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6.2
Amy entró despavorida al edificio departamental donde residía Aidan y aporreó la puerta sintiéndose igual que un pequeño ratoncillo inútil. Era una estúpida. Había corrido de un lugar a otro obviando la existencia de los medios de comunicación modernos. Aidan tenía teléfono, correo electrónico y a ella no se le ocurrió utilizar ninguna de esas opciones.
Pronto sus manos dejaron de golpear la sólida superficie de la puerta, cayendo sobre los pectorales de su amigo. Se dio tiempo de reconocer los contornos musculares y se sonrojó levantado la mirada a Aidan, olvidando instantáneamente el motivo de su visita.
—¿En qué lio te metiste ahora? —gimió Aidan, acariciando la sucia mejilla de la chica.
—Mi laboratorio explotó —confesó Amy con un par de lágrimas cristalizando su límpida mirada azul.
Aidan gruñó asomando la cabeza por ambos lados del pasillo, notando el terreno despejado. Con una expresión imperturbable en el rostro, rodeó los hombros de Amy con el brazo y la introdujo rápidamente a su departamento. Se encontraba solo en casa y no quería que los vecinos comenzaran a rumorear tonterías.
Una vez adentro, Amy apoyó la cabeza en su pecho y Aidan observó unos desagradables corazoncitos efervescentes pululando a su alrededor. Todavía era difícil asimilar que su mejor amiga era una bruja que además creía estar enamorada de él.
—¿Quieres algo de beber?
—Una soda estaría bien —respondió Amy, encogiéndose de hombros mientras seguía a Aidan a la cocina.
Él le entregó una lata de Coca Cola a Amy, extrayendo un cartón de leche para sí mismo del frigorífico. En otra situación, Amy habría pensado que Aidan era un bárbaro por beber directo del cartón y vestir igual que un indigente, pero en ese momento le parecía sumamente encantador. Sus gafas se deslizaron por su nariz y recuperó la compostura con un carraspeo.
Aidan levantó una ceja, obviando el molesto tic tac del reloj en forma de gallina que descansaba encima de la mesada.
—¿Qué? —instó.
Amy pegó un respingo. Se había olvidado de lo mal humorado y grosero que podía llegar a ser Aidan cuando se impacientaba.
—¿Cuándo fue la última vez que te diste un baño? —preguntó, fijándose en las manchas de chocolate que adornaban la camiseta y mandíbula de Aidan.
Él arrugó el gesto pasándose una mano por su cabello desordenado y su escasa barba en crecimiento.
—¿El lunes? —respondió, tratando de recordar si estaban en día sábado o domingo.
—Del mes pasado —bufó Amy, apoyando sus caderas en el fregadero—. Pareces una mujer deprimida. Aseguro a que te dedicas todo el día a rascarte la barriga en el sofá y comer hasta reventar mientras miras Discovery Home and health.
Aidan frunció el ceño, ligeramente ofendido.
—No tengo barriga y tampoco miro Discovery —refunfuñó bajando la mirada a sus tobillos cruzados—. He comenzado a mirar History, pasan programas muy buenos. ¡No puedo creer de lo que me estaba perdiendo!
—¡Ew! Pasan puras ñoñerías —exclamó Amy, rodando los ojos—. Ahora que recuerdo, no asististe a nuestra última reunión y Jared dice que dejaste un par de trabajos pendientes.
—Dile a ese cabrón que lo descuente de mi sueldo —gruñó arrojando al basurero su cartón de leche vacío. Abrió el horno microondas y dio un mordisco enorme al emparedado de jamón que su madre había preparado antes de irse.
Amy observó con repulsión las gotas de mostaza que cayeron sobre la amarillenta camiseta de Aidan.
—Estás insoportable.
—Y tú eres tonta. ¿Cómo demonios sobreviviste a la explosión de tu laboratorio? Te he dicho cientos de veces que no es conveniente que duermas con un montón de pociones inflamables en tu habitación. O en todo caso, que uses magia sin saber dominarla realmente.
El rostro de Amy se contrajo al borde del llanto, Aidan tenía toda la razón.
—Está bien, pero no me grites.
—Lo siento.
—¿Recuerdas que te comenté algo sobre mi nueva compañera de habitación?
—Creo que mencionaste algo —mintió Aidan, no recordaba ninguna conversación con nadie desde hacía semanas.
Amy sonrió.
—A qué no adivinas de quién se trata —tarareó ilusionada.
—Oh, Dios mío. No de nuevo —se lamentó el chico, arrojando las sobras de su emparedado al triturador—. ¿Cuándo demonios aprenderá Alicia Johnson que ya no es una adolescente? Es aterrador tenerla con nosotros en clase acosando a los profesores.
Amy se echó a reír.
—No, por supuesto que no es ella. Mi tía Alicia va a casarse con un tal Edward Green el próximo mes —informó la rubia, colocando sus manos en los hombros de Aidan—. Se trata de la hermanita del tipo.
—Carrie —jadeó Aidan.
—Carrie —confirmó Amy.
Aidan se recostó en el fregadero con la cabeza entre sus manos.
—Mierda, no.
—Demonios, sí —se burló Amy, golpeándole el brazo—. Creí que te alegraría la noticia.
—¿Estás loca? En cuanto Carrie me vea, me odiará para siempre —gimió—. ¿Tienes idea de cuántas veces he salido de mi casa dispuesto a contarle la verdad porque no soporto tenerla lejos?
Amy tamborileó los dedos sobre su mentón.
—Muchas, pero nunca pasas del ascensor porque temes que ella no te perdone —contestó Amy con una petulante sonrisa sabionda curvándose en sus labios.
—A veces, me haces sentir miserable —susurró Aidan, arrastrando los pies hasta su habitación.
Amy le siguió, sacudiendo la cabeza por el cuchitril en el que Aidan se atrevía a dormir.
—Oh, vamos. Te conozco muy bien que es diferente —dijo Amy, sentándose en la espalda de un miserable Aidan que yacía moribundo en su cama—. Sin embargo, nunca te había visto tan mal por una chica. La maldita poción debe ser permanente.
Aidan hundió el rostro en su almohada.
—Carrie tiene una magia muy especial. Es adorable… —le corrigió—. Estoy jodido. Merezco todo lo que me está sucediendo.
Amy tomó una respiración profunda dejando reposar su cuerpo sobre el de Aidan.
—Prométeme una cosa —pidió, acariciando las orejas de Aidan. Solía hacer lo mismo con Copito.
—Por supuesto que te llamaré cuando me largue de la ciudad —lloriqueó Aidan.
—No seas un idiota extremista —le regañó Amy—. Tengo un plan, estoy segura que mi tía estará dispuesta a ayudarnos.
—No más mentiras —gruñó Aidan—. Quiero recuperar a Carrie, sí. Pero no me gustaría mentirle de nuevo.
—Todo en este mundo es una mentira, querido Aidan. Lo importante es que tu amor por ella, no lo sea. —Se quedó mirando el techo olvidándose de lo que le haría prometer a Aidan y cerró los ojos. Ella sabía que siempre serían amigos.