-Buenos días, mamá.
-Vamos, campeón, es hora de levantarse. Tenemos que prepararnos para el colegio- le dijo Isabella con una sonrisa.
Mientras Ian se desperezaba y se ponía en pie, ella se dirigió a la cocina para preparar el desayuno. En pocos minutos, tenía listo un tazón de cereal con frutas y un vaso de jugo de naranja. Ian apareció en la cocina, ya vestido con su uniforme, y se sentó en la mesa.
-Gracias, Isa- dijo mientras empezaba a comer su cereal.
-De nada, cariño. Recuerda que hoy tienes clase de arte, así que no te olvides de llevar tus crayones nuevos- le recordó ella mientras servía una taza de café para sí misma.
-¡Sí! Estoy muy emocionado por eso- respondió Ian, su entusiasmo era evidente mientras devoraba su desayuno.
Una vez que ambos terminaron, la muchacha ayudó al niño a alistarse por completo, asegurándose de que tuviera todo lo que necesitaba para el día. Salieron de su apartamento y, como de costumbre se dirigieron al colegio.
El trayecto al colegio siempre era un momento especial para ellos. Ian hablaba sin parar sobre sus amigos y las actividades que tenía planeadas, mientras Isabella lo escuchaba con atención, sintiéndose afortunada de poder compartir esos momentos con él.
-¿Crees que podrías recogerme un poco antes hoy? -preguntó Ian mientras llegaban a la puerta del colegio.
Isabella sonrió y le revolvió el cabello con cariño
-Mmm... no lo creo- respondió ella- Sabes que mi horario de trabajo termina apenas unos minutos antes de tu salida. Pero te prometo que cuando salgas haremos algo especial- dijo para confortarlo.
-Está bien- respondió Ian, resignado pero con una sonrisa en los labios- ¡Nos vemos después, mamá!
-Nos vemos, mi amor. Que tengas un buen día- respondió Isabella, observándolo mientras corría hacia la entrada del colegio.
De vuelta al coche, Isabella tomó una respiración profunda y condujo hacia la empresa, mientras lo hacía en su mente daban vueltas pensamientos acerca de las razones por las que su hermano quería que lo retirara antes del colegio. Llegó a la oficina de Don Rafael unos minutos antes de su horario, lista para empezar su jornada laboral. Desde que había comenzado a trabajar como su asistente, había encontrado una rutina cómoda y eficiente. Don Rafael era un hombre amable, siempre dispuesto a escucharla y a ofrecerle su ayuda cuando la necesitaba.
-Buenos días, señor Martínez- saludó Isabella con una sonrisa mientras entraba a la oficina.
-Buenos días, Isabella. ¿Lista para otro día ajetreado?- preguntó Don Rafael, mirándola por encima de sus gafas.
-Siempre lista, señor- respondió ella con determinación.
La mañana transcurrió rápidamente con Isabella ocupada en varias tareas. Coordinó reuniones, respondió correos electrónicos y se aseguró de que la agenda de Don Rafael estuviera en perfecto orden. Durante un breve receso, recibió un mensaje de Carlos, su compañero de trabajo, invitándola a tomar un café durante el descanso.
-¿Te unes a mí para un café rápido en la cafetería de la esquina?- preguntó Carlos cuando Isabella lo encontró en la entrada del edificio.
-Claro, necesito un descanso de la pantalla del ordenador- respondió ella, sonriendo.
Mientras caminaban hacia la cafetería, charlaron sobre sus respectivos trabajos y cómo les iba en la oficina. Carlos era divertido y siempre tenía alguna anécdota que contar, lo que hacía que las pausas fueran más amenas.
-¿Sabías que en el equipo de marketing están planeando una fiesta sorpresa para Julia?- dijo Carlos, con una sonrisa cómplice.
-¿Julia? No tenía idea. Parece que me estoy perdiendo las mejores noticias- respondió Isabella, riendo.
-Bueno, tú estás demasiado ocupada siendo la asistente estrella de Don Rafael. ¡Es un trabajo de tiempo completo!- bromeó Carlos.
-Sí, lo es, pero me gusta. Don Rafael es un buen jefe, y siento que estoy aprendiendo mucho aquí- contestó Isabella, agradecida por el apoyo de su compañero.
Después del café, ambos regresaron a la oficina para continuar con sus tareas. Isabella pasó el resto del día atendiendo llamadas y organizando documentos importantes. Antes de que se diera cuenta, ya era hora de salir.
Por su parte, Alejandro Martínez tenía su propia rutina bien establecida. Después de los eventos de los días anteriores, había decidido que lo mejor era mantener la distancia con Isabella. Por lo tanto, había adoptado la costumbre de llegar a la oficina antes que nadie, para evitar cualquier encuentro incómodo.
Esa mañana, Alejandro había llegado temprano, antes de las ocho, y se había sumergido de inmediato en su trabajo. Se mantenía ocupado con reuniones, revisando contratos y tomando decisiones importantes para la empresa. Cada vez que su mente vagaba hacia Isabella, rápidamente se forzaba a concentrarse en otra cosa, recordándose a sí mismo que ella no era una distracción que podía permitirse.
Cuando llegó el mediodía, Alejandro optó por almorzar en su oficina, pidiendo a María que le trajera algo ligero. No estaba de humor para salir o socializar, especialmente después del incómodo incidente del día anterior. Mientras comía, repasó mentalmente la lista de tareas que aún tenía por completar antes de que terminara el día.
Después del almuerzo, se tomó un breve momento para descansar, cerrando los ojos por un instante. Su mente, sin embargo, no le dio tregua, y la imagen de Isabella apareció nuevamente. Alejandro abrió los ojos de golpe y decidió que lo mejor sería mantenerse ocupado hasta que llegara la hora de salir.
El resto del día transcurrió sin problemas, con Alejandro trabajando diligentemente y evitando cualquier tipo de contacto. Había dado instrucciones claras a María de que cualquier documento urgente debía ser entregado directamente a su padre, asegurándose así de no cruzarse con Isabella en los pasillos o en la oficina.
Cuando el reloj marcó las seis, Alejandro esperó a que el edificio estuviera casi vacío antes de salir. Se aseguró de que Isabella hubiera terminado su jornada antes de marcharse, evitando cualquier posible encuentro.
Isabella, por su parte, también había terminado su día de trabajo y se dirigía hacia el colegio para recoger a Ian. Mientras conducía, pensaba en cómo se habían desarrollado las cosas en la empresa. Se sentía aliviada de no haberse cruzado con Alejandro en todo el día. A pesar de su presencia en la misma empresa, habían logrado mantenerse en sus respectivas rutinas sin interferir en la del otro.
-¡Mamá!- exclamó Ian cuando la vio llegar al colegio, corriendo hacia ella con una gran sonrisa en el rostro.
-Hola, caeiño- ¿Cómo estuvo tu día?- preguntó mientras lo abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
-¡Fue genial! Hicimos una pintura gigante en clase de arte, y la maestra dijo que la colgará en la pared- respondió él, emocionado mientras ambos caminaban hacia el coche.
-Eso suena increíble. Me encantaría verla algún día- respondió ella, sintiéndose feliz de ver a su hermano tan entusiasmado.
De camino a casa, Isabella e Ian decidieron hacer una parada en su parque favorito. Se sentaron en un banco, disfrutando de la suave brisa mientras Ian jugaba con los columpios. Momentos como ese hacían que todo el esfuerzo y las dificultades valieran la pena. Después de un rato, regresaron al coche y condujeron de vuelta a casa.
Esa noche, mientras Isabella preparaba la cena, Ian la ayudó a poner la mesa. Luego se sentaron juntos a disfrutar de la comida, charlando sobre su día y riendo a carcajadas por las ocurrencias del pequeño.
-Isa, ¿podemos ver una película después de cenar?- preguntó Ian con ojos brillantes.
-Claro que sí, pero solo una. Tienes que dormir temprano para estar descansado para mañana- le recordó Isabella con una sonrisa.
-¡Sí, una sola! Prometido- dijo Ian, levantando la mano en señal de promesa.
Después de cenar, ambos se acomodaron en el sofá para ver la película. Isabella sentía cómo sus preocupaciones se desvanecían mientras se concentraba en el tiempo que pasaba con su hermano. Cuando la película terminó, arropó a Ian en su cama y le dio las buenas noches.
-Buenas noches, mamá- murmuró Ian, ya adormilado.
-Buenas noches, mi amor- susurró Isabella, apagando la luz y cerrando la puerta con suavidad.
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Alejandro se encontraba en su apartamento, revisando algunos documentos antes de dormir. Había logrado mantenerse ocupado todo el día y evitar cualquier encuentro con Isabella. Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, su mente comenzaba a divagar. Intentó leer, pero las palabras parecían no quedarse en su mente. En su lugar la imagen de la muchacha parecía no querer desvanecerse.