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LO Difícil De Amar

LO Difícil De Amar

Status: En proceso
Genre:Amor-odio / Diferencia de edad / Mujeriego enamorado
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Ella tiene 17, él 25.
Ella quiere vivir, él quiere estabilidad.
Ella apenas empieza, él ya está listo para formar una familia.
No tienen nada en común... excepto lo que sienten cuando se miran.

Lía no está buscando enamorarse. Oliver no puede permitirse hacerlo. Pero el destino no siempre pregunta.
Un roce de manos, una conversación a medianoche y el miedo de amar cuando no se debe…
Una historia dulce, intensa y real sobre el amor que llega en el momento menos adecuado… o tal vez, en el más perfecto.

NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 23

Oliver… ¿en qué momento del día es que vas a dejarme tranquila?

Te juro que ni en matemáticas, ni en literatura, ni en la hora del almuerzo me das paz. No sales de mi cabeza. Estás ahí, metido entre mis pensamientos como un tonto himno pegajoso que se repite y repite todo el día.

Y lo peor es que no quiero que se me quite.

Me gusta que estés ahí.

Caminaba con una sonrisa boba hacia mi casillero. Solo quería guardar mis libros y buscar los del siguiente bloque, aunque, para ser honesta, ni me acordaba qué tocaba. Estaba tan distraída pensando en la última vez que lo vi… en su mirada… su olor… su voz llamándome “amorcito” que casi me tropiezo con alguien.

Y claro, tenía que ser él.

Jonas.

El insistente. El “te quiero, te extraño, te sueño” desde que comencé secundaria. Y no en plan lindo. En plan obsesivo.

Estaba parado frente a mi casillero, como si fuera el protagonista de una novela de suspenso y me esperara para una gran revelación.

Pensé en devolverme. Girar y correr. Pero me había visto ya era tarde, ya habia tropezado con el

—No, no te vayas… tengo algo importante que decirte —dijo, nervioso, con su mochila medio colgando del hombro.

Solté un suspiro, ese tipo de suspiro que sale desde el alma cansada de vivir lo mismo.

—Mira, Jonas, si vienes a decir que me amas otra vez o que soñaste con nuestra boda en la playa…

—¡No es eso! —me interrumpió rápido, como si le doliera oírlo—. Vengo a decirte que ya me resigné. Que está claro que no te gusto, y… solo quiero ser tu amigo.

Me quedé muda un segundo.

—Oh…

Fue lo único que se me ocurrió decir.

—Eso es… buena decisión —añadí, un poco incómoda—. Aunque no sé si pueda verte como amigo, Jonas. Pero bueno… así es la vida, hay que ser conforme.

Le di dos toquecitos secos en el hombro y me acerqué a mi casillero. Quería salir de esa escena como fuera. Cambié mis cuadernos con la rapidez de una ninja.

Pero, como si la telenovela estuviera escrita por los dioses del caos… apareció el otro.

Alexander.

El molesto, cínico, confiado y también extraño. El que dice no estar interesado, pero que no deja de mirarme. El mismo que me hizo una escena para invitarme al baile como si fuera una película de Disney.

—¿Y tú qué quieres? —le solté, cansada.

—Yo nada —respondió con una media sonrisa, esa que usa cuando sabe que me irrita.

—¿Entonces por qué me sigues?

—No te estoy siguiendo —dijo, tan descarado como siempre.

—¿Ah no? ¿Y qué haces aquí?

—Recuerda que tú y yo tenemos clases en el mismo salón —me dijo, cruzado de brazos, con orgullo.

Y claro… tenía razón.

No dije nada. Entré al aula como si nada, y busqué sentarme lejos de él. Afortunadamente se distrajo con unos chicos con los que se ha hecho amigo y me dejó respirar. Me senté, y justo cuando iba a abrir mi cuaderno, sentí el celular vibrar.

Lo miré, y no pude evitar sonreír.

Oliver.

Oliver: Espero que la niña más linda de la escuela pase un hermoso día hoy.

Mi corazón dio una pirueta.

Yo: Espero que al italiano más guapo de su trabajo lo traten suave el día de hoy.

Oliver: Ya quiero verte, preciosa.

No me dio tiempo de responder. El profesor entró con cara de amargado y todos tomamos posición de “alumnos responsables”.

Más tarde…

El sol ya comenzaba a esconderse. Salía de clase algo cansada, con mi mochila medio colgando y las piernas pesadas de tanto subir escaleras. Me frotaba el cuello cuando vi algo que me hizo detenerme en seco.

Oliver.

Parado en la entrada, con una camiseta blanca, jeans oscuros y ese aire despreocupado que lo hace tan… irresistible.

Mi corazón latió tan rápido que por poco salgo volando.

—¡Lía! —gritó mi nombre con esa voz suya que me hace querer correr y abrazarlo.

Corrí.

Y me lancé a sus brazos. Él me recibió con una sonrisa cálida y me abrazó fuerte, como si también me hubiera extrañado muchísimo. Me besó la sien.

—¿Tú qué haces aquí?

—Vine a ver a mi persona favorita —respondió con esa sonrisa torcida que lo hace ver aún más guapo.

Pero la escena idílica no duró mucho.

El universo dijo: “¿Felices? No tanto.”

Apareció Jonas

Como un vendaval torpe, celoso y furioso. Caminó directo hacia nosotros, casi tropezando con sus propias emociones.

—¿Y este quién es? —dijo tartamudeando, con los ojos encendidos.

No que dijo que se iba a resignar, ya le estaba creyendo.

—Jonas, no —le dije, cansada—. No empieces.

—Quiero saber quién es este tipo —insistió, señalando a Oliver como si estuviera atrapando a un ladrón.

Oliver lo miró confundido, luego me miró a mí.

—¿Qué está pasando?

—Nada, amorcito —le dije, sin pensarlo dos veces—. Solo haz algo por mí.

—¿Qué?

—Bésame.

—¿Qué?

—Bésame —repetí más bajito.

Oliver sonrió, divertido, con los ojos brillantes.

—Como quieras.

Y sin más, me tomo de las mejillas sosteniendo mi rostro y me besó.

No fue un beso cualquiera. Fue suave, lento, dulce… como si dijera en silencio todo lo que ninguno de los dos había querido decir en voz alta.

Mis piernas temblaban. Pero mi corazón… volaba.

Cuando nos separamos, Jonas había desaparecido como por arte de magia.

Y Alexander… bueno, estaba en una esquina tragándose la escena en silencio.

—¿Vámonos? —preguntó Oliver con una sonrisa y sus labios llenos de mi glos rosita que me habia puesto minutos antes de salir en el baño.

—Por favor.

Él me tomó de la mano mientras caminábamos hacia el coche. Mis dedos encajaban con los suyos como si hubieran sido hechos para eso. Me gustaba esa sensación: la de estar con él, la de saber que me elegía incluso cuando tenía mil cosas que hacer.

Durante el trayecto casi no hablamos. Íbamos escuchando música bajita, y aunque todo estaba en silencio, no se sentía incómodo. A veces, estar con alguien en silencio es una forma de conexión más fuerte que mil palabras.

—Bueno… —dijo cuando el coche se detuvo frente a mi casa. Apoyó los brazos en el volante y me miró de reojo con esa sonrisa que me derrite el corazón—. Oficialmente desperdicié mi hora libre comiendo y de camino a tu escuela, no tenía que comer nada. Me quedan exactamente… —miró el reloj—. Trece minutos y medio para volver a la oficina antes de que mi jefe me odie.

Solté una risa.

—Nadie te obligó —le dije, divertida.

—¿Estás diciendo que no valió la pena? Porque, para mí, valió cada maldito minuto.

—Estoy diciendo que eres un tonto lindo.

—Eso lo acepto —me miró de nuevo, esta vez con más suavidad—. ¿Nos vemos esta noche?

Bajé la mirada. Me había olvidado.

—No puedo… mis papás estarán en casa. Se tomaron la noche libre y seguro quieren cenar conmigo. Ya sabes cómo son con sus reglas de “las noches en casa son sagradas”.

Él asintió con la cabeza, comprensivo.

—Sí, claro. No pasa nada. Tienes tu vida, Lía. Y está bien que así sea.

Y ahí estaba otra razón por la que me gustaba tanto. Porque entendía. No me hacía sentir culpable por tener otras prioridades.

Me incliné para abrazarlo. Él rodeó mi cuerpo con fuerza, y yo escondí la cara en su cuello por un segundo más largo de lo normal. Sentía su perfume y el calor de su pecho.

Cuando nos separamos, él me miró con una ternura distinta.

—Adiós, amorcito. Te veo después. Espero que pronto —susurró, con esa voz bajita suya que a veces me hace querer llorar de lo bonito que suena.

—Ve con cuidado —le dije—. Y no trabajes tanto.

—No prometo nada —rió y me guiñó un ojo.

Me bajé del coche y lo vi alejarse por el retrovisor mientras entraba a casa. Suspiré profundo. Sí, me encantaba. Mucho más de lo que me atrevía a admitir en voz alta. Pero no quería convertirme en esa chica que gira su mundo en torno a un chico, por más increíble que él fuera.

No quiero tener dependencia emocional por nadie.

Mi vida seguía.

Aún tenía tareas que entregar, una familia que compartir, amigas que escuchar, una escuela que sobrevivir… y, claro, también tenía a Oliver.

En un rinconcito importante de mi corazón.

Pero no en el centro.

Porque el centro era mío.

1
Eunice Velasquez
es muyyyy buena la novela
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