Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.
En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.
Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.
Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.
NovelToon tiene autorización de Milagros Reko para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 7 "Sabor a pizza picante"
Capítulo 7
Sabor a pizza picante
Santiago observaba todo en silencio. No era tonto; había notado cada gesto, cada pausa, cada tensión entre Matías y Alison. El alejamiento, la incomodidad que flotaba en el aire… todo indicaba que Matías había perdido su oportunidad. Y Santiago, paciente y calculador, sabía que el camino estaba despejado.
Sin apurarse, comenzó a hacerse más presente en la vida de Alison. Almuerzos compartidos, risas que surgían sin esfuerzo, silencios cómodos que, en vez de incomodar, unían. Alison se sentía más ligera en su compañía, algo que no esperaba, pero que disfrutaba. La calma estoica y el humor agudo de Santiago eran un bálsamo inesperado.
Una media mañana, Santiago decidió sorprender a todos en el comedor del tercer piso. Con destreza, comenzó a amasar la pizza, esparciendo harina que volaba como polvo de magia. Pronto, el aroma a pan recién horneado, queso fundido y condimentos despertó la curiosidad de los empleados, que se acercaron atraídos por el bullicio y el olor irresistible.
Alison llegó, intrigada, y no pudo evitar reírse al ver a Santiago cubierto de harina.
—¿Qué estás haciendo, Santiago? —preguntó, con la sonrisa amplia y los ojos brillando de diversión.
—Estoy salvando almas hambrientas, sobre todo la tuya —respondió él, ladeando la sonrisa, como si fuera un secreto solo entre ellos—. Hoy el almuerzo corre por mi cuenta.
—¿Puedo probar una? —dijo Alison, acercándose con curiosidad.
—Claro —contestó Santiago, con un guiño—. Las primeras son para vos.
Se sentaron juntos mientras Rocío se unía al grupo. La mesa se llenó de risas y bromas; el olor y el sabor de las pizzas recién horneadas elevaban el ánimo de todos.
—Esto es increíble —dijo Rocío, saboreando una porción—. Santiago, sos un genio.
—Solo un humilde poeta culinario —respondió él, exagerando la modestia y dejando escapar una sonrisa que iluminó a Alison.
En ese momento, Matías apareció con su plato en la mano, arrastrando los pies como quien entra obligado a un juicio. Se sentó de mala gana frente a ellos, lanzando una mirada que mezclaba sarcasmo y resignación.
—Che, ¿y esto? ¿Nuevo emprendimiento? ¿“Santiago al Horno”? —dijo, con esa media sonrisa forzada que intentaba cubrir su incomodidad.
Santiago se limpió las manos con calma, sin perder ni un ápice de su aire despreocupado, y respondió con su clásica sonrisa ladeada:
—Nah… solo un acto de bondad para alimentar cuerpos… y espíritus cansados —dijo, mirando de reojo a Alison, dejando que el mensaje pasara sin hacerlo demasiado obvio.
Rocío soltó una carcajada.
—¡Cuerpos y espíritus! Sos un poeta, Santi.
—Lo intento —contestó él, encogiéndose de hombros con falsa modestia—. Solo dos almas sensibles compartiendo almuerzos… y anécdotas trágicas sobre detergentes vencidos.
Alison se rió, tapándose la boca con una servilleta.
—Es verdad. Ayer casi lloro con lo del detergente.
Matías forzó otra sonrisa, incómodo, mientras sus ojos vagaban entre Santiago y Alison.
—No sabía que te gustaba tanto cocinar —dijo, midiendo cada palabra—. Sacás facetas nuevas…
—Y eso que no viste cuando barro —respondió Santiago con un guiño cómplice—. Soy un hombre de muchos talentos… pero los reservo para quienes saben apreciarlos.
Rocío y Alison rieron sin malicia; Matías bajó la mirada a su plato, conteniendo el fuego que lo invadía.
—Qué suerte la tuya entonces —murmuró.
Santiago se sirvió otra porción con absoluta tranquilidad, como quien no tiene prisa por nada.
—La suerte es solo cuestión de timing, Matías. A veces uno llega temprano… otras veces, se distrae y cuando vuelve, ya se sirvieron todos.
El intercambio pasó desapercibido para los demás, pero para ellos dos, cada palabra era un juego afilado, un duelo de miradas y sutilezas.