En Tokio, Shiro, un joven de 18 años, se muda a un pequeño café con un pasado misterioso. Al involucrarse en la vida del café y sus peculiares empleados, incluyendo al enigmático barista Haru, Shiro comienza a descubrir secretos ocultos que desafían su comprensión del amor y la identidad. A medida que desentraña estos misterios, Shiro se enfrenta a sus propios sentimientos reprimidos, aprendiendo que el verdadero desafío es aceptar quién es realmente. En esta emotiva travesía, el mayor secreto que descubre es el que lleva dentro.
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Capítulo 6: El Umbral del Misterio
El ambiente en el café se volvió aún más tenso después de que Shiro pronunciara las palabras. La decisión estaba tomada. Nadie habló mientras Haru, Aiko y Hikaru se levantaban de la mesa y se dirigían a la bodega, donde el cofre esperaba, como un guardián silencioso de un secreto demasiado poderoso para ser revelado. Shiro sintió que su corazón latía con fuerza, el peso de lo desconocido presionando sobre sus hombros.
Caminó detrás de ellos, sus pasos resonando en el suelo de madera, y mientras descendían por las escaleras hacia la penumbra de la bodega, Shiro se dio cuenta de que no había vuelta atrás. Habían elegido abrir el cofre, y cualquiera que fuera el resultado, tendrían que enfrentarlo juntos.
El cofre metálico estaba donde lo habían dejado, sobre la mesa de madera, su superficie reflejando levemente la luz de las linternas que Aiko había traído. Parecía casi inocente, pero Shiro sabía que estaba lejos de serlo. Había algo siniestro en su presencia, algo que lo ponía nervioso, pero al mismo tiempo lo atraía de manera inexplicable.
—¿Estás seguro de esto, Shiro? —preguntó Haru, rompiendo el silencio mientras se inclinaba sobre el cofre—. Todavía estamos a tiempo de echarse atrás.
Shiro lo miró a los ojos y asintió. No tenía todas las respuestas, pero sabía que debía enfrentarse a lo que había detrás de ese cofre. Era como si algo dentro de él lo empujara a continuar, como si el destino mismo lo estuviera llamando.
—Estoy seguro —respondió finalmente, su voz firme.
Haru asintió y se agachó, sacando una pequeña llave de su bolsillo. Era una llave sencilla, de bronce, con un diseño que parecía antiguo, quizás tan viejo como el cofre mismo. Shiro se sorprendió al ver que Haru ya tenía la llave, pero antes de que pudiera preguntar, Haru le explicó:
—Encontré esta llave hace años, cuando Hikaru y yo comenzamos a investigar la historia de este lugar. Siempre supe que abría algo importante, pero nunca imaginé que sería este cofre.
Hikaru y Aiko se acercaron más, formando un círculo alrededor del cofre. Aiko estaba visiblemente nerviosa, mordisqueando su labio mientras mantenía la linterna fija sobre el cofre. Hikaru, en cambio, estaba serio, con los brazos cruzados y la mirada fija en el objeto que ahora parecía dominar toda la habitación.
—Aquí vamos —murmuró Haru, introduciendo la llave en la cerradura.
El sonido metálico de la llave girando resonó en la bodega. Shiro sintió que su pulso se aceleraba mientras observaba cómo Haru retiraba el pestillo con cuidado. La tapa del cofre se levantó lentamente, emitiendo un leve chirrido al abrirse por completo.
Dentro del cofre, cubierto por una suave tela de terciopelo negro, descansaba un objeto pequeño, pero inconfundible: una antigua llave de plata. Tenía grabados intrincados que recorrían su superficie, con símbolos que Shiro no lograba entender. La llave parecía emanar una energía extraña, como si su mera existencia perturbara el aire a su alrededor.
—¿Solo una llave? —preguntó Aiko, sorprendida—. Después de todo este misterio... es solo una llave.
Haru negó con la cabeza, su expresión grave.
—No es cualquier llave —dijo en voz baja—. Es la llave que abre algo mucho más importante. Algo que está oculto en este lugar.
Shiro sintió un nudo formarse en su estómago. Todo el misterio que rodeaba al café, a la familia Nakamura, y ahora esta llave... todo estaba conectado, pero aún no entendía cómo.
—¿Qué es lo que abre? —preguntó finalmente, sin poder contener su curiosidad.
Haru se volvió hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de preocupación y resolución.
—No lo sabemos con certeza —admitió—. Pero creemos que hay una puerta oculta en algún lugar del café. Una puerta que ha permanecido cerrada desde que la familia Nakamura desapareció. Y esta llave... es la única que puede abrirla.
Shiro sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Una puerta oculta? Todo esto parecía sacado de un cuento de terror, pero sabía que no podía dar marcha atrás ahora.
—¿Dónde está esa puerta? —preguntó, sintiendo que su corazón latía con fuerza en su pecho.
Hikaru dio un paso hacia adelante, señalando una de las paredes de la bodega.
—Hemos revisado cada rincón del café, excepto por esa pared —dijo—. Siempre hemos sentido que hay algo extraño en ella, como si estuviera escondiendo algo. Pero nunca tuvimos la llave... hasta ahora.
Shiro miró hacia la pared que Hikaru había señalado. Era una pared de piedra común, igual a las demás, pero al observarla con más detenimiento, notó algo que nunca antes había visto: una serie de pequeñas marcas, apenas visibles, que formaban un patrón en la superficie.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Aiko, su voz temblorosa.
Haru sostuvo la llave de plata en su mano y caminó hacia la pared. Durante unos segundos, todos observaron en silencio mientras Haru examinaba las marcas. Luego, con un movimiento decidido, presionó una de las piedras que sobresalía ligeramente. Un suave clic resonó en la habitación, y la piedra se deslizó hacia atrás, revelando una pequeña cerradura oculta en la pared.
—Aquí es donde encaja —dijo Haru, su voz apenas audible.
Shiro sintió que el aire se volvía más denso a su alrededor. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, pero al mismo tiempo, todo parecía inevitable, como si estuvieran siguiendo un camino que había sido trazado mucho antes de que ellos llegaran.
Haru levantó la llave de plata y la insertó en la cerradura. Giró con un suave chasquido, y de inmediato, la pared comenzó a moverse. Las piedras se desplazaron lentamente, revelando una puerta de madera antigua, tallada con los mismos símbolos que decoraban la llave.
Aiko dio un paso atrás, claramente asustada, mientras Hikaru observaba con una mezcla de fascinación y temor.
—La puerta de los Nakamura —murmuró Haru, sin apartar los ojos de la entrada que acababan de descubrir.
Shiro sintió que sus piernas temblaban ligeramente, pero logró mantenerse firme. Algo en su interior le decía que debía entrar por esa puerta, que lo que encontraría al otro lado cambiaría todo lo que creía saber sobre el café, sobre la familia Nakamura y, tal vez, incluso sobre sí mismo.
—Vamos —dijo Haru finalmente, su voz baja pero llena de determinación.
Sin decir una palabra más, empujó la puerta, que se abrió con un crujido largo y profundo. Un aire frío y húmedo emanó del interior, haciendo que Shiro sintiera un escalofrío recorrer su cuerpo.
A la luz de las linternas, Shiro vio una escalera de piedra que descendía hacia las profundidades del edificio, sumergiéndose en una oscuridad que parecía no tener fin.
—Esto es más grande de lo que imaginábamos —dijo Hikaru, su voz reverberando en el espacio abierto—. ¿Qué crees que haya ahí abajo?
Nadie respondió de inmediato. La sensación de que estaban a punto de cruzar un umbral hacia lo desconocido era abrumadora.
—No lo sabremos hasta que bajemos —dijo Shiro, sorprendiéndose a sí mismo por la firmeza de sus palabras.
Haru lo miró y asintió lentamente.
—Tienes razón —respondió—. Pero debemos estar preparados. No sabemos qué encontraremos.
Shiro tragó saliva, sintiendo que el miedo se enroscaba en su interior, pero también sabía que no había vuelta atrás. Ya habían comenzado este viaje, y lo que sea que estuviera esperando en el fondo de esa escalera, lo descubrirían juntos.
Uno a uno, comenzaron a descender los escalones, con las linternas iluminando el camino mientras el eco de sus pasos resonaba en la fría oscuridad. Y mientras bajaban, Shiro no pudo evitar preguntarse qué secretos tan antiguos y poderosos se ocultaban tras aquella misteriosa puerta.