Un Príncipe En Mi Habitación

El almuerzo fue en un restaurante discreto y elegante, no muy lejos de la empresa. Arianna había elegido ese lugar adrede, sabiendo que Caleb se sentiría más cómodo en un espacio con iluminación natural, música suave y pocos clientes a esa hora del día. A pesar de todo, él seguía observando cada rincón como si fuera la primera vez que veía una silla o una copa de cristal.

Mientras comían, Caleb experimentaba una mezcla de asombro y cautela. Los cubiertos eran un reto, pero los utilizó imitando a Arianna. Probó cada plato con curiosidad infantil, desde el pan con mantequilla hasta una sofisticada pasta con salsa cremosa.

— Este alimento… —dijo Caleb, degustando un trozo de ravioli— no se parece en nada a lo que se sirve en los banquetes del castillo.

— Me imagino. —Arianna sonrió, viendo el brillo en sus ojos—. ¿Qué comían allá?

— Mucho estofado, pan rústico, caza... Y frutas del huerto de mi madre. —Guardó silencio por un momento—. Aunque creo que esto me gusta más… aunque no sé si todo lo que hay aquí sea comida o hechicería.

— No te preocupes —dijo Arianna entre risas—, todo es comestible. Y prometo que no te estoy envenenando.

Después de pagar la cuenta, salieron del restaurante y ella lo llevó a su departamento. El trayecto fue tranquilo, Caleb ya se sentía más confiado dentro del auto, aunque no dejaba de mirar por la ventana con ojos llenos de preguntas. Cuando llegaron al edificio y subieron en el ascensor, él apenas se sostuvo del pasamanos mientras el aparato ascendía.

— Este castillo tiene magia propia… —murmuró.

— No es un castillo, Caleb. Es un edificio de apartamentos. Ya verás.

Al ingresar al departamento, Caleb se quedó en el umbral, observando con atención cada rincón. El lugar era moderno, decorado con buen gusto, y una inmensa cristalera ofrecía una vista espectacular de la ciudad. Las luces de los edificios cercanos comenzaban a encenderse mientras el sol descendía lentamente. Caleb avanzó despacio, con la expresión de quien pisa tierra sagrada.

— Este será tu lugar por ahora —dijo Arianna, dejando las bolsas con las cosas que habían comprado sobre el sofá—. Tienes todo lo que necesitas y yo estaré cerca.

Él la miró con el ceño levemente fruncido.

— ¿Tú no te quedarás aquí?

— No esta noche. Debo volver con mi padre. Aún no podemos quedarnos en su casa… y debemos descubrir cómo llegaste aquí y por qué. Pero tranquilo, volveré esta misma noche o a primera hora mañana. No te voy a dejar solo por mucho tiempo.

— ¿Y si te necesito? Este mundo es inmenso… y extraño. ¿Y si me pierdo o...?

— Shh... —Arianna se acercó y le apoyó una mano en el hombro—. Estás a salvo, Caleb. No estás solo. Solo intenta descansar, explorar un poco, leer si quieres. Hay libros, televisión, comida. Este lugar está hecho para ser un refugio. Confía en mí, ¿sí?

Caleb asintió lentamente, aún sin quitar la vista de la ventana. La ciudad se desplegaba como un océano de luces, de sonidos lejanos, de vehículos moviéndose como insectos de fuego.

— Debe ser difícil gobernar este reino —dijo de pronto.

Arianna se rió mientras dejaba su bolso sobre la mesa.

— En realidad no lo gobierna una sola persona. Tenemos un presidente y varios políticos que lo ayudan a tomar decisiones.

— ¿Presidente? ¿Políticos? —repitió Caleb, confundido—. ¿No hay un rey?

— No exactamente. Aquí, el presidente es elegido por el pueblo mediante votaciones. No hereda su puesto como un rey.

— Pero… ¿cómo saben que hará lo correcto si no proviene de un linaje noble?

— No lo saben. —Arianna se encogió de hombros—. Confiamos. Algunos mienten para llegar al poder y después se olvidan de todo lo que prometieron.

— Eso es de bárbaros —declaró Caleb, ofendido—. El linaje revela mucho del carácter de un hombre. Si su padre fue sabio y justo, es probable que él lo sea también.

— Aquí creemos que todos merecen una oportunidad, vengan de donde vengan. Y los políticos… bueno, muchos se parecen al presidente, pero están más ocupados en sus propios intereses. Algunos incluso sabotean al gobierno.

— ¿Y aun así el reino prospera?

— Gracias a la gente común. Los trabajadores, los médicos, los maestros, los empresarios… Ellos son quienes hacen que este mundo funcione. No el presidente ni los políticos.

Caleb asintió lentamente, intentando procesar tanta información nueva. Luego suspiró.

— Este mundo es más complejo de lo que parece.

— Créeme, aún no has visto nada —sonrió Arianna.

— Ya no hablemos de eso. Dime, ¿cómo te sientes? Todavía no te has recuperado de tu accidente, y me gustaría revisar tus heridas.

Caleb parpadeó, como si recién recordara lo que había ocurrido. Con cuidado, levantó su camiseta. Arianna lo ayudó a quitarse la venda del abdomen. Ambos quedaron en silencio al ver que la piel estaba completamente curada. Donde antes había una profunda herida, ahora sólo había una cicatriz fina, apenas visible. Los moretones en sus costillas habían desaparecido por completo.

— Esto es… imposible —murmuró Arianna, acercándose con cautela, tocando con los dedos la piel tersa—. Caleb, esto estaba abierto ayer. Aún sangraba.

— ¿Esto es normal en tu mundo? —preguntó él con expresión desconcertada.

— No. Definitivamente no es normal.

Ella lo examinó con mayor detenimiento, como si no pudiera creer lo que veía.

— Caleb… ¿en tu mundo la gente sana así de rápido?

— Algunos guerreros… sí. Pero no tan rápido. Tardamos días, a veces semanas. Esto fue en menos de veinticuatro horas.

— ¿Tal vez… es parte de lo que te trajo aquí?

— ¿Quieres decir que esta magia, este viaje… cambió algo en mí?

— Puede ser. O tal vez… ya eras así y aquí es más evidente. —Arianna lo miró a los ojos—. ¿Hay algo que deba saber?

— No lo sé. Solo soy el segundo hijo del rey. Mi hermano heredará el trono. Yo fui entrenado como soldado, como protector. Pero… esto… —volvió a tocar su abdomen con una mezcla de reverencia y temor— esto es nuevo incluso para mí.

Arianna se quedó en silencio, procesando la situación. Aquello iba más allá de cualquier teoría racional. ¿Un viajero interdimensional con habilidades sobrehumanas? ¿Un príncipe de otro mundo con una recuperación milagrosa? Nada tenía sentido, y sin embargo… ahí estaba él, frente a ella, respirando, viviendo, sonriendo.

— Descansa —dijo al fin—. Yo me ocuparé de investigar esto. Mañana hablaremos con un amigo mío que trabaja en biogenética, y veremos si encontramos algo anormal en tus células.

— ¿Tus sabios también investigan la sangre?

— Sí, aunque aquí les llamamos científicos.

— Este mundo tuyo no deja de sorprenderme.

— Y el tuyo a mí.

Ambos sonrieron con complicidad. Caleb se sentó junto al ventanal, observando cómo la noche caía sobre la ciudad. Arianna se detuvo por un momento antes de marcharse, observándolo con ternura. Había algo en él que la conectaba con un destino que aún no comprendía… pero que ya empezaba a aceptar.

— Hasta mañana, Caleb.

— Que los dioses te protejan, Arianna.

Ella sonrió. Aquel saludo, tan ajeno y antiguo, le pareció más cálido que cualquier despedida moderna. Cerró la puerta con suavidad, dejando atrás al joven que no pertenecía a su mundo… y sin embargo, cada vez más, parecía formar parte de él.