La vida de Aura da un giro inesperado cuando, tras un trágico accidente, despierta en el cuerpo de una dama noble destinada a un matrimonio sin amor con el Duque Desmon. Con el recuerdo de su vida pasada, aún fresco en su mente, Estela, ahora Aura, lucha por encontrar su lugar en este nuevo mundo mientras enfrenta la hostilidad de criadas groseras y la indiferencia de su esposo.
Pero los desafíos no terminan ahí. Pronto, Aura descubre que está embarazada como resultado de su primera noche con su esposo. La noticia del embarazo sacude aún más su mundo ya complicado. En un castillo lleno de murmullos y sospechas, la gente a su alrededor cuchichea y especula sobre las circunstancias de su embarazo, cuestionando la lealtad de Aura y la fidelidad a su esposo, especialmente ahora que Desmon se encuentra en la guerra, lejos de su lado.
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Unión y Discordia.
Desmon bajó con sumo cuidado a la dama que lo acompañaba del caballo y, tras este gesto caballeroso, se dirigió al mayordomo con una orden clara. "Quiero que la trates con mucho cuidado", instruyó con firmeza. Sus ojos reflejaban determinación y una pizca de preocupación por el bienestar de la mujer que lo acompañaba. Sin embargo, cuando su mirada se posó en Aura, toda expresión de afecto o interés desapareció, dejando solo indiferencia en su rostro.
Aura, por su parte, observó la escena con una mezcla de sorpresa y confusión. Aunque había esperado que Desmon mostrara al menos un ápice de interés por el hijo que habían tenido juntos, su actitud distante y desinteresada la decepcionó profundamente. Sin embargo, sabía que no era el momento ni el lugar para abordar ese tema.
Mientras Desmon se alejaba hacia su aposento acompañado de la mujer rubia, los rumores comenzaron a circular por el castillo. Algunos sirvientes murmuraban entre ellos, especulando sobre la relación entre Desmon y la misteriosa dama. Algunos sugerían que era su amante, mientras que otros insinuaban que podría tratarse de una mujer noble de algún reino aliado.
Aura, por su parte, ignoraba los murmullos a su alrededor y se dedicaba a atender los asuntos del ducado con la misma diligencia de siempre. Aunque su corazón se sentía pesado por la indiferencia de Desmon, estaba decidida a mantenerse fuerte por el bien de su hijo y su pueblo.
Mientras tanto, en los aposentos de Desmon, la mujer rubia permanecía en silencio, observando con curiosidad el ambiente que la rodeaba. Aunque estaba consciente de los rumores que circulaban sobre su relación con Desmon, no le importaba lo que los demás pudieran decir. Sabía que su presencia allí tenía un propósito más importante que los chismes y las habladurías.
Desmon, por su parte, se sentía abrumado por una mezcla de emociones contradictorias. Aunque había intentado mantenerse distante de Aura, no podía evitar sentir una punzada de remordimiento al verla pasar con la misma dignidad y fortaleza de siempre. Sabía que había herido profundamente a la mujer que una vez amó, pero también sabía que ya no había vuelta atrás en su relación.
Desmon dejó a la mujer rubia en sus aposentos y se encaminó hacia su oficina con un semblante irritado. La vista de los cambios en el castillo y en el territorio sin su consentimiento solo alimentaba su frustración. Al llegar a su despacho, su rostro reflejaba un profundo descontento.
Dirigiéndose al mayordomo con brusquedad, Desmon exigió respuestas. "¿Por qué el castillo está cambiado? ¿De quién fue la idea?", preguntó con tono autoritario.
El mayordomo, con una expresión de seriedad, explicó la situación. Detalló cómo el barón, que había dejado, estuvo malversando fondos y robando los recursos del ducado, fue capturado y posteriormente asesinado en el calabozo, se cree que el Márquez Jonathan, enviado por la familia real, estaba coludido con él.
La noticia enfureció a Desmon, quien no dudó en expresar su indignación, pero su ira no apuntaba a quienes habían desfalcado los recursos de su gente, sino que gritó furioso, exigiendo la presencia de Aura para discutir quién le había dado el derecho de intervenir en sus asuntos. Para él, no importaba si las acciones de Aura habían sido buenas o malas; lo que importaba era que él era el legítimo gobernante del ducado.
El mayordomo, visiblemente incómodo por la situación, intervino con cautela. "Mi señor, comprendo tu frustración, pero Lady Aura ha actuado en beneficio del ducado. El barón estaba saqueando nuestras arcas, ¿qué más podíamos hacer?"
Desmon, con los puños apretados, fulminó con la mirada al mayordomo. "No me importa cuáles sean tus excusas. Este es mi ducado y no permitiré que nadie más tome decisiones en mi nombre".
El mayordomo mandó a llamar a Aura con discreción, y unos minutos después Aura aparecería en el despacho del Duque Desmon quien estaba visiblemente furioso, exudaba una ira apenas contenida.
La mirada de Desmon ardía de furia mientras se acercaba a Aura. "Tú no tienes el derecho de tomar decisiones por aquí, cuando nos casamos te lo dejé bien claro. Estas son mis tierras, mi responsabilidad", espetó, casi escupiendo las palabras.
El mayordomo intervino una vez más, tratando de calmar los ánimos. "Mi señor, Lady Aura, actuó con el interés del ducado en mente. Deberías considerar sus acciones con más prudencia".
Desmon, incapaz de contener su ira, golpeó con fuerza el escritorio. "¡No quiero oír más excusas! ¡Estoy harto de que todos aquí actúen como si yo no fuera el verdadero gobernante!"
Aura escuchó las palabras de su esposo. Mantuvo un rostro serio y firme, como el de un árbol arraigado en tierra fértil. "Yo tengo el derecho y el deber con esta tierra", respondió con calma. "Yo soy la duquesa".
Aura permaneció impasible ante las acusaciones de Desmon. "Duque, entiendo que estés molesto, a nadie le gustaría que metieran las narices en sus asuntos, pero usted no estaba aquí y la persona que usted mismo asignó para cuidarlo resultó ser un delincuente, creo que lo mínimo que debería recibir es un gracias. Mis acciones fueron necesarias para proteger al pueblo. No podía permitir que el barón continuara saqueando la tierra donde vivían inocentes".
Desmon, en un arranque de furia, lanzó unos papeles hacia Aura, acusándola de incompetencia. Argumentó que ella solo ostentaba ese título gracias a la familia real, y que en ese lugar no era nadie. Sus palabras resonaron en el despacho, cargadas de resentimiento y desprecio.
En ese momento, la puerta del despacho se abrió con cautela, revelando a la mujer rubia con una mirada sorprendida ante el caos que reinaba en la habitación. Desmon la miró con culpa en sus ojos y, tras un momento de silencio incómodo, decidió llamar a Iliana para que pasara.
Con una sonrisa amigable, Iliana lamentó interrumpir la conversación y se disculpó por su presencia. Desmon se pasó la mano por el rostro, visiblemente cansado, y le pidió a Aura que abandonara su oficina.
El mayordomo observaba con preocupación la tensión entre Desmon y Aura. Sabía que ella no merecía ese trato, después de todo lo que había hecho por el ducado. La situación se volvía cada vez más tensa, y el futuro del ducado pendía de un hilo mientras la discordia se apoderaba de los corazones de quienes lo gobernaban.
Tras la salida de Aura del salón y a la mirada atónita de todos los sirvientes, quienes habían escuchado todo el escándalo, Aura se negaba a agachar la cabeza. Los sirvientes comenzaron a dispersarse rápidamente, mientras que Emily, la dama de Aura que acercó a ella y permaneció en silencio hasta que llegaron a la habitación de Aura y en el momento en el que cerraron las puertas Aura se dejaría caer al suelo.
Las lágrimas brotaban de los ojos de Aura, mezclando la frustración y la tristeza en un torrente de emociones abrumadoras. Emily, con preocupación reflejada en su rostro, se acercó a ella con cautela.
"Milady, ¿estás bien?", preguntó Emily con voz suave, colocando una mano reconfortante en la espalda de Aura.
Aura sollozó, incapaz de contener el torrente de emociones que la abrumaba. "No lo sé, Emily. Todo esto es demasiado. No puedo soportar la idea de que Desmon me trate así, como si no fuera nadie".
Emily la abrazó con ternura, sintiendo el dolor de su señora de cerca. "Lo sé, milady. Es injusto y desgarrador, pero eres una dama fuerte y valiente. Te levantarás de esto".
Aura asintió, secándose las lágrimas con determinación. "Tienes razón, Emily. No puedo permitir que esto me derrote. Debo seguir adelante y hacer lo que sea necesario por el ducado, incluso si eso significa enfrentarme a Desmon".
Por otro lado, Desmon se dejó caer en su silla con un suspiro cansado, sintiendo el peso del conflicto que había estallado en el castillo. La tensión en sus hombros era palpable, y el estrés de ser el señor de un ducado comenzaba a pesarle más de lo habitual.
Iliana, la mujer rubia que lo acompañaba, observó la expresión cansada de Desmon con preocupación. Con paso suave, se acercó a él y colocó una mano reconfortante en su hombro.
"Mi señor, pareces agotado", dijo Iliana con voz suave, ofreciéndole un masaje en los hombros. "Permíteme ayudarte a relajarte un poco. Debe ser muy duro ser el señor de un ducado, especialmente en tiempos como estos".
Con un suspiro pesado, Desmon se levantó de su silla y se dirigió hacia la ventana. Observó el paisaje que se extendía más allá de los muros del castillo, buscando algo de tranquilidad en la serenidad del paisaje. Sin embargo, incluso la vista de los campos verdes y las colinas ondulantes no lograba calmar su mente agitada.
Recordó los días de juventud, cuando él y Arthur soñaban con grandes hazañas y aventuras. Habían sido inseparables, compartiendo risas y sueños de un futuro brillante. Pero ahora, Arthur yacía en una tumba, víctima de la cruel realidad de la guerra.
El recuerdo de la sonrisa de su amigo desapareció rápidamente, reemplazado por la imagen de su cuerpo sin vida en el campo de batalla. Desmon se sintió inundado por una oleada de culpa y tristeza. Se culpaba a sí mismo por no haber podido proteger a Arthur, por no haber sido capaz de evitar su trágico destino.
Con un gesto de frustración, Desmon tapó sus ojos con las manos, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escaparse. Se sentía impotente, atrapado en un ciclo interminable de dolor y arrepentimiento.
En ese momento, la suave voz de Iliana lo sacó de sus pensamientos. Desmon apartó las manos de sus ojos y se volvió hacia ella, sintiendo el roce reconfortante de su mano en su hombro.
"Puedes retirarte, Iliana", dijo Desmon con voz cansada, agradeciendo el gesto de preocupación de la mujer. "El mayordomo ha asignado unas sirvientas para que te acompañen en todo momento. Es importante que te mantengas segura, especialmente en tu estado".
Iliana asintió con comprensión y le dio un beso en la frente antes de salir del despacho. Desmon la observó alejarse con una mezcla de gratitud y melancolía. Se sentía agradecido por su presencia reconfortante, pero al mismo tiempo se preguntaba cómo había llegado a este punto, donde la guerra y la discordia reinaban en su propio hogar.
Unos días más tarde, el Duque se encontraba inmerso en el bullicio del estado, enfrentándose a la abrumadora tarea de hacerse cargo de las reformas y los planes que Aura había implementado. Cada día parecía traer consigo un nuevo desafío, y Desmon se encontraba constantemente en reuniones con sus consejeros y aquellos encargados de llevar a cabo los proyectos.
Entre los principales colaboradores se encontraban el líder de los agricultores, un hombre de edad avanzada pero con una sabiduría arraigada en las tierras que cultivaba, y el director de la escuela, el hijo del leal mayordomo del castillo. Juntos, formaban un equipo dedicado a llevar adelante las visiones de progreso y prosperidad para el ducado.
Desmon se esforzaba por seguir el ritmo frenético de las reuniones, absorbiendo información, tomando decisiones y delegando responsabilidades. Sin embargo, a medida que los días pasaban, sentía crecer la presión sobre sus hombros, recordándole constantemente la ausencia de Aura, cuya sabiduría y liderazgo habían sido un pilar fundamental en la transformación del ducado.
A pesar de los avances logrados, Desmon no podía evitar sentirse abrumado por la magnitud de su nueva responsabilidad. Cada decisión que tomaba parecía tener un peso descomunal, y la sombra de la incertidumbre se cernía sobre él constantemente.
En medio de este torbellino de deberes y preocupaciones, Desmon anhelaba encontrar un momento de calma, una pausa en la vorágine de la vida cotidiana para reflexionar sobre el camino que había elegido seguir. Sin embargo, sabía que no podía permitirse el lujo de detenerse, no cuando el futuro del ducado dependía de sus acciones y decisiones.
Desmon podía notar las miradas dadas por lo señores que se reunían con el como si estuvieran juzgando cada una de sus desiciones, pues realmente no sabía muy bien como manejar los asusntos implementados por Aura.
Unos días más tarde, un regalo de Thomas, el hijo del mayordomo, llegó como un rayo de luz en la rutina de Aura, quien había visto su tiempo libre multiplicarse desde que se había retirado de las responsabilidades del ducado. Pasaba sus días dedicada por completo a su hijo, sumergida en libros y disfrutando de las pausas para tomar el té en soledad.
Un día, mientras estaba inmersa en la tranquilidad de su habitación, llegó el obsequio de Thomas: un cuadro impreso de Aura en una fiesta de té, capturando un momento de gracia y elegancia antes del nacimiento del joven heredero. El gesto de Thomas conmovió a Aura, recordándole los lazos afectuosos que había tejido en el castillo.
Las damas de compañía de Aura, emocionadas por el regalo, decidieron tomar una iniciativa audaz. Con el permiso del mayordomo, colocaron el retrato en uno de los pasillos principales del castillo, donde todos los residentes y visitantes pudieran apreciarlo al pasar. El retrato se destacaba como una joya en el corazón de la residencia, irradiando la belleza y la gracia de Aura para que todos pudieran admirarla.
Con gran emoción, las damas llamaron a Aura para que presenciara la sorpresa que le habían preparado. La duquesa, intrigada por la insistencia de sus damas, se dirigió hacia el pasillo principal, donde se detuvo en seco al ver el cuadro que ahora ocupaba un lugar de honor. Sus ojos se iluminaron al reconocer la imagen reflejada en el lienzo, y una sonrisa sincera iluminó su rostro.
Emocionada y agradecida, Aura se acercó al retrato, admirando los detalles capturados por el artista. La imagen la transportó de vuelta a aquel día especial, llenándola de nostalgia por los momentos compartidos con sus seres queridos. Se volvió hacia las damas con gratitud, sintiendo el cálido abrazo del afecto que las rodeaba.
En ello Iliana pasaba por el lugar y al ver la situacion de camarareria se acercaria a ver que ocurria con una amplía sonrisa.
pensé que era porque desmon no la había matado aún, pero veo que las mujeres de la familia real están es locas al punto del delirio 😁
autora actualizar cuando puedas.
gracias.