¿Qué harías si un día te enteras que tu vida es una farsa? Estás viviendo tu vida de forma normal, pero de pronto un hombre irrumpe y te cuenta una historia, que francamente parece salida de una película. ¿Le creerías?
¿Lo ayudarías sabiendo que es un peligroso criminal y que tu vida correrá peligro? Peor aún, ¿lo ayudarías al saber que es tu corazón el que podría salir dañado permanentemente?
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Christian
No sé qué es peor, la incomodidad, el dolor, duele como el maldito demonio, o el no poder acompañar a mi hermano a arruinarle la fiesta a Los Toros, lo que definitivamente me entretendría, pero vuelvo a mis puntos anteriores. No puedo hacer nada mientras esté en esta situación. Trato de acomodarme y un dolor atraviesa
mi pierna y brazo. Espero sanar pronto, me estoy perdiendo toda la acción.
Lo único bueno de estar así es que podré estar con Alex por un buen tiempo. El sólo hecho de pensar en ella, me enciende. Me remuevo y el dolor vuelve a atravesarme. No sé qué me pasa, lo único que sé es que la chica me atrae y mucho. No quiero que mi hermano se dé cuenta, pero sé que lo sabe por su advertencia. Es desquiciante, el hombre me conoce mejor que yo mismo.
Me pregunto que se sentirá besar esa boca y esa lengua tan viperina. ¿Cómo será en la cama? ¿Será una pelea con ella ahí también? Mi pantalón se siente incómodo ante la visión de Alex en mi cama. Esto apesta.
Mi hermano me contó que la hija del Emperador le dijo toda la verdad a Alex. Estoy orgulloso por como lo tomó. La chica es dura, mi tipo de mujer.
Me pregunto si a ella le pasarán cosas conmigo, mis instintos me dicen que sí. Creo que le provoco algo aparte del mal humor. Sonrío cuando recuerdo nuestras guerras en el hospital. Las mujeres en mi vida siempre han sido sumisas, no me contradecían en nada, constantemente hacían lo que les pedía por más estúpido que sea. Al
tiempo eso pierde el interés, ya que no supone ningún esfuerzo, pero sé que con Alex no será así. Es una mujer que no le gustan que la posean, y mucho menos acatar órdenes de un hombre y eso hace que la desee más.
Me distraigo cuando escucho ruido afuera de la casa. Llegaron. Trato de parecer despreocupado y nada ansioso, lo que es difícil porque quiero voltear para verla. Escucho que mi hermano le explica a Alex la distribución de la casa y la ayuda con sus cosas. No me gusta que esté tan cerca de ella y odio cuando la escucho reírse por una estupidez que dijo Christopher. Quiero ser yo quien la haga reír. Si me pudiera parar de aquí le haría saber a mi hermano que
retroceda, que esa mujer es mía.
Luego de un momento, cuando los celos me dejan tiempo para pensar, recuerdo que mi hermano tiene algo con Jess. No sé qué será, pero sé que desde el momento en que vio su foto, no es el mismo. Recuerdo esas semanas que la vigiló. Salía muy temprano y volvía bien tarde, cada día lo notaba más feliz. Si hasta sonreía solo.
Patético.
Al fin mi hermano se despide y se dirige a la puerta, Alex por su parte se me acerca y lo primero que sale de esa boca es un reclamo.
–¿Se puede saber qué diablos haces acá? No puedes tener la pierna así, debe estar en alto –masculla furiosa–. Tienes que descansar. A tu habitación –ordena.
Muchas imágenes de ella, desnuda en mi cama, aparecen en mi mente. Muevo mi cabeza para alejar esos pensamientos.
–Me voy a instalar donde quiera, no eres mi jefa. De hecho, es justamente al revés, princesita –respondo, pretendiendo estar enojado, para distraerla con una pelea y que no se percate del acusador bulto en mi pantalón.
–Lo siento, niño mimado, pero si crees que por el accidente en el hospital recibirás un trato especial estás equivocado –réplica con las manos en jarra sobre sus caderas. Diablos, se ve muy linda cuando se enoja.
–Bien –espeto, no quiero seguir discutiendo con ella, porque sólo me enciende más. Me paro como puedo del sillón y ella comienza a subir y bajar el pie de forma ruidosa para demostrar su molestia.
–¿Qué te dije recién? No puedes hacerlo solo. –Se acerca a mí y se pone debajo de mi brazo, yo paso el mío por arriba de sus hombros. Mierda, su olor me provoca aún más, me recuerda a vacaciones, playa y sol. Me sostiene de la cintura y me ayuda a caminar hacia mi dormitorio. Quema donde me toca.
Miro su rostro, y se ve acalorada, espero que sea por mí y no por el esfuerzo de llevarme.
Llegamos a mi habitación y me ayuda a sentarme. Cuando se inclina la observo directo a esos ojos color miel, y me siento vulnerable. Es como si pudiera ver a través de mí. Me gustaría saber qué pasa por esa loca cabeza. Si tan sólo se acercara un poco más, podría besarla, pero cierra los ojos y sacude su cabeza antes de alejarse.
Me ayuda a subir las piernas a la cama y toma un aparato que compró Christopher, lo instala y sube mi pierna sobre él. Se acerca a mi velador y revisa los medicamentos, está extrañamente silenciosa. Sonrío, sé que le afecto.
–¿Por qué estos remedios se encuentran sellados? –pregunta.
–No me gusta tomar remedios, es para cobardes –digo porque es verdad, no me gusta ocultar el dolor, además me adormecen.
–Lo siento, pero tendrás que tomarlos.
–No –digo porque me gusta llevarle la contraria.
–O te los tomas por las buenas o lo harás por las malas –amenaza. Niego con la cabeza y ella resopla ofuscada.
Se aleja de mi habitación, y creo que la escucho en la cocina. Al minuto vuelve con un vaso de agua y lo deja en el velador. Abre una caja de analgésicos y me pasa una pastilla blanca, yo niego y aprieto mis labios. Sé que es infantil, pero quiero ver hasta dónde llegamos con este juego.
–Ok, tú te lo buscaste –dice.
Toma la pastilla y la mete a la fuerza en mi boca, y ya que tengo un brazo malo y no la quiero lastimar, no es mucho lo que puedo hacer. Acerca el vaso con agua y yo desvío mi cara. Esto es entretenido, sobre todo el ver lo enojada que está. Presiona mis mejillas con sus dedos y hace que abra la boca, vierte un poco de agua, no dejándome otra alternativa que tragar.
El ver su mirada de suficiencia me vuelve a encender, es casi doloroso. Me gustaría tomarla ahora mismo, y ya que mi hermano y mis primos no están, no hay nadie que nos pueda interrumpir. Sin embargo, sé que no podría hacerlo debido a todo este aparataje, y eso me pone furioso.
–Está bien, ganaste, princesa –concedo–. Pero que conste que no los necesito, puedo soportarlo. He aguantado cosas peores –termino. Me mira con curiosidad, y sé que quiere preguntar, pero se contiene.
Lleva el vaso de vuelta a la cocina, lo que me da la oportunidad de observar y apreciar su cuerpo cuando camina. Es perfecta, tiene curvas justo en dónde vuelven loco a un hombre. Como me gustaría verla sin ropa, mataría por ello.
El pensamiento deprimente de que una mujer como Alex de seguro debe tener un hombre en su vida, cruza mi mente. Nunca le he preguntado. Espero que no, porque puedo ver que no es de esas chicas que engañan a sus parejas. Me pregunto cuántos hombres habrá tenido en su vida. Siento celos de pensar que alguien la ha tenido como yo sólo lo he hecho en pensamientos y en mis sueños. Siento una furia tal, que quisiera matar a cualquier hombre que alguna vez la tocó. Eso me calmaría y disfrutaría verlos exhalar su último aliento, lo que es un plus.
Alex vuelve y se sienta a mi lado en la cama, mirándome fijamente a los ojos.
–Tengo que cambiar tu venda de la cabeza y el cabestrillo del brazo –dice muy seria, está en plan trabajo. Asiento y veo que tiene una especie de maletín en sus piernas del que saca gasas, vendas y unas pinzas–. Si los puntos están secos hay que retirarlos. Te aplicaré anestesia si es necesario –explica y comienza a trabajar.
Sus manos son gentiles, no siento dolor, sólo excitación de tenerla así de cerca. Creo que ella es la mejor anestesia.
Saca la venda con cuidado. Se detiene y revisa los puntos.
–Sí, están secos, podremos sacarlos. ¿Quieres anestesia? –pregunta.
–No, puedo soportarlo.
Asiente.
Se pone unos guantes, toma las pinzas y una clase de tijeras con una punta curva y fina, y luego la siento trabajar. No es doloroso, más bien todo lo contrario, su esencia y su cercanía no dejan que me concentre en lo que hace.
–Listo –susurra y parece extraño que haya sido tan rápido. Me limpia con una gasa y un líquido de color rojo oscuro–. Te voy a dejar una venda nueva, mañana la reviso y si está todo bien, la saco –explica y yo le sonrío, porque ya me tiene loco con venda y todo.
Saca la venda con mucho cuidado, luego toma mi camisa y empieza a desabrochar los botones. Me tenso y un gruñido escapa de mis labios. Alex me mira, pero no dice nada. Noto que sus dedos tiemblan un poco, lo que me tranquiliza. Saca mi camisa y se detiene mirando mi abdomen, sus ojos brillan con deseo o al menos eso quiero creer. Mi cuerpo está a mil, y mi pantalón encoge un par de tallas.
Traga saliva y cierra los ojos, luego de un par de segundos los abre con determinación.
Alex saca el cabestrillo de plástico que tengo en el brazo y toma el que dejó a los pies de mi cama. Lo cambia y sonrío cuando veo que trata de tocarme lo menos posible.
Miro sus hermosos ojos castaños, añorando lo que veo en ellos. Alex alza su rostro. Estamos tan cerca que nuestras narices casi se tocan.
Al demonio, decido arriesgarme. Tomo sus rizos castaños entre mis dedos, la acerco a mis labios y la beso.
Mierda.
Se siente tan bien que todo mi cuerpo reacciona a su contacto. Mis dedos se pierden en su cabello y la acerco más. Gime en mi boca y yo aprovecho de meter mi lengua en la suya. Gruño en respuesta. Su boca es tan dulce que es casi ridículo.
Rápidamente nos perdemos en el beso.
Saqueo su boca con mi lengua, probando cada recoveco de ella, necesitando penetrar más profundamente en su sabor. Alex suspira y se retuerce. Como me gustaría tener mis dos brazos sanos para tomarla y sentarla sobre mí. Maldita sea, como me gustaría hacer eso.
Me alejo de sus labios y beso su hermoso cuello. Su perfume me golpea y me nubla la razón. Lo único que puedo hacer es pensar en Alex y lo que me gustaría hacerle. Sus deliciosos gemidos me están volviendo loco. Necesito escucharla gritar mi nombre al borde del orgasmo.
Mi cuerpo arde, toda la habitación lo hace, ¿qué mierda está pasando?
Estoy pensando en sacrificar mi brazo y levantarla, cuando su celular suena, haciendo que la razón se apodere de ella. Se separa de mí y me mira con tensión en cada uno de sus bellos rasgos. Está molesta, y si la conozco bien, diría que está furiosa con ella misma.
Se pone de pie, alejándose un paso de la cama. Me enfurezco por no poder retenerla a mi lado.
–Esto no puede volver a pasar –dice–. Tú eres mi paciente –me recuerda y sé que habla en serio.
Tendré que encontrar la forma de hacerle cambiar de parecer. La necesito urgentemente.
Ve su celular y responde.
–Hola, Jess, ¿qué pasa? –Escucho–. No, amiga, lo siento no está aquí.
Le debe estar preguntando por mi hermano.
–Espera, ¿quiénes son Los Toros? –Demonios, apuesto que Christopher no le comentó sus planes a Jess–. Salió apenas llegué. Estoy con él, le preguntaré y te llamo –dice y corta.
–¿Qué es lo que está pasando? Sea lo que sea me lo dices ahora. Jess está preocupada porque tu hermano no le contesta y cree que pudo haber tenido un problema con unos Toros, Bueyes o algo así. ¿Sabes algo?
La miro y sé que no se quedará tranquila hasta que le diga la verdad. Más me vale hablar.