Mauro Farina es el Capo de la mafia Siciliana y el dueño de Lusso, la empresa de moda más importante del mundo, y quiere destronar a sus competidores con la nueva campaña que lanzará.
Venecia Messina es heredera de la ´Ndrangueta y el cártel de Sinaloa, y su nueva becaria.
Mauro no ha olvidado el rechazo que sufrió a manos de esa pequeña entrometida hace años, y ahora que está a su merced se vengará de esa ofensa. Lo que él no sabe es que Venecia viene para quedarse y no se dejará amedrentar por él.
¿Quién ganará esta batalla de voluntades?
Te invito a descubrirlo juntas.
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Mi debilidad (+21)
Mauro
Salgo disparado detrás de ella después de que soltó esa bomba y se marchó.
No puede decir algo como eso y esperar que todo siga igual. No puede decirme lo que he querido escuchar toda mi vida y marcharse sin más.
La alcanzo en la puerta de su oficina.
Tomo su brazo y la obligo a enfrentarme.
–Repite lo que acabas de decir –le exijo mientras la empujo hacia su oficina. Cierro la puerta con una patada y estamos solos nuevamente–. Repite cada palabra, Venecia.
Sus ojos ambarinos se oscurecen en el centro, pero no voltea la mirada.
Venecia es una mujer valiente, que no se arrepiente de lo que hace ni dice, pero si reconoce cuando se equivoca.
–Me equivoqué ese día –susurra y se siente como el primer bocado de aire después de estar minutos bajo el agua–. Debí aceptar ese baile.
Tomo su rostro entre mis manos y pego mi frente a la suya.
–Repítelo de nuevo –exijo con un gruñido. No quiero dejar de escucharle decir eso.
–Me equivoqué –dice mientras sus manos se enredan en mi cabello–. Debí elegirte desde el primer día que te vi. Pero tú eras tan hombre, tan sexy, y yo solo era una niña.
–No lo eras –replico–. Desde el primer día que te vi quise tenerte.
Venecia jadea y se siente como un maldito premio.
Quiero a esta mujer. Cada pequeña parte de ella. Quiero tomar su mano y nunca dejarla ir.
Pero quizá eso no es lo que ella quiere. Una cosa es que se arrepienta de haberme rechazado un baile y otra muy distinta es que acepte lo que me muero por darle.
–Ahora no te estoy ofreciendo un baile, Venecia –susurro con sus labios tan pegados a los míos, que casi puedo adivinar cómo será su sabor–. Te estoy ofreciendo cada parte de mí y quiero que tú hagas lo mismo. Quiero conocer tus miedos y tus sueños. Quiero conocer tus alegrías y tus tristezas –digo con resolución–. Siempre has sido tú.
Ya está. Lo dije.
Venecia puede elevarme al cielo o dejarme caer al infierno.
Estoy en tus manos, Venecia.
–Yo… –susurra sin dejar de mirarme–. Yo quiero lanzarme de cabeza a esto. Quiero aprender a amarte, Mauro.
Mi corazón se acelera y sé que lo lograré. Lograré que esta mujer me ame, porque sé que nadie podrá amarla como yo lo hago. Nadie podrá desearla como yo lo hago. Es físicamente imposible. Venecia ha tenido mi corazón bajo su resguardo desde la primera vez que la vi.
Solo espero no equivocarme.
–Eres mi debilidad, Venecia Messina –susurro antes de acercar su boca a la mía.
En cuanto nuestros labios se tocan entiendo por qué siempre la quise a ella.
Esto se siente correcto y adictivo. Muy adictivo. Venecia es una droga de la cuál nunca tendré suficiente.
Su boca se abre en un jadeo cuando mis dedos se enredan en su hermoso cabello. Meto mi lengua en su boca y pruebo cada centímetro de ella. Su sabor se ancla en mi sistema y revive partes que pensé, estaban muertas.
Gime en mi boca cuando succiono la punta de su lengua.
Mi cuerpo reacciona a su sabor y a su calor, y antes de darme cuenta estoy caminando con ella hasta su escritorio. Tomo su cintura y la subo sobre la superficie de madera.
Venecia abre las piernas, enseñándome sus bragas negras con encaje, mientras sus labios se elevan en una sonrisa tan sexy, que tengo que alcanzarla por otro beso.
–Me gusta como usas tu lengua –susurra.
–No has visto nada –gruño antes de acariciar su muslo con mi mano.
–Tócame –exige.
–Es lo que estoy haciendo –devuelvo.
Bajo una parte de su vestido para dejar su hombro al descubierto. Beso la piel que encuentro y sonrío cuando vuelve a gemir.
–No sabía que el hombro podía ser una zona erógena –susurra entre suspiros.
–Cada parte de tu cuerpo lo es, y te lo demostraré.
Y maldita sea, disfrutaré enseñándole.
Beso su clavícula y luego succiono la tierna piel de su cuello.
Sus uñas se clavan en mi nuca. –Quiero que me toques siempre así. Quiero que me toques por todas partes.
Acaricio el interior de su muslo y tiemblo contra su cuerpo cuando descubro lo mojada que están sus bragas.
–Si no estuviéramos en la oficina ahora… –siseo cuando mi cuerpo duele por tenerla.
–No me importa. No necesito una cama. Te necesito a ti. Me tienes goteando desde la mañana que desperté en tu departamento.
–Pues tú me tienes duro desde el matrimonio de Alek –suelto. Tomo su barbilla y la acerco a mi boca–. Quizá debería hacerte esperar.
Entierra sus uñas en mi barbilla, y baja mi rostro al suyo. Sus ojos dilatados me miran con deseo y una pizca de miedo.
–Ni se te ocurra.
Sonrío ante la hermosa visión de la mujer frente a mis ojos. Me desea. Venecia me desea.
Muevo sus bragas a un lado y acaricio la piel inflamada y necesitada con mis dedos.
Venecia jadea y se aferra a mis hombros con violencia.
–¿Quieres más?
Asiente con desesperación.
Juego con su montículo hasta que un grito es arrancado de sus labios.
Capturo sus labios en un beso hambriento al mismo tiempo que me entierro en la calidez de su cuerpo.
Siseo cuando siento como sus paredes se aferran a mis dedos. Mi polla duele tan mal, que suelto un gruñido en su boca.
–Me estás volviendo loco.
Mis dedos son succionados y apretados dentro de su cuerpo y juro que puedo sentir eso en la parte que más duele por ella.
Muerde mi labio inferior. –Esto se siente tan bien.
Acelero mis caricias, bombeando y tocando el punto que la hace jadear por aire.
–¿Te gusta?
Asiente entre jadeos. –Sí. sí. Oh, sí.
Acerco mi boca a su oreja y paso mi lengua, siguiendo su forma, antes de hablar. –Imagina cómo se sentirá mi polla en tu coño.
Venecia se deja ir en un grito que amortiguo con un beso. No quiero que nadie pueda escuchar a mi mujer llegar al orgasmo, eso solo lo quiero para mí.
–Venecia, por favor, dile a Mauro que Vanity lo está esperando en su oficina.
La voz de Bianca suena por el interfono, enfriándonos a ambos.
Mierda. Vanity.
La culpa invade el precioso rostro de Venecia.
–Oh –susurra–. Me olvidé de Miss Piernas.
Beso la punta de su nariz, y luego llevo mis dedos a mi boca y pruebo la dulzura de su calor.
–No puedes ir a hablar con ella oliendo a mí –dice mortificada.
Lamo hasta la última gota de mis dedos.
–Solucionado.
–¿Qué vas a decirle? –pregunta mientras sus manos ordenan mi camisa. Camisa que ella misma arrugó cuando me sujetaba.
–La verdad.
Su ceño se arruga. –¡No le vas a decir lo que acabamos de hacer!
–No. No soy un canalla.
Me abraza con fuerza con sus piernas y brazos. –No quiero que tengas que verla, ¿qué tal si te saluda con un beso?
–¿Celosa?
–¡Pues sí! –suelta molesta–. No quiero sus piernas cerca de ti. Ni esa boca operada cerca de tus labios.
–No es operada –le aclaro.
–¿Ni siquiera sus pechos? –pregunta apuntando los de ella.
–No.
–Pero, que perra. La odio. Odio que sea tan perfecta y amable. Odio que ella haya estado en tu cama –masculla.
Mi corazón comienza a latir más rápido dentro de mi pecho ante su confesión. Mi hermosa niña está celosa.
Enredo mis dedos en su cabello y la obligo a mirarme.
–No importa quien haya estado en mi cama, lo único que importa es que tú estarás en ella –digo con firmeza–. Piensa en todas las cosas que haremos juntos –suelto antes de alejarme.
Tengo que hablar con Vanity si quiero volver a los brazos de Venecia.
Y quiero hacerlo, cuanto antes pueda tenerla en mi cama, mejor.
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